martes, enero 23, 2007

Michelle Malkin, Lo que vi en Irak

martes 23 de enero de 2007
Una semana con las tropas
Lo que vi en Irak
Michelle Malkin

Hablan franca y críticamente de la infiltración de las milicias chiíes en parte de la policía y el ejército iraquíes y de la corrupción en los ministerios del Gobierno, pero también quieren hacer saber de las buenas noticias que nadie difunde.

La semana pasada estuve integrada con tropas del ejército norteamericano en la base Justicia, en el norte de Bagdad. Recorrimos los suburbios y nos reunimos con líderes de barrios que caminan lentamente hacia la autosuficiencia en Al Salam. Bebimos té con un jeque que condenaba a los terroristas de todos los bandos. Nos sentamos con apologistas del Ejército del Mahdi en Hurriya. Nos detuvimos junto a un enclave insurgente sunní, que los soldados con los que patrullaba llamaban "Villa Francotirador", en Al Adil.
No hay nada glamuroso o romántico en estas misiones. Nadie hará una película sobre los hombres y mujeres de uniforme involucrados en el tedioso y meticuloso proceso de llevar a Irak hacia la estabilidad y la gobernabilidad. Pero si la guerra ha de ganarse, si se va a reestablecer la seguridad y cimentar una sociedad civil, será aquí donde suceda. Las tropas que conocí solamente piden tres cosas a sus conciudadanos americanos en casa: tiempo, paciencia y comprensión de las enormes complejidades de su trabajo.
En Washington, la teoría de la contrainsurgencia (COIN) es una abstracción intelectual ingeniosa y elitista. Puesto que las fuerzas de la coalición no pueden atrapar y abatir a todos los insurgentes, reza la teoría, depende del ejército persuadir al pueblo iraquí para que atrapen ellos mismos a los terroristas, ingresen en el proceso político y se ayuden a sí mismos. En la base Justicia –antaño el cuartel general de la despiadada unidad de inteligencia militar de Saddam Hussein, el lugar donde se ahorcó al dictador y sede de la Segunda Brigada de Combate, Primera División de Infantería– la COIN es una realidad activa y viva. Aquí, una fuerza de choque formada por sesudos mandos, curtidos oficiales de patrulla, valientes intérpretes árabe-americanos, entregados formadores y expertos de Inteligencia, conductores de convoy con cara de niño y artilleros malhumorados intentan poner en práctica a diario el idealismo de "ganar corazones y mentes" del presidente Bush.
La guerra moderna en Oriente Medio ha dejado de ser algo tan sencillo como disparar a todos los malos y volver a casa. Libramos una guerra no sólo contra terroristas sunníes o escuadrones de la muerte chiíes, sino contra múltiples agentes extranjeros y natales, pandillas urbanas, crimen organizado y jihadistas freelance que llevan a cabo emboscadas, asesinatos extrajudiciales, ataques sectarios, explosiones de vehículos y sabotajes contra las fuerzas norteamericanas, iraquíes y de la coalición. Teléfonos móviles, satélites e Internet han permitido a las guerrillas amplificar su importancia, diseminar instantáneamente la propaganda insurgente y debilitar la voluntad política de acabar con ellos.
Llegué a Irak muy pesimista sobre el resultado final de la guerra, debido en gran medida a mis dudas acerca de la compatibilidad del Islam con la democracia de corte occidental, pero también como resultado de la estricta dieta sensacionalista de cobertura mediática de "pálidos logros" y "recuento diario de bajas". Una cobertura que ayuda a la insurgencia.
Me voy de Irak con una inesperada esperanza y ánimos renovados.
La valentía cotidiana y la consumada profesionalidad de las tropas con las que estuve integrada han reforzado mi fe en el ejército norteamericano. Estos soldados son muy conscientes de la historia, la cultura y la lucha sectaria que han reducido a escombros al mundo musulmán durante más de un milenio. "Les encanta la muerte", musitaba un artillero mientras escuchábamos explosiones en la distancia estando estacionados en Al Adil. No obstante, estas tropas están dispuestas a poner en juego sus vidas para llevar la seguridad a Irak, barrio por barrio.
Han formado equipo con sunníes y chiíes, civiles iraquíes y soldados por igual, para establecer estructuras de gobierno local y divisiones de seguridad por distritos. "No estamos aquí para construir las fuerzas iraquíes de seguridad", me dijo el cabo Steven Miska, mando en funciones del equipo de combate de la Segunda Brigada, Primera División de Infantería. "Estamos aquí para cultivarlas. No puedes plantar y largarte sin más". El capitán Aarón Kaufman, de la Task Force Justice, añadió: "No es un proceso que dure seis meses o un año, especialmente cuando estás hablando de entrenar a las fuerzas iraquíes".
Las tropas con las que me encontré desprecian los esfuerzos de los pacifistas por "llevarlas a casa ya". Pero son igual de críticas con los errores de la administración Bush y el Pentágono: celebrar elecciones iraquíes demasiado pronto, dividir su brigada de combate sin sentido, reducir las fuerzas y retirarse el año pasado de Bagdad y Falluyah o no conservar ciudades tras limpiarlas de insurgentes. Hablan franca y críticamente de la infiltración de las milicias chiíes en parte de la policía y el ejército iraquíes y de la corrupción en los ministerios del Gobierno, pero también quieren hacer saber de las buenas noticias que nadie difunde.
Todos los días, cadetes del Ejército Iraquí arriesgan sus vidas y las vidas de sus familias por acudir a trabajar a la base Justicia. Los residentes de Khadamiyah se acercan a la base con regalos. Las escuelas vuelven a abrir; los consejos de los barrios comparten información de Inteligencia. "Todas esas cosas están sucediendo a la vez", me dijo enfáticamente la capitana Stacy Bare, oficial de asuntos civiles.
Ganar la batalla de la contrainsurgencia no sólo es crucial para mantener seguros a los iraquíes. También para la seguridad de los norteamericanos, pues enviará el mensaje de que el ejército más poderoso del mundo no puede y no será vencido y expulsado por las guerrillas. En el emblema de la Segunda Brigada hay dos órdenes: "¡Continúa la misión!" y "El deber primero". Estas tropas están comprometidas con su misión. Se merecen nuestro compromiso con ellas.
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