martes, enero 02, 2007

Carlos Luis Rodriguez, Gallego imperial

martes 2 de enero de 2007
CARLOS LUIS RODRÍGUEZ
a bordo
Gallego imperial
Tras muchas indagaciones, Francisco Rodríguez cerraba el año compartiendo con la gente un hallazgo sorprendente: Andalucía no tiene lengua propia. La que articulan los andaluces es una lengua traspasada, un préstamo por el que deben estar pagando unos intereses que el líder nacionalista no nos aclara. El descubrimiento le sirve para declarar que la antigua tierra de los califas carece del señorío nacional (¿podría ser ésta la fórmula mágica?) que Galicia posee.
Si Galicia tuviese el andaluz, o sea, un idioma en propiedad y no alquilado, a lo mejor don Francisco accedía a darle la credencial, pero no es el caso. Andalucía anda deslenguada por el mundo, igual que Argentina, Brasil, Estados Unidos, Australia o Canadá, que están en la misma situación. Ninguno de esos países posee lengua propia, siempre según el criterio franciscano.
¿Tampoco son naciones? Pues parece que no. Aunque ellos no lo sepan, su nacionalidad estará en entredicho hasta que no se inventen un idioma distinto al de la potencia colonial que lo ocupó. Claro que esta última reflexión obliga a preguntarnos por el gallego, una lengua que procede de una potencia ocupante como Roma.
El idioma que con tanto afán defiende el político nacionalista, más que nacional, es imperial. Lo trajeron las legiones, y después lo fuimos adaptando. ¿Por qué hay que detestar lo español, y aceptar sumisamente lo romano? Mientras no nos dé una explicación convincente, habrá que sospechar que estamos ante un nostálgico de aquel Imperio que arrasó las culturas autóctonas, aunque bien pensado tampoco eran indígenas del todo porque sus portadores llegaron de otro sitio, incluyendo a Breogán.
Lo propio y lo impropio. ¿Dónde está la frontera? Es imaginaria, en los territorios y en las personas. La consideración del castellano como algo impropio en Galicia, es otro tópico del nacionalismo rancio. El gallego que hoy lo habla, lo hace porque le da la gana, sin que haya que buscarle explicaciones enrevesadas que sólo necesitan los que convierten los idiomas en ídolos.
Pero la referencia andaluza del jefe de la UPG, también ilustra sobre la manía de algunos nacionalistas que, además de querer que su tierra sea nación, se oponen a que otras lo sean. Es como si el nacionalismo fuese un bien que hay que tasar para que no se agote ¿A qué se debe esta avaricia? Llamémonos nación, pero dejemos que Andalucía o Murcia se pongan el blasón que les apetezca. ¿Quiénes somos para erigirnos en tribunal y despachar diplomas?
Al asumir ese papel, Francisco Rodríguez selecciona un criterio, sólo uno, que le permite afirmar que Galicia es, y Andalucía no: la lengua. Ahora bien; si utilizásemos el baremo poblacional, los andaluces serían más nación que nosotros, y con el del poderío económico, Madrid, Valencia o Murcia también se situarían por delante en el escalafón. Eso suponiendo que todos estos territorios no tengan idioma propio, que lo tienen, igual que Cuba o Chile.
Que todo este discurso aristocrático lo mantenga un nacionalismo conservador, aferrado a la nobleza y los conceptos desigualitarios, pase. Que lo haga un político de izquierdas, extraña. Porque don Francisco traslada a los territorios una forma de pensar que no sólo es clasista, sino que niega la promoción, estabula la condición nacional de cada uno, de manera que se es nación o región para siempre. Recuerda a la antigua nobleza aferrada a su árbol genealógico, mientras el mundo cambiaba a su alrededor. Don Francisco no se entera.

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