jueves, febrero 22, 2007

Ferrnd, El monasterio sin monjes

jueves 22 de febrero de 2007
El monasterio sin monjes

M. MARTÍN FERRAND

YA valorábamos aquí el pasado sábado la oportuna decisión de Mariano Rajoy de hacer, comarca a comarca, una tournée por las que integran el mapa de Cataluña. En los últimos años, desde la fulminación aznarí de Aleix Vidal Quadras, el PP no ha estado muy fino en su actuación en ese territorio, como demuestra el retroceso numérico de su representación en el Parlament. La excursió de Rajoy comenzó por el histórico monasterio de Poblet. Algo que, como suele ser en el partido monopolista de la oposición, está tan bien visto como mal ejecutado. El líder del PP, amablemente atendido por el prior del monasterio, en ausencia del abad, recorrió unos muros vacíos de monjes, que son, tanto como las piedras y la tradición, quienes le dan sentido a tan notable cenobio.
La comunidad titular de Poblet, según parece, tiene la costumbre, del mismo modo que los seglares celebran el carnaval, de salir de excursión el martes previo al miércoles de Ceniza y así, mientras Rajoy les visitaba en su sede, ellos gozaban de la naturaleza en Castellfolit de la Roca, una pieza rústica del patrimonio clásico de los monjes cistercienses. Nadie, empezando por Josep Piqué, podía haber concertado esta simbólica visita con menor fortuna y menos cuidado de los detalles. Se frustró la fotografía del líder con una relevante comunidad y hubo que sustituirla por otra en la que el prior le cede su derecha a un gallego de tan intensa finura y tan fina sutileza que los comunes no somos capaces de advertirla.
El pretexto de la escala en Poblet, reconvertida en turística por las circunstancias, era la visita al Archivo de Josep Tarradellas, allí depositado. También eso estaba bien visto. Tarradellas, que estuvo cuarenta años pensando los detalles de su retorno a Cataluña y España, fue, por talento y generosidad, uno de esos santos laicos que tanto escasean en nuestra vida pública. Fue uno de los cuatro o cinco, y no el menor, de los pilares que sostuvieron en pie la difícil ceremonia de la Transición: una lección viva y ejemplar de pragmatismo y consenso que, desgraciadamente, no se perpetúa en la conducta de sus sucesores.
El integrador espíritu de Tarradellas del que, al parecer, nadie se siente depositario -y mucho menos sus conmilitones de ERC-, es una de las piezas que hoy, por la derecha y por la izquierda, se echan a faltar en nuestra vida política. Bien está la confrontación de las ideas (?) e, incluso, su extralimitación con fines electorales; pero la ciudadanía, sus inquietudes y sus demandas, es lo que verdaderamente importa. El buen trabajo de los partidos ha de tener, para justificarse, la intención representativa de la voluntad de sus seguidores y votantes y el rigor en el cumplimiento de los programas electorales. Poco hay de eso. Todo son gestos y así se termina visitando Poblet cuando no hay monjes. O viceversa.

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