miércoles, enero 17, 2007

Alfonso Garcia Nuño, Hugo Chavez, Pontifex maximus

jueves 18 de enero de 2007
LA TEOCRACIA ATEA VENEZOLANA
Hugo Chávez, Pontifex maximus
Por Alfonso García Nuño
Hugo Chávez, el presidente pro-vitalicio de Venezuela, en su última toma de posesión, que tuvo lugar en una ceremonia celebrada ante la Asamblea Nacional, juró "por Cristo, el más grande socialista", mientras lucía la banda presidencial sobre el hombre izquierdo y no el derecho, como había anunciado. Al final, concluyó el acto proclamando: "patria, socialismo o muerte".
Este ha sido el inicio de un tercer mandado en el que Chávez piensa consagrarse por entero: "No daré descanso a mi brazo ni reposo a mi alma [...], entregaré mi vida en la construcción del socialismo venezolano, de un nuevo sistema político, social y económico". Como prevé que el nuevo período, que ahora comienza, no será suficiente, pese a su esfuerzo sin par, ni para terminar de edificar dicho ideal sistema, en el que presidencialmente trabaja desde 1999, ni para entregar del todo su vida, lo inicia con anhelo ferviente de que el cuarto, a partir de 2013, lo sea para el resto de su vida.
Durante el discurso se dirigió al Cardenal Jorge Urosa Sabino y le dijo: "Yo no puedo entender la posición de la jerarquía de la Iglesia Católica venezolana, pero el Estado respeta a la Iglesia y la Iglesia debe respetar al Estado". Mostró su deseo de que no volviera la confrontación con la Iglesia, pero eso sí: "Defenderé la soberanía del pueblo de Venezuela. Los derechos del Estado son insustituibles". La cuestión parece clara. El Estado, en vez de tener, ante todo, deberes respecto a los ciudadanos y a la sociedad, tiene unos derechos. En vez de ser garante de la libertad de expresión, tiene el derecho a no ser contradicho, de modo que la forma de que no haya confrontación consiste en no opinar, al menos, en las cuestiones que puedan ser molestas para los aparatos del Estado, muy particularmente para su presidente.
El Estado ciertamente debe respetar a la Iglesia, lo mismo que lo tiene que hacer con cualquier ciudadano particular o con cualquier instancia social, lo mismo que la Iglesia a las autoridades. Pero el respeto no es ni puede ser nunca, en el caso de un ciudadano o de la sociedad, sinónimo de servilismo, sometimiento o dejación de los derechos a favor del Estado. Y, por parte de éste, el respeto a una instancia social no puede limitarse simplemente a tolerar su existencia o dejar de presionar o coaccionar. El respeto a los ciudadanos y a las instancias sociales pasa por reconocer y fomentar sus derechos, incluidos los de libertad religiosa y de expresión y esto no como un acto gracioso del poder. Los derechos fundamentales no son una concesión estatal, sino que son inherentes a las personas.
Quienes tienen querencia al totalitarismo, por muy laicistas que sean, en realidad lo que desean es una teocracia atea, agnóstica, laica o como se quiera apellidar, pero teocracia. Porque cuando se pone en el lugar de Dios un valor, un proyecto o una ideología, haciéndolo absoluto, curiosamente se suele caer en la tentación de no separar el Estado de esa nueva iglesia atea, agnóstica o laica. Los ejemplos en el siglo XX desgraciadamente han sido muchos. Y es que, como Dios es todopoderoso, al sucedáneo de Él tenemos que darle poder y, por eso, los hombres le dan el mayor que tienen y hacen del Estado un dios y el máximo mandatario pasa a ser el Pontifex maximus.
Divinizado el Estado o el emperador o lo que fuere menester, "dar al Cesar lo que es del Cesar" acaba siendo lo mismo que "dar a Dios lo que es de Dios". Por eso, Hugo Chávez pontifica. Por eso, proclama el nuevo dogma cristológico de su socialismo máximo. Por eso, ejerce la potestas clavium y dice, refiriéndose a monseñor Roberto Luckert: "Se va a ir al infierno". Pero este ciudadano, porque los obispos y prelados son ciudadanos, no debe temer al poder, aunque se le estigmatice así públicamente y sin juicio ninguno, pues la magnanimidad acaba prevaleciendo: "Cómo le encanta atropellar la verdad, decir mentiras [...] que sea feliz. Perdónalo, Señor, que quizá no sabe lo que dice."
Entre este tipo de teocracias y las otras, la diferencia fundamental es que, en unas, lo que hay es una divinización del Estado y, en las otras, una estatalización de la religión. Pero en ambas, al final, el individuo está despersonalizado y solo, sin instancias sociales, ante el poder. Tal vez, por esto, unas y otras se entiendan tan bien entre sí y contra la Iglesia Católica.

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