jueves, febrero 22, 2007

Joan Pla, Retorno fugaz al barrio de las maravillas

viernes 23 de febrero de 2007
Retorno fugaz al barrio de las maravillas
Joan Pla
N O quiero, por nada del mundo, pasarme los últimos años de mi vida encabronado o enemistado con mis vecinos y compatriotas. Digo, como el Pascual Duarte de Cela, que " Yo, señor, no soy malo, aunque no me faltarían motivos para serlo..." Decía Parra el otro día que me ha tocado vivir entre lobos. Parra es un escritor de hoja perenne y sabe que, salvo que me de un patatús y me vuelva imbécil, no dejaré de creer que sólo el que se santifica en la verdad alcanza el don de la libertad, tan humano y tan divino. Todos, desde el más viejo hasta el más joven, empezamos ahora a vivir los últimos años de nuestra vida. He escrito una carta a una gran dama, que no es vicepresidenta, ni princesa, ni reina, ni ministra, pero que me tiene enamorado, y le he dicho, entre otras cosas que ha llenado con su vida y con su obra escrita todo el siglo XX, que ya empieza a ser, alabado sea Dios, un tiempo lejano. Ella nació en 1898 y se fue para siempre en las postrimerías del siglo XX, a pique de cumplir cien años de apasionado amor al Arte y de constante trabajo. Los Reyes de España fueron a visitarla a la clínica y a felicitarla por la medalla al mérito de las Bellas Artes que le acababan de otorgar. Don Juan Carlos quedó como un señor cuando dijo que la quería mucho y que había leído todos sus libros. He pronunciado su nombre en una reunión de la comunidad de vecinos y quince de los dieciséis que éramos no habían oído hablar de ella nunca. Me estoy refiriendo a la escritora Rosa Chacel, a la que quiero y admiro desde hace bastantes años. En realidad, la comunidad conoce más a los que roban y perjudican a los demás que a aquellas otras personas que, como ella, lo dan todo y enriquecen para siempre con sus obras al conjunto de la sociedad. Es una extraña ley que gravita en el puro centro del corazón humano. Empezaba el verano de 1994. Estaba ya en la curva vertiginosa de los cien años y su carrera había sido espléndida. Vencedora del exilio y de los males de la política era la llama viva del espíritu y el afán de perfección en sus escrituras de cada día, incansable como una obrera ferviente de la revolución e ilusionada como una santa novicia de la santidad o de la utopía. La habíamos conocido y la habíamos tratado en Madrid, poco después de la muerte de Franco, cuando se le concedió el Premio Nacional de la Crítica, en 1976. Empezaba el verano de 1994, apenas veinte años después de su retorno, cuando sonó su hora definitiva. Nos dijo adiós con la misma humildad y con el mismo sosegado silencio con que había vivido sus 96 años, siempre lejos y siempre en la cercanía más íntima de nuestra profesión de escritores. Con todo, los que somos treinta o cuarenta años más jóvenes que ella, hemos tenido la suerte de tenerla otra vez entre nosotros durante sus últimos veinte años de vida y ella, con sus setenta y ochenta y noventa primaveras en flor, ha sido nuestro estímulo más eficaz, alzándose con los mejores y más resonantes premios del país: el de la Crítica a los 78 años, el de las Letras a los 89 y el Castilla y León de las Letras a los 93, una edad en la que se mantenía físicamente como una flor. Cuando volvió a España, bullía en el ambiente la euforia general de lo que dimos en llamar las "libertades conquistadas". En mi carta, le digo textualmente a Rosa Chacel: "Tú me dijiste una grandiosa y sencilla verdad: La libertad no se conquista. La libertad se nos da como una gracia divina, a veces sin merecerla…" Yo le había dicho por escrito a Rosa: "He comprendido muy bien por qué, cuando contemplábamos, desde los visillos de tu escritorio madrileño las algazaras democráticas del 77, cuando entró la UCD al poder, cuando compartíamos los gozos del 78, al aprobarse la Constitución, o al oír en plena calle y ante una inmensa multitud los discursos patrióticos de Rosa María Mateos, la presentadora de Televisión, clamando "libertad, democracia y constitución", después de lo de Tejero, el 28 de febrero de 1981, se dibujó en tus ojos la frase del filósofo: "No es eso, no es eso..." De hecho, tú sabías, mejor que nadie, que la libertad no se alcanza en las manifestaciones y en los discursos de campaña electoral, sino en el trabajo personal y en las actitudes de cada día. Traías sobre tus nobles huesos de exilada política toda la libertad que nosotros propugnábamos y cantábamos - "libertad sin ira, libertad" - a la dulce sombra centrista de Adolfo Suárez y de los nuevos padres de la Patria. Cayeron Suárez y sus dos sucesores, llegó Felipe con olor a cambio y a innovación, pero bastaron diez años, para que la rosa se marchitase en las manos de algunos socialistas corruptos. Siguieron Aznar y Zapatero sembrando los vientos que hoy recogemos como tempestades." Pese a todo, el ejemplo de Rosa siempre se mantuvo incontaminado, porque, cuando parecía que le íbamos a ganar la partida los más jóvenes, reaparecía ella con su restallante juventud de espíritu y se iba a por el doctorado honoris causa a la Universidad de Saint Louis, con sus 94 años trepidantes y gozosos. A veces, cuando uno se enardece escribiendo y trata de recrear el ímpetu y la intemperancia de los años mozos, lo que se llamaba en otro tiempo la "garra" y que no era otra cosa que la expresión instintiva del pensamiento inmaduro, considera el valor definitivo de su ejemplo, cuya esencia radica en el afán de perfección en todo lo que escribe, huyendo voluntariamente de lo anecdótico, de lo tópico, de lo convencional, para adentrarse poco a poco, palabra por palabra, en el interior de las almas, sin olvidar que incluso las cosas de sus libros tienen alma, como aquel tranvía de la calle de Alcalá de sus años mozos que "tarda" como un novio malandrín en llegar a la cita y que, como ella bien dice, "se diría que cabecea" al ponerse en marcha. La modernidad de sus novelas: Alguien ha escrito que el fulgor de los escritores de su generación, que es la del 27, y la precisión y belleza del pensamiento y de la prosa de Ortega y Gasset han eclipsado la aparente levedad popular de sus contenidos literarios. Alguien ha creído que su novela es costumbrista, porque se ha guiado por los títulos y por la nota de las solapas comerciales que ponen los editores, aunque las escribamos, en la mayoría de los casos, los propios autores. Sé de uno o, mejor dicho, de doce colegas que, al presentar sus libros, se marcan unas recensiones de solapa que quitan el hipo. He aquí un ejemplo textual: "El autor de esta novela ha mantenido una lucha total contra la mediocridad de su país, de su gente, de su circunstancia. En esa lucha ha encontrado su estímulo y el fruto ha sido esta espléndida novela que el buen lector tiene ahora en sus manos. En ella se conjugan el escepticismo y la ternura, la ironía, a veces cruel, y el amor a lo humano. Es, sin duda, la mejor novela del año..."(Véase la solapa de la novela "Maremagnum", premio Aguilas de 1972. Semejante farol me lo marqué yo mismo, diciendo que la mejor novela del año era, sin duda, la mía…Que Dios y el buen lector me perdonen. Hablo de un tiempo en que los de "Pueblo", empezando por Emilio Romero con su "Planeta" del 57, "La paz empieza nunca", Martínez Garrido, Carrascal y yo, modestia aparte, nos llevábamos todos los premios importantes del país. Después subieron al ring de los novelistas Martínez Reverte, Arturo Pérez Reverte, Rosa Montero, Raúl del Pozo, Carmen Rigalt y Jesús María Amilibia que también estaban en "Pueblo". Lo de Vicente Romero, que tenía entonces un ojo azul y otro verde oliva, no era novela, sino teatro. He aprendido de Rosa Chacel que nunca hay que echarse atrás, aunque tengamos la edad de Matusalem. ¿Qué le ocurre al ser humano – preguntaba ella - cuando toma conciencia de que existe y de que esta vida es muy breve ? Esa es la gran pregunta que germina todas sus novelas. Habla del "Barrio de Maravillas", donde pasó su infancia madrileña, y lo único que cuenta es lo que les pasa en la conciencia a Isabel y a Elena, dos personas distintas y una sola naturaleza humana, que es la suya, personal e intransferible. Sólo he encontrado en ese barrio entrañable de Maravillas, que ahora se llama de Malasaña, un dato real y costumbrista: la farmacia de la esquina, donde las madamas se compraban los polvos de litines y la magnesia para desengrasar la gravedad o la gravidez del cocido abundante. Yo salí de ese barrio hacia la iglesia donde me casé, dormí mi última noche de soltero en el barrio de Maravillas, en la calle Ruiz, concretamente. Y allí estaba también la "boite" donde Bonet de San Pedro cantaba "casitas muy blancas, cual copos de nieve..." y el marqués de Villaverde bailaba apretadito con la hija de Franco. Tiempos de Rosa Chacel, más rosa que todas las rosas moribundas del presente obrero socialista español. Mientras escribía este artículo, me he asomado un par de veces a la televisión y he visto a los colegas predicadores hablando de jueces y de terroristas. También he visto a Hilario, con su pelo caoba, su voz de caverna y sus arrugas de árbol viejo, al gordo Amilibia, a la flaca Pilar Eire y al púgil Jimy hablando de Maribel, esto es, de la Pantoja. Por lo tanto, apaga y vámonos. Hasta luego.

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