jueves, enero 22, 2009

Miguel Martinez, Otra gilipollez

jueves 22 de enero de 2009
Otra gilipollez

Miguel Martínez

P ARECE que la entrada en el nuevo año va devolviéndole a uno su anhelado estado ataráxico, bastante maltrecho y desgastado con el transcurso de éste. Pero, atrás ya el 2008 y tras unos reparadores y reconstituyentes días de asueto, inicia uno el 2009 con energías renovadas y con la sensación de sentirse dispuesto a cargar con lo que le echen sin que ello pueda influir excesivamente en su estado de ánimo, quizás precisamente por eso me sorprende cómo a algunas personas se les solivianta tanto el ánimo ante gilipolleces supinas como ésta a la que voy a dedicar mi columna de la semana.

Si les pidiera a mis queridos reincidentes que enumeraran las gilipolleces con las que se han enfrentado en lo que va de año, probablemente reuniríamos aquí un amplio muestrario. Algunas quizás fueran calificadas por la mayoría de capulladas, memeces o estupideces –todas ellas en la línea de la gilipollez- mientras que otras, más importantes o más graves, serían etiquetadas como putada, cabronada o hijoputez, ascendiendo varios peldaños en cuanto a la propia afectación metafísica de lo que nos pueda producir el agravio. Un servidor, que en su voluntad ataráxica es amigo de recitar y recitarse la frase “las cosas no son tanto como son, sino como cada cual se las toma”, ha de reconocer que no es lo mismo la colleja amistosa de un amiguete bromista –que bien podría ser considerada una gilipollez- que una patada en la entrepierna –a todas luces cabronada- por amistosa que la patadita pretenda llegar a ser. La voluntad ataráxica con la que un servidor quiere llevar este año le impide a estas alturas de enero tratar carbonadas, como la situación en Israel y Gaza, por lo que, como les decía, trataremos de gilipolleces.

Convendríamos así en que una gilipollez es algo que, debido a su escasa entidad, poco debiera afectar a nuestro estado de ánimo, concediéndole el crédito y la importancia que cada uno le quiera otorgar. Ejemplo: cabrearse con los cartelitos de los autobuses. Y ahora a ver cómo me lo hago, para convencer a aquellos de mis queridos reincidentes que se hayan sentido ofendidos por el cartelito, entre los que se encuentra algún amigo, de que no los estoy llamando, ni muchísimo menos, gilipollas, por mucho que mi amado y socorrido diccionario otorgue al vocablo gilipollez la definición que le da, pues en realidad, lo que considero una gilipollez –entendiendo gilipollez como actitud poco inteligente- es el hecho de cabrearse por la simple razón de ver, sobre ruedas, un cartelito afirmando que Dios probablemente no exista. No se me cabreen todavía. Dejen que me explique.

Las teorías de la Inteligencia Emocional defienden, grosso modo, que resulta mucho más saludable saber gestionar las emociones de manera que éstas no nos perjudiquen lo más mínimo, y que es mucho más fácil alcanzar la felicidad si conseguimos controlarlas para facilitar el pensamiento y el razonamiento, consiguiendo así reparar los sentimientos negativos para evitar caer en la ansiedad e incluso en la depresión.

Cualquiera de nosotros –un servidor el primero cuando por cualquier circunstancia no atina a echar mano de su actitud y planteamientos ataráxicos- puede gestionar de manera poco inteligente –desde el exclusivo punto de vista de la Inteligencia Emocional- ciertas situaciones, llevándole a dar un grito, poner un mal gesto, dar una mala respuesta o hacer un desaire, pongamos por caso a un ser querido, de manera que una vez trascurrido el episodio nos sintamos doblemente fastidiados, en primer lugar por el desaire cometido hacia una persona a la que apreciamos, y en segundo término por reconocer que la génesis de tal reacción ha sido una auténtica gilipollez. Pero no todos los que cometemos gilipolleces somos gilipollas integrales los trescientos sesenta y cinco días del año. Sencillamente hemos hecho una gestión poco inteligente de nuestras emociones y ello nos ha llevado a un estado que nos acongoja.

Es de suponer que todos, en nuestra infancia, cuando le íbamos a mamá con el cuento de que Manolito nos había llamado gafitas o tonto del culo, recibíamos idéntica respuesta: que no le hiciéramos caso, que sólo pretendía provocarnos y que no hay mayor desprecio que no hacer aprecio. “No le hagas caso, verás como se cansa”. Mamá nos estaba dando una lección de Inteligencia Emocional y de Ataraxia y, por mucho que no hubiese leído en su vida a Dyer ni a Epicúreo, nos estaba enseñando a gestionar de forma inteligente nuestras emociones y a no darle importancia a lo que no la tiene.

Así pues, dejemos sobre el tapete una idea, quizás baladí –lean por favor ironía-: Cualquiera debe tener derecho a creer en lo que le dé la gana y también debiera tenerlo a expresarlo libremente si se hace con un mínimo respeto. Sigamos.

No cabe duda que la campaña iniciada con los cartelitos de los autobuses es transgresora y original (porque no se había hecho antes), y no es menos cierto que el revuelo que se le ha dado al tema ha hecho multiplicar exponencialmente el número de entradas a la página web de los organizadores cuya dirección han colocado hábilmente en el famoso cartelito. Evidentemente quienes diseñaron la iniciativa han logrado su objetivo. Publicidad para su organización.

Sorprenderse porque un colectivo ateo afirme que probablemente no exista Dios es tanto como asombrarse porque los cristianos afirmen que es indiscutible su existencia. E indignarse por cualquiera de las dos cosas es en cualquier caso poco útil y de beneficio cero.

Fantástico –y evidentemente oportuno- le resulta a un servidor que, desde la otra orilla, se haya respondido a la campaña con otras similares, afirmando una de ellas que Dios sí existe y recomendando que se disfrute de la vida en Cristo. E-Cristians, en otros autobuses, publicita la frase “Cuando todos te abandonan, Dios sigue contigo”. Cabrearse con esta última campaña sería de una gilipollez similar a la de cabrearse con la anterior, actitud sólo superable por el hecho de cabrearse con todas ellas, en cuyo caso sería razonable recapacitar, no vaya a resultar que con quien se esté cabreado sea con el mundo.

Más que reprobables –y menos cristianas- me resultan las campañas de SMS incitando a pinchar las ruedas de esos autobuses por el mero hecho de conceder espacio a este tipo de publicidad. Quienes promueven y se hacen eco de estas campañas, a buen seguro pagaran su euro y pico sin rechistar cuando compran algunos periódicos considerados conservadores y defensores de la familia tradicional, en cuyas sesudas editoriales ponen a parir la campaña de esta asociación de ateos, sin caer en la cuenta –o cayendo, pero trayéndoles al pairo- de que unas cuantas páginas más adelante se publicitan en sus páginas de contactos tailandeses, birmanos, griegos, franceses y otras disciplinas que tienen que ver más con lo lingual que con lo lingüístico y que poco encajan con la moral cristiana a la que tanto se apela en ocasiones como ésta.

Sea feliz, mi querido reincidente, y no se cabree por estas gilipolleces. Recuerde lo que le decía mamá cuando se metía con usted Manolito.

http://www.miguelmartinezp.blogspot.com/

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