martes, enero 13, 2009

Charles Krauthammer, No al alto el fuego en Gaza

martes 13 de enero de 2009
ORIENTE MEDIO
No al alto el fuego en Gaza
Por Charles Krauthammer
Los líderes de Israel han ocultado deliberadamente el objetivo de la campaña de Gaza, pero lo cierto es que sólo hay dos finales posibles para la misma: A) un cese de las hostilidades como el que se registró en el Líbano, supervisado por observadores internacionales, o B) la desintegración del gobierno de Hamás en la Franja.

El gobierno de Ehud Olmert, que está siendo sometido a una fortísima presión internacional –en la que está participando el cada vez más vacilante Departamento de Estado norteamericano–, ha empezado a dar muestras de receptividad a la propuesta franco-egipcia de alto el fuego, es decir, a la opción A.

Sería un error terrible.

El franco-egipto es un plan que, sencillamente, no se sostiene. Se compone de los mismos elementos que han alumbrado la pseudopaz que rige en el Líbano, con su fuerza internacional que renuncia a hacer un uso significativo de la fuerza, su embargo de armas que para nada impide el tráfico de armas y su cese de las hostilidades vigente hasta el momento en que los terroristas se rearmen y estén dispuestos a lanzar la siguiente oleada de agresiones.

El desarme de Hezbolá en el Líbano ordenado por la ONU es una completa farsa, como todo el mundo sabe. Las fuerzas internacionales presentes en la zona no sólo no han impedido su rearme: es que su mera presencia hace imposible a Israel la adopción de cualquier medida preventiva en términos bélicos, no vaya a ser que caiga algún casco azul belga.

La comunidad internacional presiona a fondo para que se imponga en Gaza una mascarada de este tipo. ¿Pero es que alguien se cree que los inspectores internacionales van a arriesgar sus vidas en la lucha contra el terrorismo y el tráfico de armas? ¿Que van a enfrentarse a quienes atacan el territorio israelí con lanzacohetes? Pues claro que no. Seguirá habiendo tráfico de armas, y se seguirán utilizando mezquitas, escuelas y hospitales como arsenales y refugios de terroristas. ¿De verdad alguien piensa que los pacificadores franceses registrarían esos lugares?

Así las cosas, cabe concluir que el único final aceptable de esta guerra, para Israel y para el mundo civilizado, es la opción B: la desintegración del gobierno de Hamás. Y se trata de una empresa que ya está en marcha.

Eso no quiere decir que haya que matar a cada pistolero de Hamás. No es posible ni necesario. Los regímenes se sostienen imponiéndose sobre la mayoría de la población, no sobre todos y cada uno de sus miembros. Es lo que hace Hamás, y lo que se está poniendo en la mira.

La jerarquía de Hamás no es que esté herida de gravedad, es que está siendo públicamente humillada. Los campeones de la guerra que animan a los demás al martirio se esconden bajo tierra y se encuentran prácticamente incomunicados. Manifiestamente incapaces de proteger a su propio pueblo, suplican la ayuda internacional, pero no reciben más que palabras de sus hermanos iraníes y árabes. ¿Y quién es el que realmente abre los pasillos de ayuda humanitaria a los civiles palestinos? Israel.

En los cuatro primeros minutos de esta guerra, la Fuerza Aérea Israelí destruyó 50 objetivos, con lo que acabó con casi todos los instrumentos y símbolos del gobierno de Hamás. Los testaferros que gobiernan Gaza fueron de inmediato condenados a la marginalidad y la impotencia, y dejaron a su pueblo a su suerte. En esas condiciones, los regímenes son extremadamente vulnerables a perder lo que los chinos llaman el mandato divino, la sensación de legitimidad que sustenta toda forma de gobierno.

La caída de Hamás en Gaza está al alcance de la mano, pero sólo si Israel no cede a las presiones que le piden que se detenga. Derrocar a Hamás no requiere una reocupación permanente de la Franja por parte de Israel. Una fuerza internacional transitoria podría llegar a la zona para despejar el camino de vuelta a la Autoridad Palestina, el gobierno legítimo, cuyas fuerzas serían mucho menos delicadas que las europeas a la hora de imponer el orden.

La desintegración del gobierno de Hamás en Gaza supondría un golpe demoledor para los palestinos que se niegan a reconocer a Israel: este punto es, precisamente, y desde la toma del poder en la Franja por el referido grupo islamista, el más importante asunto de la política palestina. Igualmente, sería un revés de primera magnitud para Teherán como patrocinador de movimientos islamistas radicales en la región, sobre todo tras la derrota y marginación de los saderistas en Irak. Y alentaría a los regímenes árabes moderados aliados de EEUU a seguir plantando cara a Irán y sus secuaces. Por otro lado, vendría a demostrar el imprescindible valor estratégico que para EEUU tiene Israel a la hora de poner coto a las ambiciones de los ayatolás.

Olmert tuvo una gran oportunidad en el Líbano. No la aprovechó. Ahora tiene una segunda oportunidad. La teocracia gangsteril cuasilunática que rige en Gaza –sólo cuatro días antes del inicio de las hostilidades, los parlamentarios de Hamás aprobaron un código penal basado en la sharia que sanciona, entre otras cosas, la crucifixión– está al borde del abismo. Puede ser derrocada, pero sólo si Israel está dispuesto a –y le permiten– alcanzar el auténtico objetivo de esta guerra. Si el Departamento de Estado de Bush, en su última aparición en escena, se empeña en evitarlo mediante la prematura imposición de un alto el fuego, cometería un acto no sólo autodestructivo sino vergonzoso.


© Washington Post Writers Group

http://exteriores.libertaddigital.com/no-al-alto-el-fuego-en-gaza-1276236051.html

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