domingo, enero 14, 2007

Felix Arbolí, Dioses de bata blanca

lunes 15 de enero de 2007
Dioses de bata blanca
Félix Arbolí

T RAS unos días de obligado silencio, de nuevo con ustedes dispuesto a acaparar unos momentos vuestra ociosidad, con mis elucubraciones. Acabo de regresar del Hospital “12 de Octubre”, (antes“1º de Octubre”), donde he permanecido ocho largos días, tediosos, molestos y agobiado de cables, analíticas, exploraciones y aparatos, dispuesto a recuperar una vez más el normal funcionamiento de mi “carburador” anatómico, que en la pasada madrugada del día cuatro me lanzó evidentes señales de alarma. El regalo de Reyes. No fue tan intensiva como la primera vez, ni tuve que pasar por el infierno de la UCI, sólo unas horas en urgencias sometido a una serie de pruebas y el pase a habitación para continuar el examen, tratamiento y analíticas de toda índole que me iban prescribiendo. Ignoro por qué pero las dos hospitalizaciones urgentes que he sufrido, han tenido lugar en la madrugada. Sorpresivamente. Sin tener el más leve indicio de que esa noche me tocaría protagonizar una nueva aventura “a lomos” de una ambulancia, con su monótono y desagradable centellear de luces y derroche de decibelios. Aunque esta vez, gracias a Dios y a ese Ángel titular que dicen nos acompaña en todo momento, no fuera de la extrema gravedad que la anterior y hasta pude ir sentado en ese motorizado caballo desbocado, sin necesidad de camilla ni ayudas externas. No es nada extraño que alargue mis horas de insomnio hasta el límite, con películas y documentales no siempre interesantes, porque le he tomado auténtico pavor a la noche. Aunque muchas veces no se si será mejor despertarme ante San Pedro, que contemplar el espanto cotidiano de una suegra que ejerce con toda clase de agravantes su desagradable “misión”. (Es una broma, pero lo que si es verdad que la padezco y soporto en plan de penitencia y purificación para que se me hagan más cortos los posibles sufrimientos en la otra vida). Como por arte de brujería, ya presagiaba que algo me iba a ocurrir con la llegada del nuevo año, aunque sin poder especificar qué sería y sus consecuencias, como lo manifestaba en mi contraportada “La Navidad, los buenos deseos y la salud”, publicada el día 23 de diciembre del pasado año. No tenía motivo alguno para sentir ese temor, pero lo presentía con gran claridad. Desgraciadamente, acerté en mi augurio. La vida hospitalaria ha cambiado mucho desde mi anterior estancia hace seis años a la actual, aunque se trata del mismo centro. En unos aspectos, sobre todo técnicos y profesionales hemos conseguido un gran avance. Podemos presumir que tenemos unos médicos especialistas que gozan justa fama más allá de nuestras fronteras, Verdaderas lumbreras. Profesionales con vocación y entusiasmo entregados a un continuo estudio e investigación para ampliar sus investigaciones y experiencias en un intento continúo de mejorar técnicas y buscar más rápidas y seguras condiciones de vencer las enfermedades que puedan presentárseles. No obstante, y me duele tener que confesarlo, no todo el monte es orégano. La sabiduría y competencia del profesional de la Medicina, no siempre va acompañada del debido trato que merece el paciente a su cargo. En mis ocho días de “hospedaje” por cuenta de la Seguridad Social, abonados en los cuarenta y ocho años de cotización de vida laboral, he podido darme cuenta que en más de una ocasión el personal sanitario desde el auxiliar para arriba, con las debidas excepciones, considera al enfermo hospitalizado como un ser inferior, una especie de discapacitado mental, al que ni siquiera le dejan hablar si ellos,“ los dioses de bata blanca” y en esto incluyo también de manera especial al personal auxiliar, no le dan la oportuna autorización o requieren alguna información. Ni te harán caso. Hablarán entre ellos (me refiero al Adjunto y sus acólitos los MIR en sus consultas diarias), sin que te informen de sus comentarios y previo desalojo de tu familiar acompañante, –aunque opino que la información y los datos que precisen y ofrezcan sería más conveniente que los expusieran y reclamaran ante el padre, madre o esposa del enfermo en cuestión, que son los que saben más de sus dolencias y tratamientos; con más detalles incluso que el propio paciente. Y lo digo por experiencia ya que es mi mujer la que está al acecho y lleva la atención de mis medicinas, tratamiento, visitas y consultas. El primer día, no hubo visita de Médico adjunto o de planta y sus acólitos, sino una MIR o doctora ya fija que, al acercarse mi mujer y querer orientarla sobre mis síntomas e historia, le cortó secamente, mientras le daba con las puertas de mi habitación en las narices. (Es una forma de expresar su falta de tacto y corrección). --No he venido a hablar con usted, sino con el paciente. Nos dejó cortados a mi mujer y a mí, por su brusquedad inadecuada. Me dijo que era su último día de actuación, ya que a partir del próximo serían otros compañeros los que me tratarían. No digo que fuera mala profesional, ¡Dios me libre!, pero carecía de la forma educada y precisa para presentarse ante un enfermo y su familiar. Sus preguntas, fueron también antológicas. -¿Es fumador? -Deje de fumar hace diecisiete años. -¿Cuándo empezó a fumar? - Pues no recuerdo, a los trece o catorce años, cuando empiezan normalmente los críos a creerse hombres y se convierten en humeantes chimeneas. - ¿Cuántos cigarrillos se fumaba entonces? - No puedo recordarlo. ¡Hace ya tanto tiempo!. -¿Cinco, diez o más? - Es imposible poder contestarle, ya que han pasado muchos años y carezco de memoria para esa respuesta. - ¿Bebe? - No, no soy bebedor, ni nunca lo he sido. A veces, en las comidas, una copa de Rioja y nada más. -¿ Ni cerveza, ni ninguna otra bebida? - No me gusta la cerveza, soy poco amigo del whisky y salvo la copa en algunas comidas, me paso meses enteros sin probar nada de alcohol. - ¿Y cuantas copas cree que tomará a lo largo del año? - Pues ya se lo he dicho. No puedo llevar la cuenta de los almuerzos donde a veces saboreo un Rioja, que es lo que suelo beber. Después salió y habló con mi mujer de temas similares. Ignoro ese empecinamiento en el alcohol y el tabaco, que da la casualidad no me dominan en absoluto. Luego me enteré de que al que había estado anteriormente en mi cuarto, nada más recibir la primera visita del médico, no se si ésta misma u otro compañero, se enfrentó a la tajante acusación de que fumaba cuarenta y cuatro cigarrillos diarios y el pobre hombre no era fumador. Se quedó asombrado de ese dato estadístico tan preciso y tan erróneo. ¿A qué es debido esto?. Parece una consigna antitabaco, posiblemente de nuestra celosa y metijona ministra de Sanidad, dispuesta a que médicos y personal sanitario declaren al tabaco producto demoníaco. Todos cuantos estábamos allí, habíamos recibido idénticas andanadas sobre este “veneno” origen por lo visto en la actualidad de todos los males de la Humanidad, aunque sea el propio Estado quién lo proporcione en exclusiva incrementando abusivamente sus ingresos. En otros aspectos, nada tengo que objetar, aunque hubo el inevitable altercado con la auxiliar o enfermera, que se enfrentaba al enfermo cuando era requerida como si se tratara de la pisada de un callo. - ¡Ya he oído el timbre, pero no hay que ser tan impaciente. ¿Qué quiere usted? Mi compañero, que lleva un mes hospitalizado, le indica que tiene tensos los tendones, a ver si tiene algo que se los relaje… - ¡ A mí no me haga esas preguntas, se las hace mañana al médico que para eso cobra un buen sueldo…!. Y sale olímpicamente de la habitación. En el otro extremo, el despertar cada jornada con ese lujo de enfermera y estudiante en práctica, Emy y Ana. Las sonrisas de la mañana. Amabilidad, buen humor y sensibilidad hacia el enfermo en todo momento y circunstancia. El inicio de una jornada llena de fe y esperanza en la profesionalidad de estos verdaderos “tutores de nuestra salud”, a cuyas manos y cuidados estamos sometidos. Y Mariluz y otras compañeras, cuyos nombres harían interminable la relación, que rivalizaban en paliar la soledad y aburrimiento del enfermo a base de derrochar abnegación y estimular sonrisas que valían el doble como mínimo de ese suero al que te tenían atado y mortificado. Aún más y de esto no tiene la culpa el personal, el estado actual de los hospitales, al menos éste que conozco por experiencia, está muy dejado y abandonado de los cuidados, reparaciones e higiene necesaria en un centro de estas especiales características. En nuestro caso y en la semana que estuve internado, se salía el water con la consiguiente inundación del lavabo y la habitación, la persiana de la ventana exterior no funcionaba y tuvimos que estar con ella bajada y usando la luz eléctrica, para quitarle patetismo y oscuridad de duelo al escenario, con el inoportuno incremento del calor de la calefacción, que empapaba de sudor pijama y entretelas. Las rejillas de la ventilación eran una mancha más oscura que el carbón, por lo que uno padecía imaginándose la pureza del aire tras atravesar esa muralla de hollín. Las dos primeras, surtieron efectos nuestras quejas y antes de abandonar tan idílico lugar quedaron subsanadas. La de la ventilación quedó igual que a mi llegada, ya que aparte de la correspondiente limpieza, necesitaba una buena capa de pintura, pero toda la habitación. Me da la impresión que Esperanza Aguirre, mi querida Presidenta de la Comunidad, debería darse una vuelta de incógnito o enviar un “espía”, que le informara de todos estos detalles a través de la comunicación directa con los pacientes internados y los que acuden en consulta, para que sus promesas electorales de mimar los servicios sanitarios, como una prioridad, se llevaran a la práctica. El ciudadano de a pié se lo iba a agradecer y tener en cuenta. Pero nada de cámaras y avisos a la prensa, de riguroso incógnito, para que no puedan ocultar las deficiencias y hacer un oportuno lavado a la realidad. Alternando la inauguración a todo flash de los nuevos hospitales de la Comunidad, debería prestarle la debida y eficaz atención a los existentes, poniendo el máximo celo en que tanto el material como el personal de los mismos, sean los aptos y necesarios para atender algo tan esencial como la salud del ciudadano. Y de estas imperdonables deficiencias no tiene la menor culpa el personal sanitario, salvo los casos aislados que usan sus inmaculados y blancos uniformes con la misma indiferencia que el fontanero su azulado y desteñido mono de trabajo. La causa radica en tener que someterse la administración del centro a presupuestos ridículos e insuficientes. No obstante, mi estancia en el hospital me ha servido para poner un poco al día la actualidad nacional e internacional y el pulso de la calle. Visitantes e internados paseantes de pasillo, han sido una buena fuente de información y cotilleos, algunos de ellos interesantes y dignos de airearse. Serán el tema de mi próximo artículo, continuación de éste, aunque dedicado a charlas y tertulias en donde abordaré noticias y comentarios de todo tipo, algunos realmente interesantes y sorprendentes. Lo titularé “Cotilleos de Hospitales” y estaré acompañado por mi vecino de cama “Pepe”, el viejo luchador que, como león enjaulado, pasa gran parte de su vida entre hospitales buscando un remedio a sus males que nunca le encuentran.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Hola Félix. Soy un médico de urgencias de un pequeño hospital comarcal.
Tienes razón, lo admito. Muchas veces se trata con distancia (en el mejor de los casos) a los pacientes y con ese tono de paternalismo, como si fuese tonto. Yo lo he sufrido cuando he sido enfermo ingresado en el hospital. No sé por qué. Debe de haber una extraña explicación psicológica, pero la desconozco.

En cuanto a la médico que deseaba hablar contigo y no quiso recabar la información de tu mujer, tengo que decir algo a su favor.

Muchas veces veo a pacientes (con frecuencia ancianos a los que les acompaña una hija) que son ninguneados por su acompañante. Es el acompañante quien proporciona toda la información, e incluso quien dice si le duele, cuando le duele y la intensidad del dolor, o si tiene náuseas o no las tiene. A mí me molesta mucho esto, porque supone anular a esa persona. Siempre procuro dirigirme al enfermo, que es mi paciente y es a quien me debo, no a su acompañante.

Es cierto que en muchos casos, luego tengo que completar la información con preguntas al familiar para aclarar ciertas cuestiones. Pero creo que es un acto de cortesía hacia el enfermo el que el médico se dirija a él.

Las preguntas que refieres no son antológicas, son habituales al realizar una historia clínica. Por desgracia hay algunos pacientes (como tú) que dificultan mucho nuestro trabajo dando respuestas ambiguas e imprecisas. El médico simplemente necesita rellenar en la historia: alergia NO, fumador SI (10 cigarrillos desde los 14 hasta los 35 años), bebedor de un vaso de vino tinto/día (o de 3-4 cervezas/semana), por ejemplo. Si los pacientes nos ayudaran un poquito en vez de poner tantas pegas, todo sería mucho más fácil.

Como puedes imaginar la médico no tenía ningún interés personal en hacer esas preguntas. Si insistía era por hacer bien su trabajo y llevar mejor tu caso.

El hecho de que al salir hablase con su mujer también habla a favor de un trabajo cuidadoso de la facultativa.

Un saludo.