jueves, enero 25, 2007

Joan Pla, Alberto Closas, del tinglado de la antigua farsa a la eterna verdad

viernes 26 de enero de 2007
Alberto Closas, del ‘tinglado de la antigua farsa’ a la eterna verdad
Joan Pla
V OLVERÉ, como en los primeros artículos que publiqué aquí, a recordar a mis viejos amigos. Lo hago mirando hacia arriba, donde la alegría de Dios, constituye mi más firme esperanza. Miro hacia el futuro, aunque hable de personas que ya han pasado a mejor vida. Sigo creyendo que el pasado y el futuro son contemporáneos. Le escribo una carta a Alberto Closas y le digo: Inolvidable amigo: Tú, con dos agujeros de cáncer en los pulmones, no te creías lo de la muerte. Afirmaste que volverías en septiembre a los tablados y "al cáncer que le den morcilla". Tu voz, ahogada en humo y sangre, como la trompeta magistral de Lewis Amstrong, conmovió mis entrañas de amigo y dije, mientras pintaba el mar, aquellos versos de mi primera inocencia: "Tú entiendes la voz acongojada del agua, el carraspeo de hombre, el casi grito que llevamos..." Llegó septiembre y tú no volviste a los tablados. "El canto de los cisnes" fue un título de absoluta premonición. Llegaste hasta las vísperas de octubre de 1994, vísperas del fin de un milenio y te llevaste al otro mundo 72 años y 11 meses de experiencia, de conocimiento, de alegría, de trabajo y de personalidad irreprochables. Yo me honro de haber sido amigo tuyo y testifico aquí un detalle de mi carrera periodística que nunca tuve ocasión de manifestar públicamente: Mi primer trabajo en TVE fue aquella serie titulada "Semblanza de un personaje" y tú fuiste el personaje que abrió la serie. Nos fuimos con todo el tinglado de cámaras y luces a tu casa y cuando entró en escena tu perro, un "gran danés" más grande que un burro, de lomo negro y pechera blanca, se me cayó el micrófono y del salto que pegué, en mi estampida, derribé los focos, tumbé un biombo y me encerré en tu escritorio del sótano. La aparición del perro - creo que se llamaba "Frac" - no estaba en el guión que yo escribí, pero tú habías pactado con Guillermo de la Cueva, que era el director de la película, la intervención de aquel formidable can. En el segundo intento, el animalito se comportó como un señor, tumbado a tus pies en las primeras secuencias y sentado a mi vera, con su noble testa apoyada en mi hombro, escuchando mis preguntas y vibrando con tus respuestas. Fue mi estreno en la pequeña pantalla. Es posible que en los archivos de TVE estén todavía las escenas del susto que me llevé, aunque nunca se publicaron. Recuerdo que, de tu semblanza, tan poblada de éxitos, lo que más destaqué fueron los datos biográficos de tu doble exilio en Francia y en Argentina. Ni tu padre ni el mío comulgaron con Franco, de modo que tú y yo estuvimos en América por idéntica razón y los dos tuvimos la inmensa fortuna de conocer a determinadas personas, de relieve universal, que nos ayudaron mucho en nuestros respectivos oficios artísticos. Ya he contado en estas páginas lo que supuso para mi la amistad de Pablo Neruda en Chile y en París. Tú me contaste, en Madrid, lo que había significado para ti la amistad y el trabajo con Margarita Xirgú, la mejor actriz española del siglo XX. Teníamos amigos comunes y entrañables fuera de España. Escribí y pronuncié sus nombres - Picasso, Pau Casals, Joan Miró, Sánchez Albornoz, Rafael Alberti, etc - en la semblanza que te hice para TVE, pero la censura, en 1971, era todavía muy estricta y no dejaba airear determinados nombres hispanos y contrarios al régimen vigente. Ahora, cuando vuelvo a ver la escena en que el Rey te entrega la medalla de las Bellas Artes y se entretiene, sin soltar tu mano, hablando contigo cordialmente, cuando veo el respeto con que tú besas la mano de la Reina, saludas a la ministra de Cultura y resuena la clamorosa ovación del público, como una despedida anticipada y definitiva, te aseguro que mi corazón estalla de alegría por haberte conocido y de dolor por haberte perdido. Desde mi rincón insular, donde pinto y escribo cada día, lejos ya, venturosamente, del bullicio mundanal de la fama y de los homenajes, le mando a Marisa y a tus cinco hijos mi testimonio de amistad inquebrantable, ese gozo indescifrable de los que ya te tenemos como inmortal. Tú solías decir, entre íntimos, que la mano de la Xirgú te impulsaba amorosamente - misteriosamente - hacia el escenario y te confería templanza y seguridad, arte y sabiduría en todas y en cada una de tus actuaciones y yo te digo, ahora que estás en posesión de la luz definitiva, que la mano de tu amistad, como la de los grandes amigos que han desfilado y desfilarán por esta feria plural de nuestro país imprevisible - Nuria Espert, Paco Rabal, Buero Vallejo, Berlanga, Lola Flores, Luis Miguel Dominguín, Miguel Delibes, Camilo José Cela, García Márquez, Emilio Romero, Miquel Barceló, Pablo Picasso, Joan Miró, Salvador Dalí, Severo Ochoa, Concha Piquer, entre mil más que he conocido y admirado - , también me impulsa en cada instante a escribir un libro, a dibujar y a redactar mi ánimo, a pintar un cuadro o a buscar la otra cara de la luna. Vuestra compañía, que es presencia constante y consciente a lo largo del día y a través de las dificultades naturales de la vida y de la convivencia, es la clave de toda esperanza y el estímulo de toda acción. Quise dejar de fumar, en el momento en que me llegó la noticia de tu muerte. Tardé dos años en quitarme el vicio. Ahora, en enero de 2007, llevo ya once años sin dar una sola calada. De hecho, en cada calada del otoño en que te fuiste al otro barrio, parecía oírse tu voz y tu consejo, pero también resonaba en lo más íntimo tu olímpico desdén - "que le den morcilla" - al cáncer de pulmón. Releo ahora aquellas páginas de mi novela "Maremagnum" en las que describo el rubor y la humillación de un periodista que dormía en la misma cama de Domingo Dominguín, porque no había otra en el hotel de Pontevedra donde se hospedaban y que soñaba que corría desnudo por una playa de Alicante, detrás de Marisa Martínez, tu mujer, que también corría desnuda, pero dejándose querer. Cuando el periodista alcanza y abraza a Marisa y se funde con ella en un acto de amor trepidante, al filo de las olas y sobre el lecho de agua y arena , el viejo torero comunista, se despierta con el culo lleno de semen, increpa a voces al periodista, más corrido que una mona y que alega haber tenido un sueño erótico, marca tu teléfono de la playa de Alicante y le cuenta el suceso a Marisa y le dice que, en memoria suya, acaban de de darle por el culo (Sic), a las tres de la madrugada, durante las fiestas de la Virgen Peregrina, en un hotel de Pontevedra. Me recuerda Lola, mi mujer, que llamaste a casa el día en que me dieron el premio por mi novela "Maremagnum" y que le contaste que te habías enterado de la noticia en el avión que te llevaba a Nueva York y que te habías puesto en pie y habías dicho en voz alta: "¡ Este que ha ganado el premio es mi amigo, es mi cojonudo amigo, el mallorquín de patilla colorada que escribe en "Pueblo" !" Supongo que la gente debió pensar que estabas bebido, pero lo cierto es que jamás he recibido yo un homenaje de amistad tan profundo como el que tú me tributaste en el avión de Nueva York. Tus cenizas y el mar: Me hubiese gustado estar en tu despedida, pero habré de resignarme a la contemplación del mar, de nuestro mar, que alberga ya tus cenizas. No he querido, en esta página de evocaciones emocionadas, rememorar tus glorias, tus títulos, tus méritos, tus medallas y tus trabajos inmortales. Llegué el último, por razones ajenas a mi voluntad, al coro de los que sintieron tu muerte como algo propio y entrañable. Los grandes medios de comunicación y los grandes comunicadores del país, así como los gobernantes, los artistas y los amigos, ya han relatado, por escrito o de viva voz, tus excelencias humanas, el fulgor de tu carrera profesional y el poder incuestionable de tu personalidad. Casi trece años después, vuelvo a recordar tu amistad y en el mar que ahora mismo contemplo reposan también las cenizas de mi hermano Pepe que murió hace dos años. Por mi parte, sólo me resta dibujar tu gesto de alegría, con tus ojos de acero humanizado y con el pelo que siempre tuviste y que te robó la enfermedad irremediable. Cinco velas latinas en el horizonte del mar nuestro de cada día, tus cinco hijos. Una vela solitaria y viuda de amor, la de Marisa. Dicen algunos cronistas funerales que tuviste cinco hijos y seis mujeres. Si así fuere, valgan mis respetos a las cinco que nunca conocí. Tus cenizas en el Mediterráneo iluminan, de manera real e incuestionable, las tinieblas de la crisis que nuestro pueblo y nuestros políticos cacarean constantemente. Gracias, amigo mío. El "tinglado de la antigua farsa" es ya el tinglado de la eterna verdad.

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