viernes, febrero 29, 2008

Daniel Martin, Tarde y nunca

viernes 29 de febrero de 2008
Tarde y nunca

Daniel Martín
Salvador Monsalud, en uno de sus primeros escritos, afirmaba que en la sociedad del siglo XXI la realidad tan sólo iba a ser considerada como tal cuando saliese en televisión o, por lo menos, en las portadas de los periódicos. Así, realmente no nos creímos que teníamos a dos candidatos a presidente del Gobierno hasta que los vimos el pasado lunes en un debate completamente irreal. Hasta entonces, muchos pensaban que todo era un conflicto de poder entre dos partidos y unas cuantas bandas centrífugas. Después del lunes, hasta algunos se creen que hemos asistido a un auténtico debate. El próximo lunes, otro que no mostrará nada nuevo y que servirá para perpetuar, un poquito más, la mentira de nuestro sistema escasamente democrático y nada representativo.
Del mismo modo, la violencia de género —que ahora, por ley, las personas, como las palabras, somos masculinas o femeninas o, en algunos casos, epicenos—, un problema tan antiguo como la Humanidad —y lo que ha venido después, a saber, nosotros—, tan sólo ha sido un auténtico problema de Estado cuando ha comenzado a llenar primeras planas y programas de sucesos. Para arreglar tan cruento e intolerable asunto, el Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero fabricó una ley que, votada unánimemente por el Congreso, castiga más a los machos que a las hembras, aunque eso vaya contra la Constitución y los principios básicos del Derecho Penal.

La ley, mala desde su nombre hasta el último de sus artículos, sólo ha servido para arrinconar a los bestias, que ahora matan más y de modo más salvaje. Eso lo sabíamos desde que la ley entró en vigor. Pero han tenido que morir cuatro mujeres en un solo día para que periódicos, radios y televisiones “hiciesen real” el fracaso de la norma. Por eso, en plena campaña, los oportunistas candidatos han comenzado a plantear nuevas soluciones a un problema de muy difícil arreglo. Sin embargo, aunque cada vez haya más muertes violentas por ajustes de cuentas, robos con violencia en las cosas y otros delitos comunes, nadie parece decir nada para intentar arreglar el tema de la creciente inseguridad ciudadana en la próxima legislatura. ¿Habrá llegado el momento de que algún canal de televisión se ponga a hablar del tema?

Del mismo modo, el Tribunal Constitucional lleva desde su nacimiento haciendo sombra y competencia jurisdiccional al Tribunal Supremo. Este problema es grave, institucional y constante. Pero ha tenido que afectar al caso de “los Albertos” para que los medios de comunicación y los políticos se fijen en tamaño disparate. El TC sirve, sobre todo, como un vehículo para nuevos recursos procesales cuyas resoluciones, en muchos casos, contradicen la doctrina del Supremo, añadiendo así inseguridad jurídica a la ciudadana antes citada. ¿Acaso eso lo ignoraba alguien hace una semana?

Así, los escándalos que sólo “nacen” en los medios sirven por lo menos para que la gente, a veces los políticos, se dé cuenta de las cosas que no funcionan o lo hacen deficientemente en este país de contradicciones y dislates. Es el único motor que parece despertar las conciencias ciudadanas para, por lo menos, lanzar lamentos sobre la clase de nación en la que vivimos.

El problema es que estos asuntos, una vez desaparecen del primer plano de la actualidad, parecen morir, desaparecer de la realidad. Por eso los políticos olvidan sus propuestas y promesas y los ciudadanos vuelven a la calma del hogar y del olvido de las responsabilidades cívicas. Dentro de dos días ya nadie se acordará de que “los Albertos” se quedaron con dinero que no era suyo y, después del 9-M, la ley de violencia de género seguirá sirviendo para absolutamente nada.

Quizás todo se deba al poco poder de nuestros medios de comunicación, dependientes casi siempre de alguna rama del poder, y al escaso interés de nuestros políticos en asuntos que no sirvan para mantenerse en el poder. Aunque, sobre todo, el problema reside básicamente en una sociedad atocinada y conformista, capaz únicamente de movilizarse cuando Luis no convoca a Raúl o cuando Ana Obregón se echa un nuevo novio.

Al final, todo es una cuestión de educación. Pero este problema sólo cobra realidad social cuando el informe PISA nos recuerda lo burros que somos. Y ése es un asunto que dura menos aún que la repercusión mediática de la iniciativas de Gaspar Llamazares. Cuando todo depende de unos medios que actúan promiscuamente con la santísima trinidad de los poderes democráticos —los tres en uno solo—, es lógico que nada se mueva. El sistema les sirve tal y como es, aunque a España la vaya minando paulatina más imparablemente.


dmago2003@yahoo.es

http://www.estrelladigital.es/diario/articulo.asp?sec=opi&fech=29/02/2008&name=martin

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