martes, febrero 06, 2007

Demetrio, Bibliotecas, la letra con muermo entra

miercoles 7 de febrero de 2007
DEMETRIO PELÁEZ CASAL
AILOLAILO
Bibliotecas: la letra con muermo entra
En verdad os digo, hermanos, que a las nuevas generaciones no hay cristiano que las entienda. Tanto es así que ahora los universitarios van a las bibliotecas... ¡¡¡a estudiar!!!, o eso afirman quienes acuden a estos recintos plagados de libros. Es más, esa querencia por hincar los codos en ambientes supuestamente propicios para el empolle lleva a cientos de veinteañeros a aguantar colas inmensas desde primeras horas de la mañana para asegurarse un hueco. Otros van más lejos aún y no dudan en protagonizar medidas drástricas, como encerrarse en la Biblioteca Xeral, para protestar por su corto horario, ya que cierra a las tres de la madrugada y ellos quieren quedarse allí toda la noche dale que te pego a los apuntes.
Curioso es, sin duda, ese hipnótico poder que ejercen las bibliotecas sobre los estudiantes de nuevo cuño, que al parecer no saben o no quieren chapar en soledad y exigen poder hacerlo en compañía de algún amigo y de varios cientos de desconocidos en un ambiente donde debe reinar la catarsis académica o algo parecido.
Cada cual allá con sus gustos y sus formas de proceder, sobre todo, como es el caso que nos ocupa, cuando los protagonistas de esta historia no hacen daño a nadie -es más, da gusto ver las bibliotecas llenas día y noche-, pero algunos entes perrunos echamos la vista atrás y hemos de reconocer que en dichos recintos no dábamos ni un palo al agua. O sea, que aunque acudiésemos a ellos con la mejor de las voluntades, al final no hacíamos más que compartir unos cigarritos con los amiguetes -de aquella no te apedreaban por ser un vil vicioso-, poner a parir al profesor de turno por los apuntes gilipollescos que te obligaba a elaborar, entablar conversaciones por lo general poco académicas y acabar la jornada tomando unas cervecitas en el bar de abajo. Las tardes, así, se pasaban rápidas y el remordimiento era mínimo por no haber hecho nada. Al menos lo habías intentado y eran los amigos malos quienes te habían apartado del camino del bien.
En resumidas cuentas, que sólo estudiábamos algo cuando nos encerrábamos a cal y canto en la soledad de nuestro cuarto. Y ni así, porque siempre había veinte cafés que tomar entre folio y folio, una ventana a la que asomarte en busca de la chica de ayer, tres raciones de Aute que deglutir para deprimirte aún más antes del examen o algunas fotos que mirar. Visto el panorama en plan realista, sin duda los estudiantes de hoy están sobrados de razones al reivindicar un horario más amplio en las bibliotecas. Al fin y al cabo, ¿que puñetitas vas a hacer sino estudiar, aunque sea de puro aburrimiento, en esa especie de jaulas silenciosas en las que no puedes fumar, ni poner la cafetera al fuego, ni pasmar por las ventanas, ni siquiera escuchar música si no es a través de esos malditos inventos mp3 con auriculares? Ya lo dice el refrán: la letra con muermo entra.

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