jueves 22 de febrero de 2007
Anular la instrucción
ANTONIO ELORZA /CATEDRÁTICO DE PENSAMIENTO POLÍTICO DE LA UNIVERSIDAD COMPLUTENSE
Los primeros pasos del macrojuicio contra los supuestos responsables de la masacre del 11-M arrojan ya una notable información sobre lo que va a suceder en el curso de las próximas semanas. Como es lógico, teniendo en cuenta las prescripciones de su fe condenando toda declaración que sobre un delito pueda hacerse contra otro creyente, no cabía ni cabe esperar que ninguno de los imputados arroje con su testimonio la menor luz sobre los preparativos y desarrollo del atentado. En cuanto a la responsabilidad personal de cada uno de ellos, entra en juego la 'taqiyya', esto es, la exigencia de encubrir y disimular las propias ideas y actos, de nuevo ante un infiel, cuando interviene la cuestión de fe. Y por lo que toca a la pertenencia a Al-Qaida, no es menos lógico que los acusados nieguen el menor contacto con la misma o con cualquier otra organización terrorista. El único punto oscuro concierne a la condena de los atentados -cuyo texto preciso habría que conocer y mirar con lupa-, ya que ello va en contra de la recomendación del martirio por la causa de Alá. Existe de todos modos una explicación plausible: no hay riesgo de muerte y la salvaguardia de la organización amenazada con este proceso se encuentra por encima de cualquier otra cuestión.En contra de la suposición de buena fe en las primeras declaraciones, actúa la precisión con que los acusados jugaron al responder a unos y no a otros, y la convergencia de fondo de las manifestaciones, en apariencia plurales, de cada uno de ellos. A primera vista, cada uno ha jugado sus cartas, y esto encaja perfectamente con el hecho de que los papeles desempeñados en la trama y en la ejecución eran diferentes. Pero, al mismo tiempo, todos hasta ahora apuntaban en la misma dirección: anular, más que negar, los datos acumulados contra ellos en una instrucción que cubre 93.000 folios. Demasiados folios para que la prensa y la opinión pública puedan llegar a los detalles, en cuyos aspectos más significativos los declarantes insisten para difundir la idea de que todo lo aportado carece de valor. El sonriente vendedor de tarjetas estaba durmiendo aquella mañana, y de paso no olvida descalificar a los testigos que le reconocieron -vieron su imagen por televisión-, e incluso al respeto de la ley en el curso del procedimiento: con la tarjeta encontrada en la mochila desapareció el principio de la presunción de inocencia. Si a esto añadimos las risas en torno a Chinchón, inmediatamente cortadas por el juez, tendremos ya una imagen en la que las palabras adquieren su verdadero valor: no se trata tanto de exculparse como de ir erosionando la fiabilidad del juicio. En otro nivel, el comportamiento de 'El Egipcio' apunta al mismo blanco. Si es inocente, nada tiene que ver con Al-Qaida y condena los atentados, el único sentido de su negativa a responder a otras preguntas consiste en dejar claro que no reconoce a instancia alguna de acusación, ni del Estado español, ni de las víctimas. Su condena de los hechos habría tenido un valor muy superior de haberse hecho ante las segundas. Sólo que eso implicaría un reconocimiento que 'El Egipcio' no está dispuesto a otorgar.También a la vista de lo sucedido en estas primeras sesiones, son de esperar acciones simbólicas dirigidas a la opinión para difundir la idea de que todo es un montaje contra unos musulmanes inocentes que nada han hecho de malo. Tenemos ya pancartas hablando de servicios prestados, miradas dirigidas a Pilar Manjón, y en el futuro no cabe descartar anuncios de que el Islam es la paz o que la fraternidad de las religiones es buena para todos. Hasta ahora la concertación ha sido perfecta.Claro que esa pretensión de invalidar los tres años de investigación sobre el 11-M cuenta con poderosos aliados en la política y en los medios de comunicación. Paradójicamente, los intereses de la constelación PP se han revelado desde un primer momento coincidentes con los de los acusados: hay que exculpar a Al-Qaida y así mantener la siniestra impresión de que el trabajo de instrucción ha estado presionado desde arriba y por eso llega a su fin ofreciendo «múltiples lagunas». Y no hablemos de los explosivos, en cuya composición radica, según Rajoy, el quid del problema. En una televisión regional, un periodista del grupo desplegaba el pasado viernes toda la artillería en este sentido. El juez había sido brutal, cuartelario, mientras los acusados habían sorprendido por la negativa a aceptar su participación en la matanza -¿qué otra cosa cabía esperar?- y por la coherencia de sus explicaciones, lo cual de nuevo nos llevaba a detectar la fragilidad de los 93.000 folios. Luego desde el principio la acusación se revelaba como un castillo de naipes, hasta en sus elementos personales. ¿Quién iba a pensar que el vendedor de tarjetas era el protagonista 'intelectual' de los atentados? Ante la réplica de que ese hombre para nada jugó ese papel, el sembrador de dudas repitió impertérrito su cantinela. Como en aquel programa sobre las niñas de Alcasser, el núcleo de la cuestión, la necesidad de extirpar el terrorismo islamista de España desde el Estado de Derecho, no importa. Más vale arrojar basura a toda costa sobre el Gobierno.Lo que comenzó siendo un acto ejemplar de actuación antiterrorista desde la democracia española, por contraste con lo sucedido en Estados Unidos, Guantánamo incluido, corre el riesgo de desembocar en una ceremonia de la confusión provocada por unos políticos insensatos y por sus servidores mediáticos. Hay que hacer todo lo posible para evitarlo.
miércoles, febrero 21, 2007
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario