martes, enero 16, 2007

Juan Bas, Pil-pil western

miercoles 17 de enero de 2007
Pil-pil western
JUAN BAS

El pil-pil 'western' es un híbrido con elementos de género 'gore' y del surrealismo a partir del absurdo. La película en cuestión es muy de serie B: bajo presupuesto, guión pobre, anodina realización y actores de tercera. Se titula 'Rumbo hacia la nada' y dura demasiado para lo que cuenta.Dos tipos vagan por el desierto. Nadie sabe de dónde vienen ni a dónde van, ni siquiera ellos. Caminan penosamente, ya que sendos grilletes unidos entre sí por una corta cadena atenazan un tobillo de cada uno. Hablan poco y lo que dicen no se entiende, parece incluso que careciera de sentido. Más que un diálogo son respectivos monólogos que farfullan con ojos afiebrados y bocas resecas bajo el sol de justicia. Uno musita: «Me los cargué, pero luego les di el pésame». El otro, más parlanchín y amante del ripio, balbucea: «Es un fiasco a la sociedad vasca, una movilización excluyente y tiene el objetivo de pivotar sobre la agresión contra un único agente».El que da el pésame ha decidido que caminen en dirección al sol. El otro tiene la fundada sospecha de que por ahí no se sale del desierto, sino que se internan en la desolación. Es más, cree que deambulan en círculos; le ha parecido ver dos veces la misma calcinada calavera de vaca. Pero no se atreve a llevarle la contraria a su compañero de grillete, pues le teme.El guía se ha empeñado en no desprenderse de un cartucho de dinamita y lo lleva metido en el cinturón, terciado sobre su vientre. El sol hace que el cartucho sude nitroglicerina y estalle por el movimiento. La explosión no es fuerte porque la dinamita estaba echada a perder, pero sí lo suficiente para volarle las tripas y dejar al otro cubierto de sangre y vísceras.El guía queda malherido. El otro sabe que si no se libra del grillete que le ata al compañero que se ha convertido en un lastre está perdido. Es su única posibilidad de salvarse. Desenvaina un gran cuchillo. La afilada hoja no sirve para cortar la cadena, mas sí la carne y los huesos del tobillo del moribundo. Pero no es capaz de hacerlo. Por supuesto, tampoco de cercenarse su propio tobillo. De repente, se da cuenta. Recuerda que en un bolsillo del chaleco guarda la llavecita que abre el cerrojo del grillete. ¿Cómo había podido olvidarlo? Tiene las manos hinchadas, los dedos insensibles y torpes. La llave se le cae en el momento en que el agonizante tiene estertores de muerte y levanta una polvareda con su postrer pataleo. La llave ya no se ve; se ha perdido. El superviviente, preso de la histeria y el miedo, la busca de un modo caótico, removiendo piedras que la ocultan cada vez más. Las alas de los grandes buitres, que han comenzado a sobrevolarle, le dan instantes de sombra

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