miércoles, julio 18, 2007

Ladron de Guevara, Miguel Angel Blanco

jueves 19 de julio de 2007
Miguel Ángel Blanco
Ernesto Ladrón de Guevara
A QUEL joven hoy tendría diez años más. Probablemente se hubiera casado, tendría hijos y hubiera formado un hogar. Puede ser, también, que hubiera ascendido en el escalafón político por méritos propios, que hoy fuera parlamentario, o que, simplemente, se hubiera dedicado a la vida profesional que no es poca aportación al progreso colectivo. Podría ser que Miguel Ángel se hubiera ido del País Vasco como han hecho 200.000 paisanos vascos o que se hubiera quedado en Ermua continuando su tarea corporativa en representación de sus vecinos. ¿Quién lo sabe? Lo que sí conocemos a ciencia cierta es que Miguel Ángel podía haber estado hoy entre nosotros si unos descerebrados y un deshecho moral como ese chapapote de ETA, de cuyo nombre no quiero acordarme, no le hubiera descerrajado dos tiros en la nuca. Hoy hace diez años. Pero para cuando eso ocurrió habían pasado muchas cosas graves con anterioridad. Entre otros secuestros, asesinatos, siembras de las semilla de terror, extorsiones, chantajes, actos vandálicos con miles de millones de gasto para el erario público, persecuciones, limpiezas étnicas, saqueos “revolucionarios” a nuestras empresas; etc, ocurrió el particular Auschwitz etarra con Ortega Lara. Pero también sucedieron cosas horribles, como la presión con insultos, lanzamiento de objetos, huevos, y agresiones en más de una ocasión a quienes en muchos puntos de la geografía vasca nos concentrábamos silenciosa y pacíficamente para evidenciar nuestra solidaridad con las víctimas y nuestra repulsa a la violencia, siguiendo las convocatorias de ese colectivo admirable que fue y lo sigue siendo Gesto por la Paz. Aunque el silencio a mí nunca me ha gustado como actitud para luchar contra el totalitarismo, pues te asimila a los corderos que están en el redil esperando a que toque el turno del sacrificio. Quizá ese sea el recuerdo que tengo más impreso en mi cerebro por haberlo vivido en primera persona: cómo un colectivo de energúmenos seguidores de la Banda, que no es precisamente una orquesta de músicos, gritaba desaforadamente contra la gente que nos manifestábamos en actitud hierática, en silencio, con los músculos enervados por la tensión, para denunciar la crueldad de los verdugos, de aquellos que decían que estábamos en una guerra. Una guerra muy particular en la que unos son los que matan y otros los que mueren. Los que matan siempre los de un lado, y los que mueren los del otro. Aquella gentuza gritaba eslóganes en euskera como “Vosotros, fascistas, sois los terroristas” “Eta mátalos” “Así, así, así hasta Madrid” y otras lindezas denigratorias y atentatorias a los más elementales derechos humanos. Concentración tras concentración. Fueron varias decenas de ellas. Esa es la parte más olvidada de aquellos prolegómenos de la década anterior a la fecha del asesinato de Miguel Ángel Blanco. Unos episodios de gran impacto ambiental, de mucho sufrimiento, pues se cumplía así la teoría de la rama más dura de Herri Batasuna que propugnaba la “socialización del sufrimiento” lo que es lo mismo que impedirnos la vida en paz y tranquilidad al común de los ciudadanos, para hacer irrespirable el ambiente y así forzar las situaciones para conseguir sus objetivos. Zapatero no está curtido en estas vivencias y sensaciones, y, por tanto, es un político débil. Tampoco recuerdo haber visto en las concentraciones a los que se dice que son interlocutores socialistas en las reuniones con ETA, como Eguiguren, que en aquella época flirteaba con la ideología nacionalista desde el PSE-EE. Por ello resulta especialmente indignante que el Presidente del Gobierno nos oculte las Actas de la negociación con ETA. Hay demasiada gente que ha consumido los mejores años de su existencia en la lucha cívica contra ETA. Esos ciudadanos, que son lo mejor de la sociedad vasca, no se merecen los caminos tortuosos para conseguir la paz ni la pérdida de la dignidad en la lucha contra ETA. Conmigo que no cuenten.

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