jueves, febrero 28, 2008

Luis Racionero, Daniel Day Lewis

jueves 28 de febrero de 2008
Daniel Day Lewis

Luis Racionero
Los signos de los tiempos son tan aparatosos que en una generación el hijo del poeta inglés C. Day Lewis se convierte en famoso actor de Hollywood. De casta le viene al galgo, se suele decir, pero ¿qué casta puede transmitirse entre un poeta y un actor? El tema no es ocioso porque ejemplifica la transición actual, que se está viviendo, entre la era de la palabra y la edad de la imagen. Debimos suponerlo cuando Anson se fue a Televisa.
El crítico Edmund Wilson se refiere a la escuela de jóvenes poetas de Oxford para denominar a W. H. Auden, Christopher Isherwood, C. Day Lewis, Stephen Spender y Louis MacNeice, una escuela particularmente afecta —según Wilson— a convencer a los solitarios, los neuróticos y los fútiles, toda esa gama de tipos raros que forman las clases altas inglesas. Nadie como ellos comunican la sensación, a la vez patética e insípida, del debilitamiento del organismo social, la descomposición de sus células.

¿A quién le importa hoy día lo que escribieron Day Lewis o Auden, aparte de los poetas profesionales, oficio en extinción pese a que viene de Homero? Nadie los conoce, muy pocos los leen, lo que Day Lewis padre tuviese que decir sobre la soledad o el mal o la ambición, la futilidad, lo predica ahora su hijo Daniel con la imagen.

Puede compararse su actuación a un poema, quizás. En todo caso es una obra de arte del séptimo arte, cuya musa es la Garbo. La composición del papel que ha realizado Day Lewis hijo parece tan ardua como la composición de un libro de poemas. No deja nada al azar, corrige, prepara los efectos, varía el personaje como en las mejores novelas: su psicología condiciona lo que sucede y, a la vez, los hechos van cambiando su carácter.

Todo lo contrario del personaje que encarna Bardem para los Cohen: el asesino psicópata de Bardem empieza siendo eso y acaba exactamente lo mismo, por eso Bardem interpreta al personaje usando una sola expresión para toda la película. Es lo que necesita el personaje y él lo da magistralmente, pues no precisa buscar matices ni varía el carácter a lo largo de la acción.

¿Serán los actores los poetas del futuro? ¿Y los hermanos Cohen los hermanos Quintero? Todo parece indicar que, si no es así, más valdría que así fuera, pues nadie lee poesía, pocos escriben y dirigen teatro, el espejo alzado ante la naturaleza que era, según Hamlet, el teatro es el espejo blanco de la pantalla cinematográfica. El cine ya es la metáfora de la vida y los actores sus poetas. Pero sólo uno es, literalmente, hijo de un poeta. Parece que le ha servido.

http://www.estrelladigital.es/diario/articulo.asp?sec=opi&fech=28/02/2008&name=racionero

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