jueves 21 de febrero de 2008
Miedo en el cuerpo
Óscar Molina
H AY miedo, hasta a través del televisor viendo algunos mítines se puede percibir ese sudor con olor a ajo; caritas desencajadas que traslucen la asunción de que es posible que el Poder no sea vitalicio, ni por naturaleza ni por esa autoconcedida superioridad moral de todo a cien. Y el miedo genera otras cosas, entre ellas la violencia.
Creo que aún hemos visto poco. Me temo bastante que el honrado clima de la calle y hasta las nada fiables encuestas van a comenzar pronto a anunciar el vuelco en ciernes, y los rastreros y reclamados alardes de tensión no han hecho sino empezar. Porque hay pavor a que la realidad se escriba con páginas imprevistas, desasosiego que mana de la posibilidad de que la Historia vuelva a equivocarse sin atender a la apestosa danza de los chamanes únicos del progreso; y cuando ciertos temblores sientan plaza en quienes están convencidos de su predestinación al machito, la reacción de los depositarios únicos de la Verdad puede ser temible.
Todo el capital político de la izquierda española es Zapatero. Su sonrisa y sus ojos azules captados en fotos de estudio son lo único que puede captar hoy al votante corriente. No existe absolutamente nada más que pueda adjuntar al envite electoral; ningún logro real, ningún proyecto de nación. Tan sólo la continuación de una luna de miel con la nada de la mano de un iluminado, cuya cultura y capacidad están tan lejos de sus pretensiones como del concepto que de sí mismo tiene. El segundo capítulo de la conversión de España en el perfecto Don Nadie hacia fuera y la República de la Chorrada hacia adentro, adobada con una suerte ofrendas al credo progre que aprovechan a alguna minoría, pero para nada resultan útiles en la resolución de los problemas reales de la gente.
Desde la Factoría Pepiño se empieza a comprender que toda esta panoplia de insustancialidades son poco bagaje para acudir a una cita con las urnas, y se ha empezado a tirar del recurso postrero. Una pértiga que sólo es legítima en quienes ostentan el monopolio de su uso por razones de supremacía ética original. Se puede y se debe acudir a la violencia verbal y física como medio aceptable para la consecución de un fin que trasciende a quienes lo emplean, a quienes lo jalean y por supuesto a quienes lo sufren. Pueden ellos, todo su entorno mediático, farandulero, social y sus diversas brigadas de desertores del champú y el Ariel, arremeter con la palabra o a empellones contra el adversario, y echarles de una calle que les pertenece, ya que son los únicos demócratas de toda la vida.
Es lícito llamar hijos de puta o imbéciles a los votantes del Partido Popular; lo es también etiquetar como extrema derecha a los que, hasta el momento, sólo han participado como víctimas en agresiones de palabra y obra; y por supuesto es aceptable que en esta carrera haya quien tenga que competir por ganar mientras se preocupa de su integridad física y moral.
Porque, si fue permisible acorralar a representantes políticos en sus sedes hace cuatro años ¿no va a serlo ahora?
Si existió un Pacto de Tinell, rubricado con todos aquellos que rechazan la forma de Estado, si se hizo socios parlamentarios a quienes no aceptan las reglas del juego con tal de apartar a casi diez millones de españoles de la vida política ¿a qué viene andar ahora con medias tintas? Si la exclusión de media España es plausible, su acobardamiento sin reparar en formas también lo es.
Si se ha podido decir a Alberto Fernández que mirara los bajos de su coche, gesticular ante Acebes que se le iba a degollar o deseado a Rosa Díez que la matara ETA cuando no estábamos en campaña ¿va a ser inaceptable ahora que sí lo estamos y hay tanto en juego?
Además, si se gobierna con partidos políticos cuyos cachorros son los protagonistas de todo esto ¿hay alguna necesidad de condenar sinceramente sus acciones? Un poco de coherencia por favor…
Si se puede considerar interlocutor político a quien usa la violencia asesina ¿vamos a llevarnos las manos a la cabeza ahora por estas minucias?
Pero sobre todo, si a esta puesta en escena de la ira de los únicos justos se le puede llamar “tensión” con una sonrisa, y acto seguido es posible erigirse en Príncipe de la PAzzzzzzzz ¿qué mal hay?
Tienen miedo, y quieren que lo tengamos también los demás.
http://www.vistazoalaprensa.com/firmas_art.asp?id=4466
jueves, febrero 21, 2008
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