jueves, febrero 22, 2007

Muerte en Afganistan

jueves 22 de febrero de 2007
Muerte en Afganistán
CON muy pocas horas de diferencia, ayer fallecieron en Afganistán la soldado española Idoia Rodríguez Buján y un marine británico cuya identidad no fue desvelada por las autoridades correspondientes. La realidad es demasiado evidente para que se pueda disimular la gravedad de la situación hacia la que se encamina aquel país asiático. Para los militares españoles, esta es la segunda baja en circunstancias similares en los últimos meses, pero el enésimo ataque que sufren por parte de los terroristas de Al Qaida que intentan a toda costa impedir que Afganistán salga de las tinieblas de la Edad Media. El ministro de Defensa tenía razón cuando decía que las señales de alarma en el sur de Afganistán inducían a confusión, porque las provincias del oeste -donde están desplegados los soldados españoles- han dejado de ser una zona segura, como erróneamente se llegó a pensar. Cuando se les acosa en un sector, lo lógico es que los terroristas se desplacen allá donde piensan que pueden hacer más daño, como así ha sido.
Recientemente, el Gobierno tomó la decisión de renunciar a aumentar su contribución a la misión en Afganistán, lo que habría permitido asumir por primera vez el mando de las operaciones internacionales a oficiales españoles de Estado Mayor. Es evidente que en las actuales circunstancias se impone una reflexión más audaz por parte del Ejecutivo, teniendo en cuenta que la situación sobre el terreno exige un compromiso cada vez más explícito con el factor militar de nuestra presencia en aquel territorio: los soldados españoles que cumplen su misión en Afganistán lo hacen bajo la doble encomienda de las Naciones Unidas y del Gobierno afgano, y no cabe ninguna duda sobre la legalidad de su trabajo desde cualquier punto de vista; en cuanto al apoyo popular, éste es innegable, excepto para aquella minoría de radicales empeñados en volver a hacer del país un territorio al margen de las leyes civilizadas. El Gobierno tiene también toda la comprensión del principal partido de la oposición, lo que le deja el campo libre para hacer un mayor esfuerzo en beneficio de la misión aliada en Afganistán, en la que está formalmente comprometido.
Sin embargo, el Gobierno ha preferido hasta ahora mantener una posición tímida y lo más discreta posible, tal vez por el peso de su abrupta decisión sobre nuestra presencia en Irak. Y haría mal si no separase una cosa de la otra y se atreviera a sacar las conclusiones que impone la propia realidad en Afganistán, porque de otro modo puede caer presa de una dinámica política muy peligrosa. El primer ministro italiano, Romano Prodi, lo sabe perfectamente, porque ayer tuvo que hacer frente a una crisis de gobierno debida, precisamente, al triunfo de las posiciones maximalistas de ciertos aliados políticos, que han decidido dejar de de apoyar la presencia de soldados italianos en Afganistán y se proponen dificultar el estratégico despliegue en el Líbano. Esos militares italianos que ciertos sectores políticos romanos desean ver fuera de Afganistán son los que la soldado Rodríguez Buján y sus otros dos compañeros de armas heridos estaban protegiendo en esta trágica misión. Parece necesario que todos los aliados dejen de utilizar en política interna la labor de los militares en misiones internacionales.
La única manera de dar sentido al sacrificio de la soldado Idoia Rodríguez es reafirmar los principios que ella defendió con su presencia allí. La fuerza de estabilización en Afganistán es una misión de la OTAN, y debemos estar orgullosos de que sea la Alianza Atlántica la que ayude a los afganos a buscar su propio camino entre las naciones libres y democráticas, en lugar de seguir haciéndolo con disimulo, anclados en los rancios prejuicios ideológicos de otros tiempos. Nuestros soldados nos representan allí, y con su sacrificio están dejando una noble huella que tarde o temprano dará su fruto. Cuando los afganos recuperen la paz y la estabilidad, el nombre y la bandera de España formarán parte de la historia de aquel país y el recuerdo de los caídos tendrá siempre un puesto de honor entre los afganos, que conocerán los colores de un país lejano del que vinieron hombres de paz para ayudarles.

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