jueves 28 de febrero de 2008
POLÍTICA, SOCIEDAD E IGLESIA
Preguntas a las raíces cristianas
Por Alfonso García Nuño
El lugar de la religión y, en particular, de la Iglesia Católica, especialmente de sus obispos, es algo que se está poniendo continuamente en cuestión. Como no podía ser de otra manera, en campaña electoral, de una forma más visible. En ella, las virtudes y patologías nacionales parecen mostrarse a través de una lente de aumento.
Unas elecciones son una gran pregunta a la que hay que dar respuesta; pero, en realidad, toda la vida social es una continua cuestión que nos va demandando día a día una toma de postura. La respuesta de la Iglesia, que no hay que identificarla con la de los obispos, no se puede circunscribir a un momento especial de la vida política nacional ni se puede limitar únicamente a unos cuantos problemas. De todas las cuestiones de la vida social son responsables los cristianos, es decir, a todas ellas deben de dar una respuesta. Ciertamente no será la misma la que deba dar un político profesional que la que deba dar uno en su condición de simple ciudadano, pero a todos nos atañe lo que es de todos y lo que somos todos, pues ninguno podemos ser sin sociedad.
Esto toma especial relieve cuando algunos de los elementos centrales de la organización de la res publica están en juego. Y esto es así, para el cristiano, no solamente por lo nuclear del problema, sino porque, en lo que a Occidente respecta, las raíces cristianas no son únicamente un posible enunciado en el preámbulo de un tratado internacional, sino que son aquello de donde viene nuestra forma de convivencia y la savia que la alimenta.
Esta respuesta comienza con la misma actitud ante los problemas. Nuestra sociedad propende a la despersonalización, a la masificación, a que las personas queden diluidas en la corriente dominante. De modo que el hombre tiende a no reflexionar por sí mismo sobre los problemas que le atañen, de tal manera que, en vez de tener una opinión propia, se abandona en lo que se dice, lo que se opina, lo que se lleva. Quien tiene ideas propias, aunque sean coincidentes con las de otros, son las suyas, mientras que el hombre-masa está cautivo de los tópicos. La afirmación del hombre como persona libre y responsable y de una sociedad en que los ciudadanos sean tales y no elementos de un colectivo comienza por no hacer dejación de uno mismo y tener una opinión propia sobre los asuntos comunes.
Pero ser persona no es lo mismo que ser un simple individuo. La primera lo es, ante todo, por afirmación de lo que es, el mero individuo –una piedra lo es en un montón de ellas– lo es por negación de lo que no es. Esto es lo que ocurre cuando se toma una actitud fanática. Más que afirmar las propias posturas se niega incluso que el otro pueda tener la suya propia, es decir, su condición de persona, bien negándole la posibilidad de hacer uso del espacio público, bien recurriendo al uso directo de la violencia. Desgraciadamente sufrimos desde hace décadas el terrorismo; pero, desde un tiempo a esta parte, y en la campaña electoral se está viendo claro, parece que la violencia contra los otros –suelen ser los de un solo lado– empieza a menudear con la inquietante inhibición de buena parte de la sociedad. Ante la fanatización, la respuesta tiene que ser no solamente tener opinión propia y afirmarla, sino reconocer al otro como persona y defender la posibilidad de tener cada quien sus ideas.
En una sociedad de creciente relativismo, en la que la cambiante actualidad y las modas hacen que todo parezca provisional e indiferente, otra actitud ante la problemática social es el pasotismo, pues parece como si nada mereciera la pena. Pero, si esto fuera así, tampoco nadie valdría nada. La respuesta no puede ser la indiferencia ante los problemas humanos, sino el compromiso con ellos. Es verdad que los problemas superan con mucho las propias fuerzas, pero no podemos caer tampoco en el fatalismo de considerar que no podemos nada. La mejor manera de no hacer nada es no hacer nada. Si hacemos con otros, además, las posibilidades no se suman, sino que se multiplican.
La realidad social es una permanente encuesta a la que la Iglesia ha de responder. Pero es también un termómetro sobre su propia salud. Si la respuesta de los cristianos es tópica, fanática, pasota o/y fatalista, habrá que hincarle el diente también a esto en la Cuaresma.
http://iglesia.libertaddigital.com/articulo.php/1276234357
jueves, febrero 28, 2008
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