miércoles, enero 21, 2009

Felix Arbolí, La caja de Pandora

miercoles 21 de enero de 2009
La caja de Pandora

Félix Arbolí

L OS libros a veces hacen la competencia a Pandora y de entre sus páginas, cuando pasado el tiempo les echamos un vistazo, surgen las sorpresas más inesperadas. Algunos tenemos la mala o buena costumbre de señalar donde hemos dejado su lectura con estampas, fotos o cualquier otro objeto. Incluso el utilizarlos como “caja de seguridad”, para mantener libres de la posible e indiscreta curiosidad de alguien una carta, escrito o cualquier otro objeto que no delate su presencia desde el exterior. Costumbre muy generalizada que se exhibe hasta en las películas de espionaje. La realidad nos hace ver que no es medida muy acertada ya que en cualquier persona de nuestro entorno puede coger ese libro y hojear o leer sus páginas descubriendo nuestro secreto. En el momento de elegirlo como depositario de ese curioso o preciado objeto sabemos qué libro es y donde lo hemos colocado, pero el paso del tiempo y la fragilidad de nuestra memoria, nos hacen difícil distinguir en cual de ellos lo hemos guardado y su rastro desaparece a pesar de nuestros inútiles empeños en localizarlo. Peor aún, cuando en una mudanza o esas limpiezas generales que se realizan, desparece también el libro.

Mi biblioteca no es muy extensa, pero sí lo suficiente como para saber que tendría que dedicarle días enteros a buscar página por página en todos esos volúmenes lo que deseo encontrar. Sé que tengo algunos objetos, escritos, fotos e incluso billetes, algunos ya no de curso legal, entre ese maremagno que me espera desafiante y yo no me atrevo a hacerle frente. No crean que lo de los billetes es bufonada o alardeo, sino la forma que suelo utilizar para esconder mis pequeños ahorros de la inquisidora inspección conyugal. Porque las mujeres, ángeles y demonios de nuestras vidas, pero irreemplazables y maravillosas hasta en sus pícaras maneras de actuar, no ven con buenos ojos que el hombre disponga de un dinero fuera de control para “evitarle” posibles y malas intenciones. Digo yo que será por eso.

En unas horas que he dedicado hoy a una de las tres estanterías que tengo en mi cuarto estudio, he llenado tres bolsas para basura con papeles, recortes de diarios, cromos y fascículos que han perdido su interés o están sueltos y desparejados, bocetos y originales de libros ya publicados, etc. Mi tarea tiene como objetivo encontrar un billete de cincuenta euros y dos o tres de veinte que he ido escondiendo en las páginas de unos libros que ahora no recuerdo. En uno de temas gaditanos y dentro de un sobre con el membrete de nuestra antigua papelería, he encontrado dos billetes de mil pesetas, emisión de 1971, guardados cuando aún eran de curso legal. En otro, un Quijote de los seis que he logrado reunir, había tres billetes de cien, de los de Romero de Torres, que ignoro quién pudo guardarlos entre sus páginas. Asimismo han salido a la luz varios billetes cubanos, uno de un peso, donde se ve a Fidel Castro entrando en La Habana, dos de veinte con la foto de Antonio Maceo y uno de cien anterior al castrismo. También he encontrado un billete de veinticinco pesetas, emisión de 1931, en el que se ve una foto de un tal Vicente López, cuya historia desconozco. Los billetes de cien, los cubanos y éste último por ahora, de veinticinco, no los he guardado yo, sino que me han aparecido en un curioso ejemplar titulado “El libro de España”, en el que no figura su autor, sino la editorial Luis Vives, S.A., de Zaragoza y está fechado en junio de 1957. Sé que lo compré en el Rastro cuando al inicio de mis correrías por ese mercadillo rebuscaba entre los montones de libros viejos, pero bien conservados, y encontraba alguno interesante. Me debió costar unas veinticinco pesetas, que era el precio habitual de entonces por esa “mercancía”. Ha sido una lástima que hayan aparecido éstos y no los que aún tienen valor. Pero no pierdo las esperanzas.

La tarea emprendida en estos días invernales en los que no apetece mucho salir, me ha proporcionado también otros curiosos y emotivos alicientes y hallazgos inesperados. Me sorprende que haya podido hacerme con tantos ejemplares raros y curiosos gracias a mis correrías domingueras de antaño, cuando el Rastro era una continua e inagotable sorpresa. En el interior de una edición especial de cien mil ejemplares del Quijote, para celebrar el tercer centenario de la muerte de Cervantes, de la editorial Ramón Sopena, he hallado una de las piezas más valiosas e insólitas de mi colección. Es un librito de hojas muy finas en cuya portada se lee: “La Europa esclava si la Inglaterra no rompe sus cadenas”, en la que también se especifica “compuesto por un inglés católico, año de 1677”. Destaca que fue impreso en Colona, año de 1678 y traducido y aumentado en España, año de 1689”. Alguien que quiso conservar este tesoro bibliográfico lo introdujo en ese otro curioso ejemplar y se olvidó o no pudo rescatarlo. Lo he colocado en el interior de una carpeta, convenientemente protegido para evitar su deterioro.

Pero aparte de estos curiosos ejemplares que había olvidado formaban parte de mi biblioteca, algo más de cincuenta libros con alguna especial curiosidad, interés y valor, aparte de los normales y modernos, me van apareciendo otras sorpresas no menos interesantes de resaltar. Una de ellas, una antigua postal de la Custodia del Corpus de Toledo, con sello alfonsino y fecha 8 de julio de 1923, en la que un tal Paco escribe con una letra bastante defectuosa, lo siguiente: “ Queridos padres. Emos llega bien. Madre ahy te mando la custodia a la que prometo en cuanto que la bea que bendras tu aberla por que ella te pondra bien. Paco”. Va dirigida a un tal Emiliano, cuyo apellido y señas de Madrid no descubro para evitar posibles y molestas identificaciones. ¿Qué historia guardará esas palabras tan mal escritas, pero tan llenas de fe y seguridad de que si su madre ve a esa Custodia se pondrá bien?. La fe de un moderno Centurión que confiaba plenamente en que la sola visión de ese Trono Divino, que a él tanto le había impresionado, era suficiente para que su madre recuperara la salud. Un testimonio que aparte de su interés anecdótico, tiene un significativo valor sentimental y ejemplar, considerado en profundidad. ¿ Se figuran a ese hijo que por alguna causa marcha a Toledo, de clase muy humilde e iletrada, ve la postal de la Custodia y la envía a sus padres haciéndoles la promesa de que llevará a su madre enferma a verla, pues tiene plena confianza de que curará sus males?.

No encuentro mi dinero, pero gracias a su intento de búsqueda estoy descubriendo una serie de libros, detalles y curiosidades de las que ya ni me acordaba. Como esa “Guía del Artesano”, de Esteban Paluzie y Cantolozella, que se titula Inspector de Antigüedades en la cabecera del volumen y que está editado en Barcelona en el año 1920, cuando ni yo, ni ninguno de los lectores había llegado aún a este mundo. En su interior, tres tarjetas postales, una de ellas desde San Sebastián, con sello de dos pesetas sin matar, pero fechadas a principios de los sesenta. Y volúmenes de temas históricos y políticos, como unos ejemplares de los años sesenta titulados “Ser Español”, de un tal Enrique S. García Alvaredo, que rezuma patriotismo falangista a ultranza y está prologado por el Capellán Nacional de Juventudes Ramiro López Gallego. Su dedicatoria tiene también su particularidad “ ENVIO: A la santa mujer que Dios me deparó por esposa y a mis siete hijos”. Ya tenía donde entretenerse y por quienes luchar en la vida. ¿Sabe alguien de este autor?. Del año cuarenta tengo otro bastante interesante titulado “Glorias Imperiales”, de Luis Ortiz Muñoz, con numerosas ilustraciones, en cuya contraportada figura escrito “Informado favorablemente por la Secretaría Nacional de Educación de F.E.T. y de las J.O.N.S. .Son bastantes los que tengo incluso de antes del pasado siglo y de distintas materias y presentaciones, aunque no haya llegado a ellos.

También me ha aparecido una cédula de identificación personal, de esas que teníamos que utilizar en nuestros desplazamientos en los primeros años de la posguerra, a nombre de María Pilar Royo Bermejo, natural de Alfaro (Logroño), nacida el 11 de octubre de l883 y de estado viuda. Su fecha es del l de mayo de 1942 y su tarifa y clase suponía el abono de 3,75 pesetas. En su reverso figuran dos sellos con la efigie de José Antonio por importe de 25 céntimos cada uno. Está expedida en Madrid. Asimismo, una cartilla de racionamiento alimenticio y hasta un recordatorio de la muerte y el funeral por el rey Alfonso XIII. Ésta última estaba entre las páginas de un abandonado y antiguo misal lleno de estampas, un Detente y algunas hojas de calendario antigua. Curiosamente uno en pequeño del año de mi nacimiento.

No sé aún las sorpresas que me deparará este arreglo y búsqueda entre mis libros y papeles. Es posible incluso que no llegue a recuperar los billetes escondidos, pero gracias a ellos estoy sacando del olvido libros realmente interesantes y descubriendo esos numerosos objetos y curiosidades que ignoraba se guardaban entre ellos.
http://www.vistazoalaprensa.com/contraportada.asp

1 comentario:

Anónimo dijo...

Yo conocí muy bien al autor. Era un hombre bueno con ideas equivocadas.