jueves, febrero 22, 2007

Camacho, Razones para no dimitir

febrero de 2007
Razones para no dimitir

IGNACIO CAMACHO

A la hora que es, la ministra de Sanidad aún no ha dimitido. Incluso ha dicho que no piensa hacerlo, lo que en política quiere decir «por ahora», como señalaba Romanones. Total, por qué va a renunciar, si sólo la ha desautorizado el presidente del Gobierno. Si sólo ha cabreado a todo el sector vitivinícola español. Si sólo ha identificado al vino con una droga. Si sólo ha unido en su contra a los presidentes de autonomías del PSOE y del PP. Si sólo se ha empeñado en penalizar a uno de los productos españoles de más éxito económico y social. Si sólo ha provocado pánico electoral en el PSOE a una movilización masiva de agricultores y bodegueros. Si sólo le han obligado a retirar su ley estrella.
Dimitir es cosa de cobardes. Antonio Asunción, aquel ministro de Interior que dimitió porque se le fugó Luis Roldán, era un pusilánime. Y Corcuera, que se fue porque los tribunales le echaron abajo la ley de la «patada en la puerta», estaba demasiado quemado. Y Pimentel, que se largó porque Aznar no escuchaba sus criterios sobre inmigración, gastaba fama de caprichoso y soberbio. Los ministros (y ministras, claro) serios no dimiten. Con el trabajo que cuesta llegar a un Ministerio, por favor. Aunque se trate de un Ministerio sin competencias, sin nada que gestionar. Aunque sea un Ministerio de Sanidad que no puede tomar decisiones sobre un solo hospital ni un mínimo ambulatorio. Aunque no exista en él otra tarea notable que redactar normas genéricas y proyectos de ley para acabar envainándoselos por orden presidencial.
Si fuese por la oposición, por la prensa, por la opinión pública, los ministros (y ministras) estarían dimitiendo todo el rato. No hay nada que le guste más al pueblo que una dimisión, carnaza para las fieras. La gente no tiene ni idea de salud pública, ni de los criterios de la OMS, ni toma en consideración el bienaventurado esfuerzo que algunos gobernantes, como la señora Salgado, hacen por el bienestar común. Algún día le agradeceremos que nos haya prohibido fumar, y más pronto que tarde nos arrepentiremos todos de este fiasco de la ley del Alcohol, que sólo trataba de regular otra plaga social. Lo que pasa es que éste es un país chapado a la antigua, un país de borrachuzos y fumadores acostumbrados a descargar sus frustraciones en la copa y el pitillo, un país tabernario de vinate, tos y cante. Ya lo dijo Machado: el vino de las tabernas.
Si se fuese la ministra Salgado, habría triunfado esa España atávica y reaccionaria, inmovilista y ancestral. Zapatero lo entenderá, tan sensible como es a las políticas innovadoras. Pobre presidente, tan acosado que tiene que doblar el pulso ante la carcundia antimoderna por esas desgraciadas circunstancias de la política electoral. De momento, sólo de momento; al final acabará brillando la luz del Progreso. Por eso no la destituye. Él también debe saber que esta ministra tan ilustrada, tan glamourosa, tan cosmopolita, es todo un bien de Estado. Aunque esté más quemada que un brasero y aunque lo haya puesto a él en el brete de tragarse un sapo bien gordo y reluciente.

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