jueves, febrero 22, 2007

Valentin Puig, No estamos en 1936

jueves 22 de febrero de 2007
No estamos en 1936

VALENTÍ PUIG

«ESTO es como el 36», dicen unos a la derecha y otros a la izquierda. Para unos, la izquierda socialista y los nacionalismos periféricos están a punto de echarse al monte y acabar con España; para otros, el PP es el iceberg de una derecha durísima, capaz de urdir un golpe de Estado. Será miopía histórica o malevolencia: lo cierto es que llevan un tiempo así, en el proceder de una torpe intoxicación que sólo reflejan aquellas terminales mediáticas que ya no se sabe si se nutren de la crispación «gratis et amore» o «pane lucrando».
2007 no es 1936, como Zapatero no es Largo Caballero ni Rajoy es Gil Robles, ni fascismo y comunismo están corroyendo el parlamentarismo como en la Europa de los años treinta. Ni el PSOE es lo que era en 1936, aunque no pase por su momento más lúcido y estable, ni el PP tiene que ver con la derecha de los años treinta. Sobre todo, la sociedad española no es la misma. La Historia siempre es la gran maestra, pero no todos los paralelismos históricos contribuyen a interpretar con lucidez el presente.
Incluso la tesis de las fosas y del guerracivilismo cerrado en falso no parece cuajar en la sociedad, a pesar de que ha sido utilizada por el zapaterismo en una versión que no por infantilista es menos nociva. Es uno de los ejes estratégicos del zapaterismo que la Transición democrática ocultó parte de la memoria colectiva, sobre todo a los perdedores de la guerra. Esa es una falacia que transforma el logro del consenso constitucional y el espíritu de concordia en una coerción vergonzante: hurtar la verdad del pasado a los españoles, en virtud de una presunta capacidad taumatúrgica de la derecha de siempre a la hora de manipular la memoria de todos. Pero ni el intento de volver a la dialéctica de buenos y malos, de opresores y oprimidos, de derechas e izquierdas, puede reconstituir con categoría de parangón histórico todo aquello que significó 1936. Quienes lo pretendan, a derecha e izquierda, tienen ya la responsabilidad moral de un testimonio deliberadamente sesgado y turbador.
La España de 1936 constataba en versiones antitéticas el fracaso de la Segunda República, la República sin republicanos, carente de justo medio. No era una nación, como ahora, inserta en la Unión Europea y en la Alianza Atlántica. La clase media -futuro fruto de los planes de estabilización de los cincuenta- todavía balbuceaba. Predominaba lo peor de las políticas ideológicas, arrastradas hacia la confrontación civil por los excesos de una demagogia surgida de lo más populachero e irresponsable de la tradición política española. Más de la mitad del censo constaba como población rural. Un lastre decimonónico trababa los pies a las reformas más razonables. El capitalismo estaba en fases evolutivas que ahora han logrado el despegue de un crecimiento económico muy notable. Todo eso era 1936, con el anarquismo pujante, núcleos de derecha involutiva, anticlericalismo, sedición en el PSOE.
Eso no es legítimamente comparable a este año de 2007. Aun así, con pesadumbre o con cierta predisposición de ánimo, algunos se espantan o espantan con la pretensión de que más de setenta años no son nada, de que vamos a volver a las andadas, de que hemos aprendido muy poco. En la operación -curiosamente- no está como vanguardia aguerrida una selección de las clases pasivas y de las capas prejubiladas. El mantenimiento del fuego sagrado -fuego con poca luz y mucho humo- corre a cargo de intelectuales medios o de un cierto «lumpenproletariat» cultural que ya echaron al vuelo las campanas del desencanto, muy pronto cansados por el ritmo portentoso de la Transición, huérfanos de la evolución permanente en un país que optaba por las libertades y la estabilidad, por mirar hacia atrás sin ira. Mientras tanto, la sociedad española en su conjunto había salido de un régimen autoritario, buscaba la trama institucional más hacedera y libre, superaba hondas crisis económicas, pactaba los términos de la paz social, redactaba la Constitución de 1978. ¿Qué aportaron entonces los derrotistas, los agoreros, los apocalípticos? Se tumbaron en el diván del desencanto como ahora otros velan armas al alba decrépita e imposible de un reencuentro psicodélico con 1936.
vpuig@abc.es

No hay comentarios: