jueves, febrero 22, 2007

Ignacio San Miguel, Los caballero asesinos y Borges

viernes 23 de febrero de 2007
Los caballeros asesinos y Borges
Ignacio San Miguel
N O sé en qué quedará la petición de extradición a Argentina por parte del Gobierno español, de cuarenta miembros del régimen dictatorial establecido entre 1976 y 1983, entre ellos Jorge Videla, Emilio Massera, Antonio Bussi y Alfredo Astiz. El tema de los desaparecidos sigue coleando. Es lógico que así sea. No se puede asesinar a miles de personas y pensar que se olvidará pronto la masacre. A mí me hace recordar también la forma en que estos personajes engañaron a mucha gente sobre su propia condición. Es más, hasta es posible que muchos de ellos (Videla, por ejemplo) estén engañados sobre sí mismos. Porque la psicología humana es misteriosa y tortuosa. Jorge Luis Borges fue uno de los engañados. Un periodista de “Cambio 16” lo entrevistó en 1976 en su pequeño piso sexto de la calle Maipú. Allí, mientras consumía su modesta cena (un plato de queso con pan y algo de arroz cocido, siempre tan original) en un comedor de estilo decimonónico según el periodista, fue extendiéndose sobre sus motivos de odio al peronismo que, fundamentalmente, podrían resumirse en su chabacanería, en su falta de clase. Esto es lo que siempre le había desagradado en este movimiento, personificando esta vulgaridad en sus máximos dirigentes, Perón y su esposa. Los odiaba a muerte. Claro que también estaba el terrorismo, en el que tenía su parte el peronismo de izquierda. En los últimos años, las víctimas mortales provocadas por los Montoneros (peronistas) ERP (extrema izquierda) y Triple A (extrema derecha) ascendían a unas 1.500 anuales. Para Borges las cosas estaban claras sobre el nuevo gobierno militar: -Mire –le dijo al periodista-, creo que debemos hacer todo lo posible por defender este gobierno que, al fin de todo, es un gobierno de militares, de caballeros, que son gente decente, que no han llenado la ciudad de retratos, que no hacen propaganda. Los terroristas no respetan los derechos humanos, todos los días cometen asesinatos, arrojan bombas. Todo argentino debe sentirse agradecido a estos militares. ¿Si no, qué puede esperarnos otra vez? La infamia, la ignominia, el caos y el comunismo nuevamente. Pasaron los años a partir de esta conversación y las firmes convicciones de Borges comenzaron a resquebrajarse. Cada vez resultaba más claro que los caballeros militares se habían convertido en caballeros genocidas. A la Escuela Militar de la Armada (la siniestra ESMA) dirigida por Emilio Massera, llegaba mucha gente detenida, a la que se torturaba y asesinaba. El método más utilizado consistía en drogar a los detenidos, meterlos en aviones y lanzarlos a las aguas del océano desde gran altura. A las mujeres embarazadas se les dejaba que dieran a luz antes de transportarlas a la muerte. Los militares se quedaban con las criaturas que eran entregadas para su adopción y crianza a su propia gente. Se calcula el número de asesinados entre 10.000 y 30.000. No hubo juicios, a diferencia de la represión franquista de 1939-1945. Sin duda, Franco era más civilizado que estos militares. Pero esta circunstancia abona también la idea de que en muchos (quizás muchísimos) casos no había crímenes de qué acusar; únicamente ideas. Se trataba, pues, de eliminar ideas mediante la desaparición física de quienes las sustentaban. Y esto había que hacerlo a ocultas, a espaldas de la opinión pública. Fue un crimen bajuno, una gran obscenidad homicida. A destacar que la mayor parte de la Iglesia católica argentina apoyó más o menos explícitamente a la dictadura militar. Pero no hay que extrañarse, porque la Iglesia tiene también sus cloacas, de una tendencia o de otra. En este caso, de la tendencia integrista llevada al paroxismo criminal. Borges no era creyente, aunque uno de sus más dilectos escritores fuese el católico G. K. Chesterton. Borges era un hombre civilizado y conservador, y tanto más civilizado cuanto más conservador. En un hombre así no caben las aberraciones religiosas ni las histerias militaristas; y el valor de la vida de un hombre no se devalúa porque tenga ideas de izquierda. Le costó despegarse de su adhesión inicial, pero lo hizo. En 1980 firmó una solicitud, junto con Ernesto Sábato, Raúl Alfonsín, Adolfo Bioy Casares, Carlos Menem y otros, publicada en el diario “Clarín” en la que se pedía noticias sobre los desaparecidos. En 1981 firmó otra solicitud en el mismo sentido, en el mismo diario, y en compañía de apellidos correspondientes al campo de la política, la cultura, el periodismo. En varias ocasiones declaró que en la Argentina se había pasado de “un terrorismo sonoro a un terrorismo clandestino.” También proclamó que todos “tienen derecho a defenderse, tienen derecho a un fiscal, al menos”, pues por el camino que se seguía, se podía razonar que “si vamos a asesinar a los asesinos, también tendremos que devorar a los caníbales”. Sí, le habían decepcionado profundamente. La misma Argentina había acabado por desanimarlo, pues no se correspondía con el país ideal que él había acariciado en su mente; y cuando se sintió morir, prefirió acabar sus días en Suiza. Aquellos locos homicidas habían manchado los valores que decían defender, y lo que vino después de su caída tampoco acababa de convencerle. Era un hombre civilizado, conservador, refinado, de gustos literarios exclusivistas donde predominaba lo anglosajón. Si no fuera porque los clérigos se creen asistidos por el Espíritu Santo en todo momento, muchos de ellos deberían aprender de él. ¿Cómo, clamarán escandalizados, aprender de un laico escéptico, descreído? Deberían contemplarse serenamente a sí mismo antes de escandalizarse. Borges odiaba el fascismo y el comunismo, así como despreciaba al hombre humillado y convertido en un pacífico cordero. Los clérigos de que hablo se inclinan entusiasmados por cualquiera de estas alternativas, según las circunstancias históricas. En la Argentina de aquellos años no les pareció mal el fascismo criminal. En la España actual se apuntan al pacifismo baboso, amoroso y degradante. Pero ya he dicho que Borges era un hombre civilizado y equilibrado, muy lejos de esas desviaciones degenerativas de la mente que afectan a los clérigos mencionados y a otros locos. ¿Era, por tanto, sólo un ejemplo en el ámbito literario? ¿No lo era también en el terreno personal y como ciudadano?

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