martes, enero 16, 2007

Dos diagnosticos y un fracaso

martes 16 de enero de 2007
Dos diagnósticos y un fracaso
AYER se enfrentaron en el Congreso dos lenguajes en los que subyacen dos conceptos distintos de abordar el fin del terrorismo etarra. El del presidente Rodríguez Zapatero persiste en entender el tratamiento político de este fenómeno criminal como la mejor de las soluciones, en tanto que Mariano Rajoy defiende la derrota policial y judicial de la banda. La apuesta del presidente del Gobierno, sin embargo, se ha mostrado fracasada casi con estrépito -más claramente que en 1989 y 1998, porque ni Felipe González ni José María Aznar buscaron la tregua como lo ha hecho Zapatero-y la tesis firme y convencida del presidente del Partido Popular viene avalada por una legislatura -la anterior- en la que, al amparo del Pacto por las Libertades y contra el Terrorismo, ETA quedó demediada y su brazo político, ilegalizado.
A partir de tan distintos principios, es lógico que se produjesen lenguajes también incompatibles y, como consecuencia, un disenso irremediable que es atribuible, mírese por donde se mire, al presidente del Ejecutivo y a su Gobierno, que, sin consulta ni acuerdo con el PP, se lanzó desde hace ya meses -en realidad, años- a una aventurerismo político irresponsable que culminó en el ridículo del 29-D y en la tragedia del 30-D. El comunicado posterior de la banda terrorista ETA y los amagos de desvelar supuestos acuerdos previos alcanzados por la banda con el Gobierno añadieron al crimen el escarnio.
El resultado último -con unas manifestaciones preparadas para diluir la crisis de credibilidad del «proceso de paz»- es del todo desastroso para Rodríguez Zapatero, que no salvará los muebles por más que trate de estrechar relaciones con el PNV «de Imaz» -no es el de Ibarretxe y Egibar, que no se confunda el presidente-, cuyos planteamientos y objetivos para el País Vasco rebasan los autonómicos y cuyo diagnóstico sobre el fin de ETA está aún más lejano del PP que el del PSOE. Revitalizar el Pacto Antiterrorista sobre discrepancias tan de fondo, y suponiendo que es posible poner de acuerdo criterios tan enfrentados, no deja de ser una vacuidad, un recurso semántico para salir del paso y, en realidad, darlo por concluido.
El sólido discurso de Rajoy fue una dura pero necesaria réplica a la sistemática ambigüedad de Rodríguez Zapatero, a ese modo retórico y vacío de reiterar conceptos de perfiles sinuosos que pueden decir una cosa y su contraria. O se derrota a ETA o se insiste en una solución dialogada. Ésta conlleva, quiera o no el presidente del Gobierno, cesiones de orden político, que son las que la banda terrorista ha reclamado con insistencia antes y después del frustrado «alto el fuego permanente». Dialogar, en el entendimiento de los terroristas, es ceder, y la alternativa a no hacerlo en un «proceso» como el iniciado en marzo pasado es el atentado del 30 de diciembre en Barajas. En estas condiciones, la postura del PP y de Mariano Rajoy no sólo viene avalada por la eficacia, sino por la dignidad que requiere el desarrollo del régimen democrático, la defensa del Estado y de los derechos y libertades de los ciudadanos.
Por lo demás, la unidad que reclama el presidente del Gobierno -y la abstención crítica que propugna para la oposición en esta materia- más parece la imposición de una adhesión que el resultado de una estrategia compartida. No la hay y está lejos de haberla. Ayer quedó claro, como claro ha quedado el fracaso del «proceso de paz» y la imposibilidad de rehabilitarlo. La esperanza sigue estando hoy donde estuvo en 2002: en el pacto de las fuerzas políticas democráticas para derrotar a ETA, y para hacerlo con la Policía y los jueces, bajo el imperio de la ley. Como ayer propugnó Rajoy en el Parlamento nacional.

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