miércoles, enero 10, 2007

Pio Moa, Una critica "a la lisenka"

miercoles 10 de enero de 2007
Réplica al Anti Moa
Una crítica "a la lisenka"
Pío Moa

Si el señor Reig hubiera sido un poco más cuidadoso, habría comprobado que la base de mi producción está en la mencionada trilogía sobre la guerra y la república (tres libros que totalizan nueve años de investigación) y en ella habría concentrado su fuego

Espero haber aclarado al obcecado señor Reig, o al menos a los lectores imparciales, la raíz de sus lisénkicas monstruosidades historiográficas: su incapacidad, como la de todo su gremio, para revisar ciertas concepciones de base que debieran haberse hundido con el muro de Berlín, pero que persisten, aunque sea de modo desfigurado y un tanto fantasmal, en su modo de contemplar la historia. Tales distorsiones le impiden, además, entender otros puntos de vista, y, por lo hace a nuestro tema, le llevan a realizar una crítica de mis libros realmente pintoresca.
Así, nuestro gremial historiador empieza por anotar una y otra vez, con el ceño fruncido, el hecho de que yo haya publicado numerosos libros en los últimos años: los cuenta minuciosamente y le salen quince en seis años (en realidad dieciséis, pues olvida una traducción), y de ahí concluye, escandalizado: "¿Acaso piensan que es posible escribir un libro de historia –o incluso dos– dignos de tal nombre al año?". Pretensión increíble, en efecto "no ya para cualquier iniciado, sino para cualquier persona con un mínimo de criterio", y suficiente por sí sola para descalificar al prolífico autor, a juicio del señor Reig.
Esta "crítica" ha sido muy jaleada por nuestros distinguidos historiadores profesionales de izquierda, también contra César Vidal, así que viene a cuento explicar a estos sulfurados caballeros algunas cuestiones elementales. En primer lugar, no todos esos libros son de historia. Tres de ellos recopilan artículos de actualidad o de polémica historiográfica, o contienen ensayos breves sobre política e ideología; otro es una reedición de un libro de 1982, De un tiempo y de un país; y un quinto recoge diversos debates ya publicados en la prensa. Así, el número real de libros de historia se reduce considerablemente, aunque, para el criterio gremial, continúan siendo demasiados: ¡diez en seis años!
Aquí Reig comete un segundo error, impropio de un historiador de mediana solvencia. Pues esos libros, como cualquiera imagina sin esfuerzo, no son el producto de seis años de trabajo, sino aproximadamente del doble, ya que antes de publicar es preciso investigar y escribir largamente. Empecé a trabajar sobre la trilogía de la república y la guerra civil no en 1999, cuando salió Los orígenes de la guerra civil, sino seis años antes. De esos años, más los siguientes, han salido los títulos conocidos.
Por lo demás, Reig y sus pares tienen una idea rígida y estrecha, burocrática y desde luego inapropiada, de la labor historiográfica. Existen muchos tipos de libros de historia. Una cosa son las monografías sobre asuntos parciales y otra las obras de conjunto, una los libros de síntesis y otra los de divulgación, o los ensayos generales, etc. No exigen todos con la misma metodología ni presentan las mismas dificultades. Además, como en cualquier otra actividad humana, una cantidad de horas de trabajo puede producir resultados muy distintos según las personas, pues influye mucho la habilidad y el talento. Y el enfoque. Volviendo al principio, puede apostarse sin mayor riesgo que será baldía la mayor parte del esfuerzo vertido sobre una hipótesis lisenkiana, por muchos sudores que le dedique el historiador. Por olvidar estas evidencias, la labor, sin duda fatigosa, del Anti Moa va a resultar de poca utilidad para su objeto, aunque a mí me haya valido para clarificar algunas cuestiones y mostrar algunos yerros de los Reig, Preston, Viñas, Moradiellos, Bernecker, Helen Graham y tantos más.
Si el señor Reig hubiera sido un poco más cuidadoso, habría comprobado que la base de mi producción está en la mencionada trilogía sobre la guerra y la república (tres libros que totalizan nueve años de investigación) y en ella habría concentrado su fuego. También se habría percatado de que estos libros, lejos de copiar a Arrarás o Ricardo de la Cierva, como él y sus pares pretenden, contienen miles de notas, y referencias en el texto, a partir de fuentes primarias como los archivos de la Fundación Pablo Iglesias, en especial el de Largo Caballero, el archivo de la guerra civil de Salamanca (recientemente expoliado por un gobierno digno sucesor del de Negrín), el Archivo Histórico Nacional, la prensa de la época, los diarios de las Cortes, etc. Y acompañados de un análisis minucioso de las versiones (trapaceras, permítaseme la expresión) difundidas por el gremio tuñoniano. De haber leído estos libros, Reig y compañía se habrían ahorrado la acusación, cuya tontería puede comprobar cualquier lector, de que yo no he pisado un archivo. Por cierto, uno de los tres libros, Los personajes de la República vistos por ellos mismos, utiliza una metodología creo que bastante original: la comparación sistemática de las memorias de los principales protagonistas de aquella historia. Método interesante y fructífero, que recomiendo a los jóvenes historiadores.
Al mismo tipo de libros pertenece Una historia chocante. Los nacionalismos vasco y catalán en la historia de España, fruto de tres años de trabajo. Se trata, si no me equivoco, del único estudio publicado hasta ahora que aborde ambos nacionalismos en estrecha relación con la evolución de España en el siglo XX. Pese a constituir uno de los problemas clave de nuestra historia reciente, los dos nacionalismos han sido tratados casi siempre en obras separadas y con insuficiente relación, a mi juicio, con el desarrollo general del país, lo que difumina la perspectiva.
Sobre el trabajo acumulado para esos libros me ha sido mucho más fácil y rápido componer obras de actualidad como Contra la balcanización de España, o ensayos como el dedicado a Federica Montseny, o trabajos de divulgación como 1934: Comienza la guerra civil, o 1936: El asalto final a la República. Divulgación acompañada de un muy amplio aparato documental fotocopiado, infrecuente en libros de este tipo.
Todo esto es de puro sentido común, y cualquier crítico serio lo tendría en cuenta sin necesidad de explicarlo, pero no así nuestros tuñonianos. De hecho, los dos libros que realmente han hojeado y les interesan, no tanto por su veracidad como por su extraordinaria difusión, son Los mitos de la guerra civil y Franco, un balance histórico. En ellos centran sus ataques... equivocando, una vez más, el método. No se trata de libros de divulgación, como se ha dicho, ni tampoco de compendios o monografías, y por tanto no pueden analizarse como tales. Se trata de ensayos, obras de síntesis, cuyas tesis se fundamentan en la crítica lógica y factual de las versiones circuladas durante estos años. Por ejemplo, en dos capítulos de Los mitos pongo de relieve algunos graves errores cometidos por el propio señor Reig en relación con la matanza de Badajoz y el Alcázar de Toledo. El valor o disvalor de esos libros reside en su coherencia intelectual, visión de conjunto y penetración crítica, y no tiene sentido intentar demolerlos fijándose en su aparato bibliográfico o empleo de fuentes primarias, como hacen Reig y compañía. Por poner un ejemplo que espero entiendan, a nadie se le ocurriría atacar con tales argumentos los libros de síntesis de Pierre Vilar sobre historia de España o la guerra civil. Sí valen, en cambio, para valorar sus estudios sobre el papel de Cataluña en la España moderna, pongamos por caso. La verdad, deprime un poco tener que explicar estas cosas a unos "historiadores profesionales".
Desbarrando una vez más, el señor Reig repite por activa y por pasiva que Ricardo de la Cierva es mi "maestro" y, acorde con tal idea, le dedica un capítulo repleto de invectivas e insultos (lo cual se le da mejor que razonar). Este hombre es que no atina ni por casualidad. Verá, mis maestros serían más bien los hermanos Salas Larrazábal, Martínez Bande y Burnett Bolloten, cuyos libros, por su rigor y agudeza crítica, empezaron a orientarme cuando comulgaba con las mismas lisenkadas que siguen alimentando al gremio. A De la Cierva empecé a leerlo con mucha posterioridad.
Otra manía: yo repetiría las tesis de Ricardo de la Cierva y Arrarás, sin aportarles nada nuevo. Ya he dicho que estos señores apenas han hojeado mis libros, y los han interpretado mal. En un próximo artículo, final de esta serie, les resumiré mis tesis, a ver si por fin encuentran el modo de atacarlas con alguna solvencia intelectual.

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