viernes 27 de julio de 2007
A grande Federacion Galega
Vasco Lourinho (Portugal)
E L otro día, mira tú por donde, tuve que ir a Madrid al Registro Civil Central en la calle de la Montera, zona por cierto poco recomendable en los tiempos que corren. Esta burocrática decisión, que en apariencia es un paso trivial en la vida de un individuo - en Portugal se puede sacar por Internet - para un español de a pie, sobre todo si es un español de segunda, no es tan fácil. De entrada, te discriminan. Te dicen que si señor, que eres español, que todos los españoles son iguales, que tienes todos tus derechos democráticos y constitucionales pero te mandan a unas oficinas siniestras que no son aquellas donde van los demás españoles. Los demás españoles, los de primera, los guapos, incluso los catalanes y los vascos, van a la calle Pradillo. Y sin prisas, sin colas, ellos piden su partida de nacimiento y se la dan. Una semana es más que suficiente para poder recoger el dichoso documento. Pero, si has nacido fuera de la piel de toro, ya es harina de otro costal. Primero, te envían a la calle de la Montera. Y te advierten que vayas tempranito pues si no estás entre los ciento cincuenta primeros de la cola matinal ya no te atienden. Y allá estaba yo, a las seis de mañana. Pero ya me tocó el número veinte. Otros veinte honrados españoles con acento habían llegado antes que yo y ya esperaban pacientemente en la calle, con un frío de mil demonios. Pero esto tiene una parte positiva. Haces conocidos, charlas. Te enteras de cómo van las cosas en Cuba, en Bolivia y en Colombia. Descubres que en Argentina las cosas no están del todo bien pero todos me dicen que son españoles…. Bueno, casi españoles. Luego, dentro del Registro Civil, otra cola. Más corta pero aquí, a partir de las nueve de la mañana, al menos ya estaba más calentito, bajo techo… Qué bonito, qué tercermundista es esto de ir al Registro Civil de los españoles de segunda. ZP y su mamá, que son leoneses, castellanos viejos, no tienen estos problemas. Después, ya viene lo kafkiano. Me piden la documentación. Todo en orden. Me dan un papel y me dicen que vuelva dentro de 17 días. Olvidemos lo de “vuelva usted mañana… “. Ahora, un siglo después de Larra, la respuesta es “vuelva usted dentro de 17 días” Para aliviar a consciencia, me dicen con una amable sonrisa que para recoger no es necesario pasar por la cola de los madrugadores. Vuelvo a Madrid dos semanas y media más tarde. Otra vez a la calle de la Montera sin que me haya pasado nada. No me puedo quejar. Y nada de cola. Y es entonces cuando la funcionaria de turno me dice que yo no existo. Así, por las buenas y por las bravas. Cuarenta y cuatro años de residencia permanente en España. Treinta y tantos como ciudadano nacional, con su DNI como los españoles de primera. Un juramento de fidelidad a Franco y a las Leyes Fundamentales del Movimiento Nacional, tal como consta por escrito en mi partida de nacimiento. Además, dos matrimonios sólo posibles previa presentación de las correspondientes partidas de nacimiento. Carnets de identidad y pasaportes cada cinco años. Pero, ni por esas. Me dijeron que no existía. Cogito ergo sum, le digo intentando convencer a la funcionaria. Pero nada. En el ordenador del Registro Civil Central del Ministerio de Gracia y Justicia – o ¿ya no tiene Gracia? - yo he dejado de existir. Delet. Punto com. Le digo que hace unos cuatro o cinco años amenacé a los polis de una comisaría con hacerme catalán si no me daban el DNI que había solicitado. Y todo porque me pidieron, exigieron una maldita partida de nacimiento para renovar el DNI caducado. Llegaron al extremo de decirme que estaban dispuestos a emitirme un pasaporte sin la partida de nacimiento, sólo con el resguardo de haber solicitado el DNI. Pero el DNI nada de nada. El DNI tenía que ser con la partida de nacimiento que, por cierto, ellos ya tenían en su poder desde hacia unos cuarenta años. Conste, también, que a los demás españoles, a los guapos, a los de primera, les bastaba el DNI caducado. En la comisaría los furilos rechazaron mi alternativa de hacerme catalán y me obligaron a ir a a la calle de la Montera por el dichoso papel. Y me fui. Y cuando presenté mi partida de nacimiento me dieron un DNI válido por diez años pues para eso ya soy muy mayor. O sea, por lo menos hace cuatro años yo existía. Y era español. No era un español de primera pero existía. Ahora, a lo mejor por el paso de los años, ya no existía. Dejé de existir. ¡Hala!… me volví ectoplasma. Ni siquiera amenazando que era de la otra autonomía, la autonomía lusitana tan del gusto de Saramago, les conseguí convencer. Que yo no estaba en el ordenador. Y si no estaba en el ordenador pues no existía. Con lo grandote que soy como voy a estar en el ordenador? Me tocó hablar con otra funcionaria que echó pestes del Ministerio de Justicia al darse cuenta de que yo era periodista, un perro de la Prensa, la canallesca, ya se sabe … Seguro que la chica esa no votaba ZP y comprendía mis razones sobre todo porque me estaba viendo allí, delante de ella, encabronado pero vivito y coleando, un poco mayor eso si… pero vivo con un DNI válido y recién emitido sin que tuviera pinta de malhechor. Eso si, me delataba el acentillo portugués. La chica me miró e intento descubrir mis orígenes. Catalán, me dijo… Le contesté que aún no. Al menos por el momento no estaba en mis intenciones reclamar la nacionalidad en tan hermosa tierra del Mediterráneo. Y le dije portugués, lo que le provocó una sonrisa de complicidad. Seguro que había leído a Saramago. Y fue entonces cuando le dije que quería aspirar a la nacionalidad gallega. Soy menos osado y menos borde que mi paisano Saramago cuando reclama la integración de Portugal en el festival de las autonomías españolas. A mi, que soy alentejano, me basta eso, ser alentejano. Pero como en Bruselas aún no nos admiten como nacionalidad ni grupo cultural ni la madre que les parió, hube de inclinarme por la Grande Federación Galega con sus tres bonitas regiones autónomas: La primera, Galicia do Norte con capital en A Coruña. La segunda, Galicia do Centro, con capital en Oporto. A terceira – ya va escrito en portugués – a terceira, decía, es Galicia do Sur, con capital en Lisboa. La capital federal estaría ubicada en Monforte de Lemos. Y de paso crearía un registro civil que funcionase con ordenadores como en cualquier país de la nueva Europa. Y procuraría capar al ministro español de Justicia cada vez que mandase a un ciudadano honrado y con una cierta edad para una cola al frío a las seis de la mañana para que le emitan un documento tan elemental como la partida de nacimiento. O sea el Estado me pide a mi, honrado ciudadano, que pida al Estado un documento que sólo el Estado tiene y que sólo él puede emitir. Y pudiendo hacerlo en cinco minutos, tardan casi tres semanas hasta que el Estado me lo entrega a mi, ciudadano, para que a su vez, de forma absolutamente formal y kafkiana, yo lo vuelva a entregar al Estado. Difícil de entender, pero puedo explicarlo otra vez. Después, no sé como ni porqué, el mismo documento por el que había esperado diecisiete días, fue emitido en menos de cinco minutos. Era una mísera fotocopia. A lo mejor todo fue más rápido porque se lo exigí por huebos… si, por huebos, con B. A lo mejor fue porque descubrieron que yo era tan sólo un alentejano de a pie, medio bellotari, que un día decidió dar el salto borrifándose para las fronteras que no eran importantes como años después quedó demostrado cuando fueron suprimidas allá en Bruselas. En el fondo, cada vez estoy más convencido de que nací en el país errado y en el momento menos conveniente.
jueves, julio 26, 2007
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