jueves 22 de enero de 2009
Dios coge el autobús
Juan Urrutia
E MPEZÓ en Inglaterra, como la mayoría de los casos de Sherlock Holmes, y de manos de un grupo de ateos corrupios. Les dio por pegar en los autobuses de por aquellos lares unos carteles publicitarios que rezaban: “Dios probablemente no existe”. Los cristianos contraatacaron, venga a gastar papel, y los ciudadanos ingleses ya no viajaban en autobuses con carteles publicitarios sino en grandes carteles a los que se adhería un pequeño autobús. En España, donde copiamos todo lo malo de los países sajones, un grupo de ateos se ha organizado para hacer lo mismo y, como no, la Iglesia ha respondido cartelón en ristre.
Yo, a título personal, he dejado de ser ateo completamente avergonzado por ese grupúsculo de incrédulos categóricos. Uno puede creer o no en algo pero cuando, con la seguridad de poseer la más absoluta de las verdades, intenta convencer al mundo de la no existencia de Dios, resulta ser tan fanático como quien pretende imponernos lo contrario. Lo malo del asunto es que la Iglesia entró al trapo, manda óvolos, y ya tenemos guerra abierta entre dos frentes irreconciliables que se llevan zurrando desde hace cientos, miles de años. Antes era la hoguera o diferentes sistemas de tortura lo utilizado por creyentes y no creyentes de diversas religiones, ahora, los autobuses.
El asunto es más complicado de lo que parece, una cosa es criticar a los estamentos eclesiásticos por su particular interpretación de los preceptos de su libro sagrado. Soy el primero en opinar que, de lo que está escrito en la Biblia a lo que mandan y ordenan los altos prebostes de la Iglesia Católica, hay tanta diferencia que parece hayan jugado a ese divertimento infantil llamado “el teléfono estropeado”; pero realmente, proclamar “su verdad” a los cuatro vientos es cuestión de egocentrismo, en ambos casos, por supuesto. Si todo este embrollo tiene una utilidad, que la tiene, es la de divertirnos, como siempre lo han hecho las relaciones fervorosamente enfrentadas entre ateos y creyentes de cierto carácter radical. Esto es así desde mucho antes de la aparición en el panorama cinematográfico de don Camilo y el alcalde Pepone.
Duda cruel, ¿existe Dios? Quien espere una respuesta satisfactoria deberá preguntárselo a sí mismo y, por tanto, auto-responderse. El problema del ateo es que piensa que creer en Dios es malo, coarta la libertad del individuo y cercena su capacidad para vivir plenamente. Por eso hacen tonterías como la de anunciar en los autobuses que casi con seguridad no hay nadie en el cielo que nos vigile con su ojo vengativo. A mi modo de ver están herrados. No, esa hache no se trata de una errata, es mi amorosa forma de llamar burros a ciertos ateos sin incurrir en el insulto directo. Lo pernicioso no es creer en Dios, sea cual sea ese Dios, sino en los seres humanos que inventan doctrinas cargadas de fanatismo en su propio beneficio. Esos son los que atentan contra la libertad de la persona para vivir en plenitud. Creer que existe alguien que nos cuida, que vela por nosotros y que nos esperará allí, en el cielo, cuando las Parcas corten nuestro hilo, es un consuelo, una ayuda para superar los malos momentos. Rezar es sanísimo, es lo único que podemos hacer en muchas ocasiones y reconforta contarle nuestras penas a un padre cariñoso y comprensivo. No veo maldad alguna en esto.
Los creyentes más fervorosos, por su parte, ven al ateo como un ser condenado a una pobreza moral y espiritual absolutas. Algunos incluso piensan que el ateismo conlleva la condenación. Sin embargo, claro está, nuestra ética como personas no está subordinada a la religión de forma irremediable. Probablemente, en cuestiones básicas, ateos y creyentes estemos de acuerdo. Y, así como la religiosidad no es garantía de poseer un abnegado idealismo, tampoco el no creyente está forzado a ser un mal bicho. Desde la Iglesia se ha promulgado el peligro de perder la fe. Tras haber estado en los dos bandos puedo decir que sí, con fe se es más feliz, pero sin ella no me siento peor persona de lo que ya era antes. No sirve de nada ser bueno por temor al infierno si lo que realmente deseamos es que a nuestro vecino le abra la cabeza una maceta según salga de casa. Una moral curiosa la que se fundamenta en el miedo. Este terror ancestral fue infundido por las personas, no por Dios, ni siquiera por su representante terreno y sus seguidores, es un invento posterior. Para nosotros unos cientos de años significan SIEMPRE HA SIDO ASÍ, pero es que duramos muy poco y el tiempo nos confunde.
En resumidas cuentas, desde una actitud de profundo respeto a las creencias de cada cual, pienso que tiene muy poco sentido esa estéril discusión entre creyentes y no creyentes que se reduce a una inmensa sucesión de negaciones y afirmaciones. Un sí y un no, un diálogo para besugos sin argumentos razonables, pues éstos no caben en algo tan intrínseco al ser humano como el deseo de creer o no en algo y, por supuesto, de tener razón.
http://www.vistazoalaprensa.com/firmas_art.asp?id=5022
jueves, enero 22, 2009
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