viernes 9 de febrero de 2007
Libertad, prudencia, respeto
MANUEL RODRÍGUEZ RIVERO
POR MANUEL RODRÍGUEZ RIVERO
LA noticia de la muerte «en extrañas circunstancias» -qué alarmante resulta a veces la cautela- de Érika Ortiz, cuñada del Príncipe de Asturias, ha coincidido con la de la apertura en París del juicio contra la revista Charlie Hebdo, promovido por la Unión de Organizaciones Islámicas de Francia con motivo de la reproducción en el semanario satírico de las caricaturas de Mahoma que tanto indignaron a los creyentes musulmanes de todo el mundo. Dos noticias muy diferentes, pero que, directa u oblicuamente, plantean importantes cuestiones en torno a los límites de la libertad de expresión y al difícil equilibrio que, al menos en las sociedades abiertas, es preciso establecer entre la información y el agravio.
En el primer día del proceso contra la revista francesa las tomas de posición de los líderes de la izquierda y la derecha moderadas han sido valoradas como nítidas defensas de la libertad de expresión, lejos ya de la ambigüedad mostrada por Chirac cuando estalló el escándalo. Incluso Sarkozy, flamante candidato conservador a las próximas elecciones, ha llegado a decir que prefiere la abundancia de caricaturas a su ausencia. Todo un síntoma de una firme actitud compartida en defensa de principios puestos a prueba en numerosos regímenes democráticos por la presión chantajista del islamismo radical. La acusación de «islamofobia», o la manipulación oportunista de las leyes antirracistas, esgrimida ahora por los demandantes con el pretexto de «injurias públicas hacia un grupo de personas en razón de su pertenencia a una religión», no deben servir para camuflar la trascendencia de lo que está en juego.
En el caso del fallecimiento de la hermana de la Princesa, una persona privada cuya relación con la realeza es indirecta, contingente y no buscada, las dos familias unidas por la tragedia han solicitado desde el primer momento, y con igual énfasis, prudencia y respeto hacia los suyos. No silencio, ni mistificación, sólo lo mismo que pediríamos usted y yo para los nuestros. Un ruego que ayer no fue atendido más que parcialmente, si atendemos a la repulsiva bacanal de especulaciones, sobrentendidos y morbo que se organizó en algunos programas de televisión tan pronto se conoció la infausta noticia. Y que subrayó simbólicamente la desproporcionada presencia, merodeando en las alturas, de un helicóptero de la televisión que pagamos obligatoriamente todos los madrileños. El fallecimiento -aún en el caso de que se hubiera tratado de una muerte más o menos conscientemente buscada- de la más joven de las hermanas de doña Letizia es un asunto única y dolorosamente privado. Y la comprensible curiosidad hacia una persona conocida no debiera servir de patente de corso para que los medios entraran a saco en su intimidad -y sus razones- con el único propósito de no perder cuota de audiencia.
Quizás en cada uno de los casos mencionados el límite a la libertad de expresión tenga que ver con lo que el director de Charlie Hebdo quería decir cuando explicaba que las caricaturas del escándalo «aludían a ideas y no a personas». En las democracias las ideas pueden ser objeto de crítica, incluso de burla o de sarcasmo. A este periódico que usted está leyendo y en el que yo escribo no le hacen gracia, pongo por caso, las burlas a la Monarquía. Pero no puede evitar que a otros sí. Con los límites, claro, que marca el Código Penal y la interpretación de los jueces. Pero las personas son más frágiles y vulnerables que las Instituciones, las ideas y las religiones. Para protegerlas -especialmente cuando jamás han coqueteado (ahora sí, ahora no) con su notoriedad en los medios-, es legítimo, además de apelar a la ley, solicitar a los «notarios» de la prensa «prudencia y respeto». Y es que, como sugería un comentario editorial de ayer, la libertad de expresión no tiene por qué estar reñida con el «afecto de la discreción». Ni con el luto.
viernes, febrero 09, 2007
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