miercoles 7 de febrero de 2007
CARLOS LUIS RODRÍGUEZ
a bordo
Manquiña en el Constitucional
Doña María Emilia Casas también fue niña, creyó en los Reyes Magos y sufrió la decepción consiguiente al enterarse de que en realidad eran los padres. Ahora ella nos depara otro desengaño similar con el Tribunal Constitucional, que en la imaginación democrática de la gente, era el encargado de depositar las sentencias más importantes del país al pie de las chimeneas.
Parte de aquella confianza en el trío real la habíamos trasladado al órgano que nuestra paisana preside. De tres, se pasa a doce, y en vez de venir de Oriente, las resoluciones se fabrican más cerca, pero seguía viva esa ilusión en una instancia capaz de elevarse por encima de los líos partidarios y ver los asuntos de Estado con perspectiva.
¿Cómo descubrió la señora Casas que los regalos que recibía la mañana del seis de enero salían de la tienda de al lado? A lo mejor fue de los críos afortunados que recibieron una información dosificada con dulzura. Otros en cambio se encontraron con la verdad de sopetón, gracias a la confidencia del mangallón de clase que disfrutaba haciendo añicos los sueños infantiles.
Esto es lo que ha pasado con el Tribunal Constitucional. Difícil elegir lo peor entre todo lo sucedido. Es malo que el propio magistrado que elabora como particular el dictamen sobre parte del Estatuto catalán, no se autoexcluya de la sentencia. Incomprensible, que sus compañeros no se lo aconsejen. Inconcebible, que casi la mitad de sus colegas no vean motivos de recusación. Aberrante, que se diga que la situación creada pone en peligro el texto estatutario.
¿En peligro? O sea, que ya se habían echado las cuentas. Al parecer, en el frontispicio del TC no figura ninguna alegoría de la Justicia, sino un prosaico marcador que anota la relación entre progresistas y conservadores que bajo la toga llevan una camiseta de partido. La recusación del señor Pérez Tremps es como la lesión de Eto"o: un traspiés para el equipo favorito.
Que nos disculpe la señora Casas, pero su defensa del magistrado lo equipara a uno de los mejores actores de la farándula nacional, al que sin duda habrá visto en Airbag. Pronuncia en la película una sentencia memorable: lo mismo que te digo una cosa, te digo la contraria. Cualquiera pensaría que semejante idea inhabilita al buen amigo Manquiña (de él se trata) para ingresar en el Tribunal Constitucional. Al contrario.
Si la presidenta del TC considera que hacer un informe privado sobre el Estatuto es compatible con analizar la constitucionalidad del mismo Estatuto, será porque entiende que el señor Pérez Tremps puede decir una cosa y la contraria. Como magistrado, sería capaz de votar en contra de lo que él mismo firmó como consultor de la Generalitat. En un caso actúa Pérez, y en el otro, Tremps. Doctrina Manquiña.
Hay una segunda explicación de la postura de la ilustre gallega: su convicción de que el colega recusado es riguroso, firme en sus criterios e incapaz de suscribir un informe para el Gobierno catalán del que no esté convencido. En ese caso, su voto a favor del Estatuto estaba fijado de antemano, sin que influyeran para nada las deliberaciones internas del Tribunal Constitucional, convertido en un simple escenario.
¿Y si todos los magistrados hubieran elaborado informes previos sobre el Estatuto? No seria necesario que perdieran el tiempo en reuniones. ¿Y si eso sucediera con todos los asuntos tratados en el TC? El propio Tribunal sería superfluo, y con él su presidenta. Llegaría entonces el momento de llamar a Manquiña al servicio de la patria.
martes, febrero 06, 2007
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario