lunes 26 de febrero de 2007
Ahora es tiempo para que el PP presente alternativas políticas, nuevos equipos de gobierno y otras maneras de hacer en defensa del interés general Los agitadores de la conspiración pretenden implicar a Aznar
AL presidente del PP, Mariano Rajoy, le gusta ubicar su discurso en el ámbito del sentido común, intentando convencer a los ciudadanos de que no siempre hacen falta líderes carismáticos para gobernar, sino personas normales, con «sensatez» -dijo ayer-, que fue lo que pensó Aznar cuando lo designó su sucesor. Pensando el ex presidente que si llegaba un tiempo de excitación política él estaría detrás. El cálculo de Aznar se desvaneció porque la anormalidad política estalló el 11-M de 2004, y en ella quedó sepultada su pretendida gloriosa despedida del poder y su capacidad de influencia. Y se abrió un periodo de incertidumbre que el presidente Zapatero elevó a la enésima potencia con su cabalgada hacia un modelo confederal del Estado, que incluye el pago de un precio político a ETA -que Otegi niega mientras exige al Gobierno la anexión de Navarra al País Vasco y el derecho de autodeterminación- para alcanzar el fin de la violencia.
A tanto ha llegado la excitación nacional que muchos aduladores de Aznar, en el PP y en los medios de comunicación agitadores de la conspiración, ya consideran justificado su regreso al primer plano de la política, bien como el líder absoluto del PP, bien como presidente ejecutivo del partido apadrinando al candidato a la presidencia del Gobierno, como hizo Fraga cuando fracasó Hernández Mancha o siguiendo el modelo de reparto de funciones del PNV. La idea del regreso de Aznar, al estilo del volveré de McArthur en Filipinas, está avalada por quienes, desde la radio y la prensa del ruido, han convertido a Acebes y a Zaplana en la cabeza de playa del presunto desembarco aznarí, y creen que la conspiración del 11-M puede ser la justificación del regreso. Porque si logran mantener viva la sospecha de que ETA participó en la masacre (la autoría del comando islámico no la pueden negar), Aznar tendría motivos para volver, sobre todo si el PP no consigue un buen resultado en los comicios municipales del mes de mayo que todos consideran las «primarias» de las generales de 2008, y no digamos si Rajoy perdiera esta segunda y definitiva oportunidad.
El objetivo de los conspiradores de ocasión no es tanto la victoria del PP, a pesar de las graves consecuencias que tendría para España una segunda victoria de Zapatero -al que cuidan sin exigir responsabilidades políticas por el atentado de ETA en Barajas-, como el de conseguir importantes réditos de audiencia e influencia a costa de la crispación, en busca de la primogenitura editorial de la derecha y de una relación de privilegio con el PP que les permita imitar la relación de Prisa y el PSOE, renunciando al modelo liberal de independencia informativa, al margen de cualquier afinidad ideológica que debe defender el Partido Popular frente al modelo de plena integración y promiscuidad entre el partido y sus medios afines que defiende el Partido Socialista.
Rajoy conoce estas intrigas y las sufre con su natural parsimonia, pero confía en tener su oportunidad ganando en mayo y en el 2008, aunque más por los errores de Zapatero que por propios méritos. De lo contrario habría cambiado a sus más desgastados dirigentes sin esperar al congreso del otoño, sobre todo porque Acebes y Zaplana saben que están en el punto de mira de la dirección del PP e intentarán, como lo hicieron hasta ahora, favorecer las posiciones más conservadoras y el discurso de la crispación, que es donde ellos tienen puestas todas sus esperanzas de continuar, en lugar de ofrecer al PP una mejor oportunidad dando un paso atrás.
El último sondeo del CIS anuncia un empate técnico entre PSOE y el PP, y puede que incluso esconda una ligera ventaja de los populares, pero en todo caso insuficiente para asegurar la alternancia en el poder, y ello a pesar del atentado de ETA en Barajas y de cuanto acontece con el desgobierno y puesta en entredicho de la cohesión y la unidad nacional. De ahí que resulte llamativo que tanto el PSOE como la orquesta mediática y política de la conspiración coincidan en el objetivo de radicalizar al PP. Los del PSOE, para avalar con ello la teoría de la «derecha extrema»; y los conspiradores, insistiendo en que el ruido moviliza su electorado y empuja el centro izquierda hacia la abstención, al tiempo que favorece sus pretensiones de hegemonía mediática e influencia política en el campo conservador.
El discurso de la alta tensión ha tocado techo en las encuestas y ahora es tiempo para que el PP presente alternativas políticas -¿en la moción de censura?-, nuevos equipos de gobierno y otras maneras de hacer en defensa del interés general y de un proyecto decididamente español. Esto lo deberían saber, actuando en consecuencia, tanto Rajoy como Aznar, si no quieren que el fantasma de La Moncloa convierta su meliflua sonrisa en perenne carcajada nacional. En el PSOE el problema lo tienen en su propio líder al que arropan y protegen, a pesar de los pesares, para no perder el poder agitando la teoría del miedo a un bronco PP. Un partido que tiene un débil liderazgo porque Aznar eligió un sucesor cómodo para él, dotado de sentido común aunque escaso de carisma, como es el caso de Rajoy. El que parecía destinado para gobernar, pero no para liderar oposición. Es lo que hay, y el ex presidente del Gobierno, por muchas cuentas pendientes que tenga con el PSOE, no debería interferir y empeorar la situación.
LA CRÓNICA DEL LUNES
Pablo
Sebastián
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