miércoles, enero 21, 2009

El discurso de un presidente

El discurso de un presidente

Miércoles, 21-01-09
EN el marco de una ceremonia solemne pero austera, Barack Obama tomó posesión ayer de su cargo como presidente número cuarenta y cuatro en la historia de los Estados Unidos. Más allá de las fórmulas oficiales, las imágenes para el recuerdo o los comentarios apresurados sobre este acontecimiento de alcance universal, lo más importante que sucedió ayer fue el discurso del nuevo presidente, en línea con la tradición del «Inauguration Day» que procede de George Washington en 1789. Porque el presidente de los Estados Unidos, como dijera F. D. Roosevelt, ejerce algo incluso más trascendente que la jefatura del poder ejecutivo o de las Fuerzas Armadas: en efecto, su función consiste en un «liderazgo moral» que, en el contexto político de nuestro tiempo, se extiende a todas las naciones democráticas del mundo. Barack Obama es un orador brillante, cuya reconocida capacidad dialéctica quedó más que demostrada a lo largo de la campaña electoral. Ayer el reto era todavía más difícil, porque -a la vista de las expectativas- la referencia eran los célebres discursos históricos de Abraham Lincoln, el citado Roosevelt, John F. Kennedy o Ronald Reagan. La comparación con Kennedy resulta especialmente oportuna, porque la ola de expectación que suscita el nuevo líder de la democracia americana es equiparable a la que despertó en su día el mandatario asesinado en Dallas.
Barack Obama no defraudó a los muchos millones de personas que le escucharon en el mundo entero, aunque no es tarea sencilla alcanzar el nivel de los discursos destinados a pasar a la historia. Resulta muy significativa su insistencia en los valores fundacionales de los Estados Unidos -la libertad, el patriotismo y el derecho de todos a la búsqueda de la felicidad- como fundamento de la continuidad de una nación orgullosa de sí misma, que no está dispuesta a pedir perdón por su forma de vida. La gravedad de la crisis y la exigencia de trabajo duro para superarla trasladan un mensaje de realismo ante los problemas que se sitúa en la mejor tradición de los mensajes presidenciales. Así pues, Obama asumió sin rodeos la herencia de los Padres Fundadores, es decir, la idea del destino de los Estados Unidos como país de la libertad, evitando de este modo desde su raíz cualquier lectura de su elección presidencial en un sentido falsamente progresista, que significaría una alteración de los valores. La defensa del mercado, sin perjuicio de vigilar sus distorsiones, y la prioridad del individuo y la familia sobre el Gobierno son señales orientadas en la misma dirección. En definitiva, con algunos matices, buena parte del discurso podría haberlo pronunciado un presidente republicano, fiel reflejo de ese acuerdo sustancial que constituye un elemento esencial en la fortaleza de aquella democracia.
Obama coincidió con Kennedy en el anuncio de una nueva era, de perfiles todavía poco definidos, que la nación más poderosa del mundo tendrá que afrontar situando la esperanza por encima del miedo. La idea de que América es «una nación todavía joven» tiene también resonancias de aquel espíritu renovador de los años sesenta. Implacable en la necesidad de luchar contra el terrorismo y rotundo en el elogio a los soldados que defienden la libertad de todos, el nuevo presidente puso énfasis en el «poder blando» como fórmula para el liderazgo universal, a partir de los principios y valores compartidos. Sin dejar pistas suficientes sobre su gestión en asuntos concretos, el discurso refleja la imagen de un Obama realista y consciente de la complejidad del mundo en el que le corresponde jugar un papel determinante. Tal vez muchos de los asistentes hubieran preferido algún guiño más concreto hacia sus preferencias ideológicas, y eso explica el entusiasmo limitado que demostró el público en algunos momentos. Fue, precisamente por ello, el discurso de un presidente -una condición cualitativamente distinta a la de candidato- que se mostró dispuesto a asumir el liderazgo moral que le corresponde.

http://www.abc.es/20090121/opinion-editorial/discurso-presidente-20090121.html

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