domingo, enero 07, 2007

Carmen Posadas, Las chicas ya no son guerreras

lunes 8 de enero de 2007
Las chicas ya no son guerreras

La historiadora Antonia Fraser, ahora de moda por la película de Sofia Coppola María Antonieta, es autora de otras muchas biografías interesantes, en su mayoría de mujeres, entre ellas la de María Estuardo o las de dos esposas de Enrique VIII que fueron ajusticiadas. Cuando le preguntan a Fraser por qué se interesa por la decapitación de mujeres, ella ríe y responde que es porque en la historia, en cuanto una mujer asoma la cabeza, enseguida se la quieren cortar. Bromas aparte, Fraser ha escrito además otra biografía, la de la reina celta Boadicia, que acabó igualmente mal, pero que le sirvió para elaborar una teoría. La de que, en la historia, la mujer normalmente tiene una actitud pasiva, pero, si se ve acorralada, entonces se pone al frente de las huestes y es aún más fiera que los hombres. La teoría me parece interesante, porque aclararía casos como los de Agustina de Aragón o Juana de Arco, pero más aún porque explicaría el curioso hecho de que las pocas reinas que ha habido en el mundo han sido de armas tomar, desde Catalina la Grande e Isabel de Castilla hasta Isabel de Inglaterra o Tzu-Hsi, emperatriz de China, tremendas todas. El síndrome de Boadicia parece cumplirse también en el caso de las primeras mujeres que han ejercido el poder por mandato de sus semejantes y no como las reinas por mandato ‘divino’. Me refiero, por ejemplo, a Golda Meir, Indira Ghandi y, por supuesto, a Margaret Thatcher; las tres eran mujeres muy bragadas, por no decir otra cosa. Elaborando un poco más la teoría de que las mujeres, cuando no tienen más remedio, se ponen al frente y son más fieras que los hombres, se me ocurre que la razón estriba en que, para ser respetadas, tenían que demostrar cualidades muy masculinas y ser más machos que los ídem. Ahora, sin embargo, las cosas están cambiando. Cierto es que aún quedan en el espectro político mundial algunos ejemplos notables del síndrome de Boadicia, como Condoleezza Rice, que precisamente no hace honor al nombre que su madre eligió para ella. (Por lo visto la señora Rice era melómana y quiso que su niña se llamara Condoleezza, es decir, ‘con dulzura’. Vista que tenía la buena señora.) Pero, por lo general, las nuevas Boadicias se están quitando el casco guerrero. Ya no sienten que tienen que imitar patrones masculinos para mandar. Son mujeres de aire maternal, como Michelle Bachelet, o doméstico y vecinal, como Angela Merkel. También mujeres sofisticadas de manicura francesa, como Nancy Pelosi, presidenta de la Cámara de Representantes y posible rival de Hillary Clinton en la carrera demócrata hacia la Casa Blanca. Sin olvidar tampoco a otras más cercanas a nosotros e igualmente notables, como María Teresa Fernández de la Vega o Esperanza Aguirre. Si en el pasado, y siguiendo la estela de las amazonas (éstas se amputaban un pecho para acomodar mejor el arco), las líderes acentuaban sus rasgos masculinos, ahora hacen todo lo contrario. Y como epítome ahí está Ségolène Royal, candidata a la Presidencia de Francia. A pesar de que su programa político aún es una incógnita, ella ha conseguido arrasar en las elecciones internas de su partido gracias a que los franceses la consideran un cóctel explosivo: es una mujer elegante como Audrey Hepburn, abnegada como una ama de casa (tiene cuatro hijos) y muy peligrosa en el frente sexista. El sociólogo Alain Touraine explica así su irresistible ascensión: «Son tiempos en los que la clase política se aleja cada vez más del pueblo. Por eso, la idea de votar a una mujer simboliza el deseo de superar el estereotipo de política masculina». Por su parte, otro escritor opina que en la historia de la política ha habido siempre un exceso de testosterona o, lo que es lo mismo, de agresividad. Dicho todo esto, yo me pregunto si una vez abandonados por parte de las mujeres los patrones masculinos y visto que no tenemos apenas testosterona, ¿será distinto el mundo cuando mandemos nosotras? No soy muy optimista al respecto, pues pienso que el poder no conoce sexos, pero mi ferviente deseo para el 2007 es que la respuesta sea sí.

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