miercoles 7 de febrero de 2007
Piedad y compasión
JUAN BAS j.bas@diario-elcorreo.com
Paz, piedad, perdón», pidió Manuel Azaña en el famoso discurso de 18 de julio de 1938 en Barcelona, a los dos años exactos del comienzo de la guerra, cuando a la República le quedaba ya poca posibilidad y esperanza de vencer al fascismo.Paz, está claro: ausencia de guerra, incluso de la que sólo existe dentro de las cabezas de los fanáticos. Perdón; otorgarlo es a veces más facultad de dioses que de hombres. Es muy difícil conceder el perdón de verdad y exculpar a través del mismo -la confesión de los católicos y su valor absolutorio me parece un tibio apaño-, sobre todo cuando el ofensor no lo pide. Sin embargo, la piedad precisa menos matices, es necesaria siempre. Una sociedad ajena a la compasión está envilecida y su embrutecimiento la devorará; un individuo carente de piedad es un ser humanamente muerto: una bestia.Recordé las tres pes de Azaña al enterarme del comentario que había hecho un imbécil despiadado. Se trata de uno de esos tipos de vida muy fácil y tan estúpido que ni siquiera es capaz de darse cuenta de que es una mala persona. Dijo que no le extrañaba que las víctimas del atentado de Barajas fueran dos ecuatorianos. «Esa gente son tan vagos que aprovechan cualquier sitio y momento para quedarse dormidos».Cuántas cosas indica esa desgraciada apreciación con falta de sintaxis, y ninguna buena. Qué valores éticos puede inculcar a partir de esa valoración un tonto de corazón tan duro a sus hijos. Cómo podría extrañarse -es posible que no lo hiciera- ni reprocharles nada si apalean a un pobre, lo graban en vídeo y se parten de risa. Qué desprecio supone el puto comentario, qué asqueroso racismo, clasismo y superioridad sustentada tan sólo en el dinero obtenido sin esfuerzo.Compadecer es afligirse por el dolor ajeno y si se puede, restañarlo, aliviarlo. Somos demasiado egoístas para eso y a nadie se le pide actuar como Teresa de Calcuta. Pero al menos sí es demandable la piedad: la capacidad de conmoverse por ese dolor, de respetar y comprender la desgracia del otro. Sin denigrarla, como hizo ese malnacido.Creo que poco valor da a la piedad esta sociedad en la que a los que más se ve y se oye, porque gritan, es a los idiotas y los infrahombres. La piedad es antigua y poco 'glamourosa'. Tiene escaso valor y no está de moda, como todo lo que no es rápidamente fagocitable ni consumible ni parece que proporciona bienestar y placer.John Donne, el gran poeta inglés del siglo XVII, escribió los célebres versos: «La muerte de cualquier hombre me disminuye, porque estoy ligado a la Humanidad; por consiguiente, nunca preguntes por quién doblan las campanas; doblan por ti». Hoy en día, es probable que ni se los habrían publicado.
martes, febrero 06, 2007
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