jueves 28 de febrero de 2008
BENEDICTO XVI RECIBE A LOS JESUITAS
El Papa y su Compañía
Por José Luis Restán
Benedicto XVI ha recibido a los miembros de la XXXV Congregación General de los Jesuitas, encabezados por el nuevo Prepósito General, el español Adolfo Nicolás. Se esperaba con comprensible expectación el discurso del Papa, tras las cartas recias que habían salido de los Palacios apostólicos rumbo al Borgo Sancto Spirito, y tras la elección del religioso palentino que algunos se apresuraron a presentar como la victoria de un neo-arrupismo frente a los deseos de Roma de impulsar un cambio de rumbo.
La realidad suele ser más compleja de los fáciles esquemas con que buena parte de la prensa y también no pocos eclesiásticos suelen presentarla. Que el Papa ha puesto mucha carne en el asador durante esta Congregación General es indudable, pero eso no significa ni predominio de los reproches amargos, ni frialdad de Roma hacia la Compañía. Que el perfil trazado por algunos del Padre Nicolás tendía a establecer una dialéctica con el Papa, también es evidente; pero como él mismo se encargó de subrayar, ni puede existir un Arrupe-bis (porque las personas son irrepetibles y porque las circunstancias han cambiado profundamente), ni la Compañía puede prever otra singladura que no sea de la mano del Sucesor de Pedro.
El encuentro del pasado 21 de febrero del Papa con la Congregación General sirve para archivar tanta palabrería y encarar la realidad. Una realidad que sabemos dura, pero también esperanzadora. Benedicto XVI no se ha situado como el juez de un tribunal de oposición, sino como el padre que comparte el camino de sus hijos, que confía fundamentalmente en la raíz de la que han nacido, que sufre y se alegra con ellos, que es a la vez exigente con el ideal y comprensivo con los baches del camino. Y así, ha recordado a los jesuitas del siglo XXI que la Iglesia les necesita, especialmente en los lugares más difíciles. Les necesita para aquello mismo para lo que nacieron: ante todo "para la defensa y propagación de la fe", en las nuevas fronteras de la sospecha y del rechazo de Cristo en nuestro mundo, allí donde se alzan nuevos muros entre la fe y la razón, o entre la fe y el compromiso de construir un mundo mejor.
La frontera ha sido siempre una palabra clave para los jesuitas, mucho más que una imagen geográfica. Ha sido algo así como el paradigma de una misión específica que ahora Benedicto XVI ha querido confirmar, purificar y profundizar. Estar en la frontera significa justamente exponerse, y por eso es precisa una fortaleza, una claridad y una sencillez mayores. La Iglesia necesita esta misión que acepta el riesgo de la fe, que se mide con las inquietudes de los hombres, que asume el desafío de una nueva cultura arrogante o escéptica: es necesario tender puentes, reconocer huellas, ser pacientes, pero al tiempo, es preciso ofrecer la totalidad del hecho cristiano, sin recortes ni fáciles adaptaciones.
El Papa no ha pedido a los jesuitas que se retraigan o se pongan a la defensiva, ni en la investigación teológica, ni en el diálogo con las religiones y las culturas. Les ha pedido fidelidad a su propia raíz, para que esa tarea dé un fruto que no sea confuso y desconcertante. Y para garantizar esa fidelidad en situaciones objetivamente difíciles, el gran Ignacio de Loyola quiso dotar a sus compañeros de un instrumento privilegiado que es el llamado "cuarto voto", cuyo sentido más pleno les ha pedido recuperar Benedicto XVI.
El otro gran núcleo de atención era la opción preferencial por los pobres. El Papa la ha confirmado sin reservas, pero también aquí, ha profundizado y purificado una línea-fuerza de la Compañía en los últimos años. La opción por los pobres no puede ser ideológica sino que debe nacer del Evangelio. Esto implica ciertamente comprender y combatir las causas estructurales de las situaciones de injusticia, pero no puede detenerse ahí: es preciso bajar al propio corazón del hombre y luchar en él con contra las raíces profundas del mal. Y si bien es necesario responder con eficacia a las necesidades apremiantes de los pobres, también lo es llevarlos a Cristo, el único que realmente cura y responde a la necesidad última y radical que ellos experimentan como todo hombre.
El discurso del Papa, precedido de la carta enviada al inicio de la Congregación, supone mucho más que un elenco de buenos consejos. Es una ayuda preciosa y concreta para vivir un servicio, que el Padre Nicolás ha reconocido que "a veces pone en peligro la propia tranquilidad, la reputación y la seguridad". El nuevo Prepósito ha anunciado que la Compañía ha recibido estas indicaciones con un corazón abierto, que lo acepta incondicionalmente y que lo hará llegar hasta la última de sus estructuras de formación. De ello depende su futuro, y la misión que toda la Iglesia sigue esperando de ella.
http://iglesia.libertaddigital.com/articulo.php/1276234356
jueves, febrero 28, 2008
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