jueves, enero 25, 2007

Antonio Golmar, Feminista, que no feminazi

viernes 26 de enero de 2007
TODAS LAS MUÑECAS SON CARNÍVORAS
Feminista, que no feminazi
Por Antonio Golmar
La deliciosamente incorrecta Ángela Vallvey (dice ser una "liberal del siglo XIX, una amante de Tocqueville") no ha defraudado con Todas las muñecas son carnívoras a quienes encontramos en Los estados carenciales una gran novela filosófica; una gran novela filosófica que a buen seguro provocó la ira de más de un volteriano y la envidia de las que se dedican al culebrón sentimentaloide pseudobiográfico de corte antisistema.
Estamos ante una narradora de raza cuya creatividad confío no se resienta como consecuencia de su merecida notoriedad mediática. Vallvey nos parece de la estirpe de las mujeres que protagonizan el excelente Escrito por brujas (2005) de Antonio González Ballesteros. Huelga decir que tanto AGB como el que esto escribe preferimos la palabra inglesa para bruja, pues ni la fealdad ni la maldad –mucho menos la vulgaridad– son términos que puedan aplicarse a Mary W. Shelley o a la Vallvey (¿estaré comparando lo incomparable?).

A diferencia de las debidas a la inglesa, las fábulas de la manchega no parecen ser fruto de ningún hecho catárquico, sino el resultado de un minucioso esfuerzo creativo y formal, bien alejado de la fórmula bestellística tan cara a algunos de nuestros narradores más exitosos.

En este sentido, Todas las muñecas…, el diario que la terapeuta Sonia La Roja ha ido componiendo con las notas que toma cuando pasa consulta, sus anécdotas personales y las cartas que recibe en su consultorio –que, por cierto, en ocasiones recuerdan a la apasionante y adictiva sección sentimental de The Sun, con diferencia la parte más interesante del tabloide británico–, es un divertido experimento que devuelve al lector a novelas como El año que viene en Tánger, de Ramón Buenaventura.

Ignoro hasta qué punto los textos admiten una lectura alternativa –por ejemplo, primero las cartas del consultorio y luego el resto–, no por impericia o falta de trabazón de la gozosa retahíla, sino porque en cierto modo la propia estructura del texto constituye un simpático desafío a los acostumbrados a buscar patrones y moldes. Sea como fuere, la relectura será diferente.

Además de esto, Todas las muñecas… maneja con destreza el sutil juego entre la voz propia y la vicaria sin llegar al marujeo, también propio de las "grandes narradoras" del momento, que lo suelen adornar con la imprescindible ración de cuernos propios o ajenos. Eso sí, en numerosas ocasiones se tiene la impresión de estar adivinando lo que algunas amistades deben de estar contando de uno –¿cuántas mantendríamos si supiéramos lo que dicen de nosotros? No recuerdo de quién es la cita, pero razón no le falta–. O lo que puede provocar tantas carcajadas aparentemente inopinadas: la plasmación negro sobre blanco de lo que a menudo solemos pensar y contar de nuestros propios amigos. Confío en no ser el único que experimente esta sensación, a caballo entre el placer y el remordimiento, leyendo a la Vallvey.

En otro orden de cosas, tanto Sonia como sus amigas, de entre las que sobresalen la zoóloga y la taxonomista, personajes, por cierto, nada gays (yo también le agradezco a José Ormaetxe haber evitado el deslizamiento de la novela hacia parajes neoyorquinos), tienen claro que hombres y mujeres somos diferentes, pero que estamos condenados a entendernos en una coexistencia cada vez más obscena. Una especie de "paz conflictual", que dirían los progres, por la que cada uno transita lo mejor que puede. Rivales, pero no enemigos, pues al fin y al cabo no nos queda otro remedio. Conflictos y desavenencias descritos con ese sentido del humor que sin embargo siempre oculta una lágrima.

Todas las muñecas… no es obra apta para cursis o profesionales del victimismo. Al contrario, es, al igual que las creaciones anteriores de la autora, un viaje hacia la poca sabiduría que podamos acumular en el escaso tiempo que tenemos, pero que sin embargo es fundamental para evitar la depresión y otras enfermedades de nuestro tiempo.

Si en Los estados carenciales Vallvey se rebelaba contra la nostalgia y la melancolía, en esta entrega de su particular Educación Sentimental la autora parece animarnos, a través del Manual de Antiayuda de la doctora Sonia, a ser capaces de reírnos de nuestras propias tragedias, o por lo menos a contemplarlas desde una distancia que nos permita esbozar una leve sonrisa ante el próximo terremoto emocional.

Resulta casi innecesario remarcar que probablemente tengamos que esperar un buen rato antes de su próxima historia –editores afanosos, vade retro–. Confío en que la autora sepa distinguir entre oportunidades productivas y cantos de sirena. Tino y mesura para ello no le faltan.

Ángela Vallvey también es poetisa. Su Nacida en cautividad fue galardonado el año pasado con el IV Premio de Poesía Ateneo de Sevilla. Poesía contemplativa, dicen algunos, aunque a mi juicio eso sólo valdría si considerásemos también contemplativas las novelas de la brasileña Clarice Lispector, o si creyésemos que versos como éstos, simples, que no simplistas, y que expresan algunos de los más dolorosos dilemas a que todo amante de la libertad se enfrenta continuamente, obedecen a la metafísica. Más bien al contrario:

¿Qué me impide ser libre?
– Ser libre encierra
una cierta forma de traición–.
(…)
Es cierto, no soy libre y
yo no sé muchas cosas,
pero sé una gran cosa:
que las cosas
son lo que son
porque fueron
lo que fueron.

No obstante, si se pudiera señalar algún hilo conductor en la obra de Vallvey, éste sería sin duda su preocupación por la forma en que el hombre se las podría arreglar para alcanzar la satisfacción, antesala necesaria de la felicidad, y que en un reciente artículo la autora ubicaba lejos del conformismo.

¿Qué nos queda, entonces? Todas las muñecas son carnívoras parece sugerir una mezcla de leve pesimismo y adaptación. Si bien muchas mujeres se encuentran atrapadas en el tira y afloja entre unas leyes naturales –o herencia memética, que dirían los psicólogos de la evolución– probablemente disfuncionales en el mundo en que vivimos y una sociedad en la que la protección del macho tal vez sea cada vez más prescindible (la "señora de" que sin embargo "parece una clónica de Hillary Clinton", o la Hillary Clinton que se siente culpable por no haber dado a ninguno la oportunidad de retirarle), no por ello deben tornarse hombres, o viceversa –he aquí la diferencia fundamental entre feminista y feminazi.

Quizá convendría hacer un personal pacto con las circunstancias; negociar, en el mejor sentido de la palabra. Y que cada uno llegue hasta donde pueda y estire la naturaleza hasta el punto de mayor elasticidad sin deformar el núcleo. ¿Misión imposible? Lean lo que opinan las muñecas de Vallvey.

ÁNGELA VALLVEY: TODAS LAS MUÑECAS SON CARNÍVORAS. Destino (Barcelona), 2006, 383 páginas.

No hay comentarios: