jueves 22 de febrero de 2007
El cuaderno
BLANCA ÁLVAREZ b.alvarez@diario-elcorreo.com
Su nombre quiere decir Gacela. Siete años y los ojos verdes y atigrados más luminosos que se hayan imaginado. Le falta la pierna izquierda y dos dedos de la mano izquierda. Una mina. Gacela es un milagro y una más de las muchas secuelas de nuestra enfermedad de apatía. No tiene familia directa y tras el asalto de la mina antipersona, ni siquiera la posibilidad de encontrar un marido que la maltrate y ate con cadenas sus tobillos. La salvó un médico francés que jura como un jacobino en puertas de la guillotina y que pasa la vida insomne y tratando de contener la muerte y la pavura. La cosieron sin anestesia ni calmantes. Gacela dejó de hablar y hasta de mirar. Un periodista alemán cruzó fronteras y acumuló deudas de favores con los personajes más impresentables de las cloacas, cargando contra su pecho el fragilísimo cuerpo de la niña.El destino era París, un hospital, un buen puñado de gentes dispuestas a regalar tiempo, conocimientos, medios y abrazos. Gacela jamás protestó contra su destino porque ni siquiera se cree dueña de ningún derecho, mucho menos de algún sueño. La rodearon de mimos como vendas, de peluches para su robada niñez, de medicinas para los estragos y el intenso dolor, de comida para su cuerpo escuálido y de abrazos. Alguien llevó hasta su cama una libreta y un lápiz. Por primera vez, Gacela sonrió y sus ojos brillaron como dos estrellas recién nacidas. Apenas se atrevió a rozar los cantos de la libreta con su mano entera y mirar con un asombro maravillado el pobre y vulgar lápiz. Cuando le dijeron que sí, que eran para ella, Gacela abrazó la libreta y acerco el lápiz a su nariz. El médico había dicho que quería ser maestra.En la mochila cargada de rabia del periodista venía la lista de quienes traficaban con aquellos infiernos portátiles. Desde la fábrica, en este caso española, hasta personajes de testa tan respetada que nadie osará nunca publicar en ningún medio de comunicación. Sin embargo, deberían grabarse en todas las listas de Internet, en luminosos carteles de estaciones de tren, fotografiados bajo un 'se busca' en los aeropuertos de todo el mundo. Nuestro silencio es como la espoleta escondida de esos asesinos aparatitos.Lo que yo me pregunto es cómo podré, una vez leída esa lista, mirar y hasta puede que saludar a alguno de esos nombres, sin vomitar a sus pies con el debido asco. Esa lista, a secas, me habría producido indignación y rabia; ahora, con la mirada de Gacela persiguiendo el cuaderno y el lápiz, me produce algo parecido a lo que debió de sentir el arcángel renegando de su Dios.Un médico insomne, jacobino y adicto a las causas imposibles, un periodista generoso y renegado salvaron la vida y puede que un futuro para Gacela. Una libreta le calentó el corazón y un lápiz comenzó a dibujar algo parecido al paraíso.
miércoles, febrero 21, 2007
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