jueves 22 de febrero de 2007
DEMETRIO PELÁEZ CASAL
AILOLAILO
Mandemos el móvil a tomar viento. Pásalo.
En Santiago apenas quedan ya cabinas telefónicas y los famosos locutorios, donde cientos de antiguos estudiantes hacían cola todas las noches para llamar a la familia, a Mari Puri o a Manolito con tarifa reducida, han pasado definitivamente a la historia. Mientras tanto, los malditos móviles arrasan con todo. Con ellos van armados desde niños que apenas saben hablar -será para decir gugú, tatá a la profe de la galescola- hasta abueletes cuyo único quehacer diario es ir a la Alamada a dar migas de pan a las palomas. Personas, en suma, que nunca antes habían necesitado este artilugio para sobrevivir, ni siquiera cuando ejercían de médicos en el rural más profundo o tenían que conducir toda la noche por carreteras por las que no pasaba ni un alma, ya no saben dar un paso sin el motorolo de marras.
La adicción es tan desmesurada y se inicia a edades tan tempranas que ahora, por ejemplo, debes estar alerta incluso cuando vas a visitar a tu sobrino recién nacido e inicias el acercamiento asomándote por encima de la cuna para decirle cualquier gilipollez, porque antes de darte cuenta el muy mamón ha sacado ya un móvil de última generación de debajo de la alhomada y te ha hecho una foto con cara de imbécil.
Los móviles estuvieron bien en un principio. Te permitían estar localizado a ciertas horas si alguien requería tu ayuda, te daban tranquilidad si tenías que viajar de noche a donde Nicanor perdió el tambor y solucinó problemas muy gordos a quienes vivían en zonas no cableadas por Telefónica, pero han acabado convirtiéndose en una droga absurda. El gran invento se ha convertido, en suma, en una esclavitud por el uso irracional que le damos. De hecho, hay muchas personas que ya no salen de casa si tienen el telefonillo de marras descargado, por temor a no recibir el politono que les envían desde el súper de la esquina, y hay otras que vas a cenar con ellas y no hacen otra cosa que mirar, absortas, los mensajes recibidos, casi todos tremendas imbecilidades. Otras, además, no dejan de sacar fotografías absurdas cuando van de paseo, y hay quienes parecen locos de atar cuando les ves hablando y gesticulando solos por la calle gracias al manos libres.
El día 1 de marzo, según parece, los fanáticos del móvil van a desconectar varias horas sus aparatos para protestar por las subidas de tarifas acordadas por las tres principales operadoras. Ojalá que, cuando concluya la protesta, muchos comprueben lo fácil que es vivir sin esa atadura y se animen a quemarlo, despeñarlo o mandarlo a tomar viento. Lo más lejos posible. Pásalo.
miércoles, febrero 21, 2007
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