jueves 22 de enero de 2009
OPORTUNIDADES
Es un buen momento para la Iglesia
Por Alfonso García Nuño
Como no podía ser menos, la Junta de Galicia ha creado su Observatorio Gallego de la Juventud. En su primer informe, se bucea en las creencias de los jóvenes de esa región. A este respecto, el hecho diferencial es que es prácticamente coincidente con la que realizó no hace mucho la Fundación Santa María sobre la juventud española.
En Galicia, casi un tercio de los jóvenes se declara agnóstico o no creyente y menos de la mitad católico; mas solamente un 8,4% participa semanalmente en la Eucaristía. La tendencia decreciente, en España, se podría considerar acelerada. Del 77% que se consideraba católico hace una década se pasa al 49%.
Estas cifras, junto con otras encuestas o alguna campaña de autobuses –por señalar un síntoma de la pleamar laicista–, podrían hacernos caer fácilmente en el pesimismo. Éste ni es sinónimo de mirar la realidad ni se evita dejándolo de hacer. ¿Se hunde la Iglesia en España y en el resto de Europa? Podría hundirse; no sería el primer caso en la historia de desaparición de una o muchas diócesis. Pero no es algo que fatalmente tenga que pasar. Lo que sí parece inevitable es que se hunda una determinada configuración de la Iglesia vinculada a un determinado tiempo; la cuestión es cómo pasar a la nueva sin aferrarse a la vieja ni incluir en lo pasajero lo permanente. Para un creyente, cualquier época es favorable para la Iglesia Católica, porque es tiempo (kairós) de salvación. Aunque como decía el recientemente fallecido R. J. Neuhaus: "El grado de realización de ese Momento en nuestro pequeño lapso de tiempo depende de si el Catolicismo contemporáneo tiene la garra de ser plena e inconfundiblemente católico". Dos adverbios que se me antojan sumamente acertados, dos adverbios que tal vez debieran marcar el programa de nuestro presente.
Hay dos datos muy ilustrativos. El 79% de los jóvenes cree que la Iglesia es demasiado rica y el 82% que es demasiado anticuada en cuestiones de sexo. Uno nos habla del descrédito. En el s. XVIII, la Iglesia era muy rica, hoy en día no. Ese descrédito es verdad que es consecuencia, en gran medida, de una constante lluvia de falsedades. Pero esto no puede ser motivo para auto-justificarse y no mover un dedo. En el espacio público tiene que haber una presencia nítida y las críticas, por muy mala intención que tengan, en lo que tengan de verdad, deben de ser acogidas. En este sentido, nuestros días hasta nos hacen un favor, pues nos ayudan a quitarnos un montón de lastre. También los ataques, sabiéndose situar ante ellos, se convierten en aliados para poder ser plena y nítidamente lo que se es o se querría ser.
El otro dato, sumado al de aquellos jóvenes que asisten regularmente a misa, nos redondea el 100% aproximadamente. Es decir, que la toma de postura de la Iglesia va teniendo un efecto: el de ir decantando, el de ser ocasión para decidirse y definirse. Con frecuencia, se dice que hay pocas vocaciones. Si es para mantener una estructura de un pasado de religión oficial del Estado o para poder asumir en el futuro el papel de religión subsidiaria de la sociedad, así es. Pero si miramos a ese pequeño porcentaje de jóvenes asiduos a la Eucaristía, me atrevería a decir que casi son hasta abundantes. Desde luego, para ser plena y distinguiblemente católicos los que así quieran serlo, seguramente suficientes.
Aquí está la clave. Para poder ser en nuestra sociedad, no basta la mediocridad. Nuestro entorno juega a nuestro favor, porque nos demanda, aunque no lo pretenda explícitamente, autenticidad. Si ese pequeño número no es plenamente lo que es, acabará succionado por su infidelidad, no porque el ambiente se lo coma. Esto comporta el que todos, sobre todo los responsables de la pastoral, trabajen para que el que quiera ser católico lo pueda ser plenamente. Del ser plenamente aflora el dar a los otros un perfil nítido y distinguible de cualquier otro. Una pastoral para la mediocridad, para que no se vayan, para que me toleren, para… difumina los contornos y hace que la Iglesia no sea significativa. Una palabra insignificante no dice nada a nadie y, por ello, no es palabra con la que entrar en diálogo, porque ni es respuesta a nada ni cuestiona nada. A una palabra honda se puede responder negativamente, pero solamente a algo con peso merece la pena decir sí.
http://iglesia.libertaddigital.com/es-un-buen-momento-para-la-iglesia-1276236093.html
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