viernes, febrero 09, 2007

Camacho, Espinilleras bajo la toga

viernes 9 de febrero de 2007
Espinilleras bajo la toga

IGNACIO CAMACHO
POR IGNACIO CAMACHO
SI en vez de fiscal hubiese sido futbolista, Mariano Fernández Bermejo sería uno de esos defensas centrales leñeros, expertos en la marrullería y el juego duro, a los que no hay patada que no les guste ni codazo que les parezca inoportuno. Un «stopper», que dicen los británicos. Esa clase de jugadores intimidatorios, hoscos y amenazadores que los entrenadores quieren en los partidos difíciles, hirsutos, de pierna fuerte y dientes apretados, de campo embarrado y ambiente hostil. Justo como se le había puesto a Zapatero el panorama judicial, con el «proceso» embarrancado, los magistrados rebeldes a las consignas, el Consejo en mayoría conservadora y con la renovación atascada, Bermúdez al frente de la Sala del 11-M y el pleno de la Audiencia Nacional refractario a las «razones humanitarias» de De Juana Chaos. Un encuentro cuesta arriba que López Aguilar, hombre de modales delicados y más estilista que fajador, no encontraba manera de enderezar metiendo en cintura a los jueces. El punto de no retorno ha sido la recusación de Pérez Tremps en el Constitucional, tarjeta roja que deja el Estatuto catalán en el alero y pone en peligro serio el resultado del partido. Así que el míster ha mirado el banquillo, donde Bermejo se comía las uñas, y le ha mandado quitarse el chándal.
-Mariano, sal y empieza a repartir leña, que nos comen por sopa. Aquí está haciendo falta un poco de estopa para imponer respeto.
Y ahí está el hombre, con su currículum de tobillos rotos y favores prestados, dispuesto a hacer la raya y acabar con el cachondeo, formando tándem con su amigo y colega Conde Pumpido. He ahí una pareja idónea para el consenso. El presidente ha decidido abordar el tramo final de la legislatura jugando al límite del reglamento. De boquilla pide árnica, unidad, talante y juego limpio, pero ha optado por convertir la justicia en un campo de batalla. Y ha buscado al tipo más bronco que tenía cerca para cavar trincheras y defenderlas a bayoneta calada. Un ministro para la guerra, enemigo político declarado de la derecha, ajustador de cuentas, sectario y expeditivo, capaz de pedir la prisión a Mariano Rubio para aliviarle a González la quemazón de las manos que había puesto en el fuego por su honradez, y de tirarle una tarascada en forma de querella al ministro Michavila. Un dóberman de la fiscalía al que no le va a temblar la mano a la hora de levantar un teléfono y transmitir una consigna de cumplimiento obligado, sí o sí. Veremos lo que tarda en sustituir a Pérez Tremps por algún mesnadero sin fisuras.
Se acabaron las contemplaciones, los titubeos y el «fair play». Urgido por el marcador en contra, Zapatero ha soltado en el campo a un reputado leñador con brillo en las pupilas. A partir de ahora los jueces harían bien en llevar espinilleras debajo de las togas.

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