miércoles, febrero 20, 2008

Ignacio Santa Maria, Les conviene la tensión

Les conviene la tensión

Ignacio Santa María

“Nos conviene que aumente la tensión. Yo mismo me voy a poner a dramatizar”. Estas palabras, que Zapatero susurró al periodista Iñaki Gabilondo cuando se creía a salvo de cámaras y micrófonos han trascendido los límites de lo anecdótico y han sido interpretadas por muchos como una nueva revelación del verdadero rostro del presidente del Gobierno, pero también como una seña de identidad de un tipo de izquierda que se nutre de los conflictos.

Aunque horas después Zapatero se haya justificado diciendo que se refería sólo a estimular la “concentración” en sus filas para afrontar el último tramo de la carrera electoral, lo cierto es que, si el episodio se sitúa en el contexto de lo sucedido en estos cuatro años, resulta muy elocuente.

Su desliz desmiente el discurso que pretendía ser el que ha sido santo y seña de su mandato: el de la política de perfiles amables, talante dialogante y abierto, buscando el entendimiento y la unidad. Al mismo tiempo, su confidencia a Gabilondo explica muy bien los resultados de su acción política: la ruptura de consensos básicos con otro gran partido nacional, la crispación y la siembra de la división entre ciudadanos, jueces, asociaciones, víctimas, territorios, así como la reproducción de conflictos que parecían ya superados, como el guerracivilismo, los problemas territoriales y el enfrentamiento del Estado con la Iglesia: “nos conviene la tensión”.

Tiene pleno sentido que Zapatero reconozca que le conviene que aumente la tensión y el dramatismo. Ciertamente, su ascensión política ha venido siempre de la mano de la conflictividad. Los movimientos de protesta contra el vertido del Prestige, la guerra de Iraq o la actuación del Gobierno Aznar ante el 11-M llevaron a Zapatero en volandas hasta la presidencia y, por primera vez en nuestra democracia, la Moncloa ha recibido a un gobernante que consolida su poder no en la normalidad, sino en la conflictividad.

Esta capacidad de aprovechar conflictos en beneficio propio o de crearlos a su antojo confiere al socialismo de Zapatero un carácter propio que lo hace objeto de estudio por parte de politólogos más allá de nuestras fronteras. Nada tiene que ver este socialismo con la izquierda inmovilista de Schröeder o Prodi; tampoco con el reformismo de Blair o el del propio Felipe González; se trata de un tipo de socialismo que entronca con la esencia misma de la izquierda revolucionaria, basada en la idea moderna de que la razón y libertad humanas son omnipotentes y deben estar siempre en lucha contra los obstáculos que impiden el progreso.

Tras la caída del muro de Berlín y el hundimiento del bloque comunista, los movimientos de izquierda en todo el mundo han tenido que redefinirse, buscar de nuevo su razón de ser. Su propuesta ya no podía ser la planificación de la economía y la colectivización de la propiedad y de los medios de la producción porque el fracaso de este modelo había sido patente. Una buena parte de la izquierda tomó el camino del reformismo, es decir, parte de la realidad y trata de mejorarla, sin violentarla, reforzando los mecanismos de protección social y alcanzando pactos con el centro y la derecha. Pero otra parte se lanza a la búsqueda de nuevos conflictos que, sin tocar el funcionamiento del mercado, trasladan el esquema de la lucha de clases a otros ámbitos no económicos y así echan mano del feminismo, el ecologismo, el laicismo, el movimiento gay y otros campos de batalla en los que la pretensión siempre es la sustitución del mundo existente por otro y la victoria de “bien” moderno contra el “mal” retrógrado.

Esta supuesta lucha entre modernos y retrógrados es denominada por Alain Finkelkraut, al igual que Zapatero, como “dramatización”. Sí, todo ello forma parte de una dramatización, en el sentido más teatral del término. Por eso, el tipo de izquierda que representa el presidente español se alimenta de los conflictos y a ellos debe su razón de ser.

Por eso, resulta necesario -y apasionante- investigar y conocer a fondo, con lealtad hacia los hechos, todos los episodios que el PSOE ha convertido en luchas propias (Prestige, guerra de Iraq, 11-M, Yak-42, Hospital Severo Ochoa, conflicto con la Iglesia, etc.) para comprobar cómo en todos ellos los socialistas y su división mediática desprecian los datos reales para dar prioridad al mito, al esquema ideológico que usa como arma arrojadiza.

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