jueves, febrero 22, 2007

Carmen Planchuelo, La cajita secuestrada

viernes 23 de febrero de 2007
La cajita secuestrada
Carmen Planchuelo
M E dirigí a ustedes por primera vez para hablarles de las sonrisas de Sole: unas picaronas, otras melancólicas pero siempre sonrisas que le alegraban la cara y de paso el corazón al hacerle recordar su juventud. Para mí las sonrisas eran motivo de alegría, orgullo y reflexión. Les explicare: De alegría porque nada es más grato de contemplar que el nacer de una sonrisa, ver como los labios se abren, se extienden y la cara de la persona sonriente se ilumina, se va a otro mundo de recuerdos felices y eso es percibido por quien las contempla. Mientras Sole reía era feliz y por un momento desaparecían los nubarrones de su vida. De orgullo, pues si, para que vamos voy a negarlo y jugar a las falsas humildades; Sole se reía y era yo la que la ayudaba a encontrar aquellos momentos de su vida motivo de sonrisa: el ex ministro casanova, los antiguos novios un poco canallas, el amor de su vejez tan encantador, tan cariñoso, tan galante que le hizo volver a sentir las ilusiones del amor. De reflexión sobre qué cosas nos hacen reír, cuáles sólo sonreír, cuáles perduran en el tiempo medio olvidadas y un día alguien nos las recuerda y como por arte de magia, despiertan transformadas en risa. Sobre risas y sonrisas hay mucho escrito –como de casi todo- pero caigo en la tentación de recomendarles que rían y sonrían, que se dejen llevar y que regalen a los demás el encanto de un sonrisa sincera, pícara o divertida. Si va a ser cáustica, irónica o traicionera pues mejor se ahorran el esfuerzo. Pero en fin, yo hoy me acerco a ustedes para contarles cómo fue la última sonrisa de Sole y no para hacer psicología trucha que dicen mis amigos australes. Hace algo mas de un mes, mi muy querida amiga, sonrió por ultima vez. Lo hizo detrás de una mascara de oxígeno, para que un poco de aire llegara a sus muy machacados pulmones. Durante los días que duró su dura agonía, que supongo todas lo son, pase momentos a su lado tratando, en la medida de lo posible, que mi cháchara la distrajera de sus dolores. Con la ayuda de los calmantes-como aliados- alguna vez lo conseguí. En los breves instantes en que la enfermedad no la acuchillaba, Sole clavaba en mi sus ojillos pequeños y con restos de vida, yo observaba como un cazador la aparición de la presa perseguida: su sonrisa. Y un día la vi surgir y quedarse aleteando detrás de la máscara de plástico, esa fue para mí, la última, la que pude constatar, pero sé que hubo otras durante los días de su enfermedad que fueron para su último amor, ese que le hizo la vida feliz, le compensó de las amarguras pasadas y que le hizo volver a reconciliarse con lo que ella llamaba “los chicos”, mientras cariñosamente –él-la llamaba “brujilla”. Sole ha dejado de reírse, al menos en este mundo, posiblemente en el Paraíso, a donde va la buena gente, ría a mandíbula batiente y desde luego motivos no le faltaran: al último adiós acudimos sólo los que ella quería y, aquellos que a su muerte esperaban seguir desvalijándola de sus escasas posesiones, se han encontrado con algo peor que la cajita vacía: cajita “retenida”en espera de que la ley dictamine. Ya sé que hacer mención en estas circunstancias tristes del dicho popular de qué “quien ríe el último, ríe mejor”, es un poco macabro, impropio y poco serio, pero qué quieren que les diga, es lo primero que me vino a la cabeza al enterarme de la historia de la cajita secuestrada y espero de todo corazón que el escaso contenido del humilde joyero de Sole, llegue sólo a las manos que la acariciaron al despedirse de la vida. Que así sea.

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