miércoles, enero 24, 2007

Carlos Luis Rodriguez, ¿Y los coches vacios?

miercoles 24 de enero de 2007
CARLOS LUIS RODRÍGUEZ
a bordo
¿Y los coches vacíos?
Lo más injusto de esta posible penalización es que se limitara a los pisos vacíos. ¿Cuál es el principio de la medida que, al parecer, tiene la Xunta en estudio? Luchar contra propietarios avariciosos que se resisten a entender el fin social de la vivienda, sin apiadarse de la gente que desea alquilar una casa; forzar una solidaridad inmobiliaria que no se practica por las buenas.
Si ése es el fundamento, qué pensar de los que acumulan libros que sólo leen una vez. La cultura tampoco puede estar presa de lectores codiciosos que guardan volúmenes ociosos, que mejor estarían a disposición de personas sin medios. Esas bibliotecas que sólo sirven para aparentar debieran ser objeto de un canon especial: libro que no se lea durante un periodo de tiempo libro que ha de ser cedido a una institución pública, o gravado sin piedad por el fisco.
Los objetos de arte y el mobiliario doméstico merecen un destino similar. El cuadro que lleva varios años colgado en la pared del salón no deja de ser un bien social que, una vez que ha sido disfrutado por su propietario, debiera pasar a la Administración, o pagar un impuesto adicional, lo mismo que el coqueto tresillo que sólo se usa cuando hay una visita. ¿Por qué no cederlo en alquiler mientras tanto?
¿Cuánto tiempo permanece el coche parado? Los problemas del tráfico y aparcamiento se reducirían si el uso del vehículo vacío se repartiera de forma equitativa. Como es previsible que algunos propietarios se resistan, se aplicaría para disuadirlos una tasa por cada hora que el automóvil estuviera sin cumplir su fin social.
Las posibilidades ni siquiera son abarcables por la imaginación. Se habla sólo de los pisos vacíos, olvidando las fincas vacías, y hasta los municipios despoblados de Galicia. Que paguen más, o que formen parte de una bolsa de tierras que el Gobierno asignaría por méritos o concurso. No parece lógico que la gente de Os Ancares viva sin problemas de espacio, mientras la de las áreas metropolitanas está apretujada.
Pero volviendo al motivo central de asunto, que son los pisos deshabitados, parece incluso poco ambiciosa y timorata la definición que se está haciendo en otras autonomías pioneras. Alguien tendría que sugerir aquí una tercera categoría, junto a las viviendas ocupadas y desocupadas: las semiocupadas, es decir, los inmuebles demasiado grandes para sus propietarios.
¿Por qué no abrir un amplio mercado de cuartos del alquiler, y crear una tasa por cada dependencia del hogar que no se use habitualmente? En una fase posterior, la fórmula se extendería a trasteros, armarios, garajes y otros recintos que, a poco que se piense con mentalidad progresista, poseen su función social, o si no fiscal.
Como es fácil deducir, la gran ventaja de esta teoría de la finalidad social de las propiedades particulares es que permite transferir las culpas de la Administración a los propietarios de algo. Se da a entender que el problema de la vivienda no es culpa de los gobiernos, sino de los usureros inmobiliarios sordos al clamor ciudadano.
Para eso se recurre a otro mantra que es la función social. A partir de ahora la expresión se repetirá una y otra vez hasta que todo el mundo la considere irrefutable. ¿Qué significa en realidad? Nada de nada. La vivienda tiene una función individual porque es gente concreta la que la compra y vive en ella, y después una función social que se cumple con los impuestos. Lo mismo pasa con el libro, el sofá, el coche, la leira, y este ordenador aún no socializado del todo.

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