miércoles, febrero 20, 2008

La verdadera cara de la revolución

miercoles 20 de febrero de 2008
La verdadera cara de la revolución

Venezuela Actual

“La única cosa necesaria para el triunfo del mal es que el hombre bueno no haga nada”, Edmund Burke.

No hay paz a lo largo de la frontera entre Colombia y Venezuela. Las relaciones diplomáticas entre los dos países están en un punto crítico. El riesgo de un inminente conflicto armado, incluso si es una posibilidad remota, está alarmando a todas las cancillerías latinoamericanas. Chávez no pierde un día para lanzar provocaciones contra el imperialismo y contra el presidente colombiano Álvaro Uribe. Lo que volvió a encender la mecha de la tensión fue la solicitud, por parte de Chávez, de reconocer a las FARC y al ELN el estatus de beligerancia y no de grupos terroristas, es decir, sujetos al derecho internacional.

Ya se sabe que la reciente liberación de Clara Rojas y de la ex diputada Consuelo González ha permitido al presidente venezolano presentarse, frente al mundo entero, como el único interlocutor posible con las FARC, y el único con el nivel de llevar a término el rescate de los secuestrados. En resumidas cuentas, después de la derrota del referéndum de diciembre de 2007, Chávez ha intentado posicionarse nuevamente a nivel internacional, relanzando las FARC y dejando atrás diplomáticamente al gobierno colombiano.

Entre las muchas anomalías de estos últimos años bolivarianos, Venezuela resulta ser uno de los pocos Estados del mundo que celebra, como aniversario nacional, un fallido golpe de Estado, precisamente aquel del 4 de febrero de 1992. Y fue justo el pasado 4 de febrero cuando Chávez declaró que “Venezuela limita al oeste, en buena parte, no con el gobierno colombiano y tampoco con las instituciones colombianas sino con las FARC, que tienen otro estado, un territorio bajo su control, con leyes propias, que aplican y hacen respetar, a tal punto que no es posible continuar desconociéndolas”.

Una declaración que desencadenó una durísima reacción del gobierno colombiano, transformando a Chávez en el embajador internacional de las FARC y poniendo al desnudo el verdadero proyecto político que se escondía detrás del show mediático de la liberación de los secuestrados.

El reconocimiento del estatus de beligerancia implicaría el reconocimiento de la legitimidad, aunque no legalidad, de una vasta área del territorio colombiano bajo el control de las FARC. En fin, la antesala para la creación de un “narco-estado colchón” reconocido por los países pertenecientes al ALBA (Alternativa Bolivariana para las Américas). Un proyecto que, si es realizado, desataría una peligrosa balcanización de la región, con resultados catastróficos.

Las palabras de Chávez hacen evidente y siempre más claras las estrechas relaciones entre el régimen de Caracas y la narcoguerrilla marxista de las FARC y del ELN (Ejército de Liberación Nacional). Peligrosas relaciones de años denunciadas por el gobierno colombiano y la DEA (el departamento antidroga americano expulsado del país en el 2005). Acusaciones recientemente relanzadas por una interesante encuesta publicada en el diario español El País, donde un ex guerrillero denuncia la estrecha relación del gobierno venezolano con las FARC y el tráfico internacional de droga. Un tráfico que a través de la frontera venezolana llega a Europa pasando por Portugal y España.

Según uno de los testimonios presentados en El País, “se trata de un gigantesco negocio internacional. Desde Venezuela transita el 30% de las 600 toneladas que anualmente se movilizan en el mundo. Prácticamente la totalidad de la droga colombiana que, a través de Venezuela, llega a Europa con un valor de mercado de 10.000 millones de euros”.

Todavía según la encuesta de El País, “durante los últimos 5 años de presidencia de Chávez, el flujo de droga ha aumentado de manera vertiginosa, tanto como para motivar al potentísimo narcotraficante colombiano Luis Hernando Gómez Bustamante, hoy detenido en su país, a considerar a Venezuela como el templo del narcotráfico internacional”.

Pero la política exterior venezolana no es sólo droga, revolución y Bolívar, hay más. La Venezuela de estos últimos días se encuentra implicada en un difícil litigio internacional contra la Exxon Mobil, la multinacional americana del petróleo que recientemente ha solicitado y obtenido el congelamiento de 12.000 millones de dólares de fondos en el extranjero de PDVSA, como garantía de indemnización a la reciente expropiación de algunos yacimientos petroleros de la Faja del Orinoco, previamente asignados. Para muchos analistas internacionales toda esta escalada de tensión entre Chávez y Colombia, entre Chávez y la multinacional, son sólo útiles para ocultar los fracasos políticos del régimen, ya sea en materia social como en materia económica, permitiendo a Chávez continuar gritando contra el omnipresente enemigo imperialista hasta amenazar con la suspensión de la venta de petróleo a Estados Unidos. Pero el litigio internacional con la Exxon Mobil, crea un peligroso precedente que impulsará a otras compañías extranjeras a seguir el mismo camino: con efectos económicos devastadores para la compañía de estado PDVSA, por lo tanto sobre el país entero, que ya presenta una deuda pública (interna y externa) estimada en 100.000 millones de dólares, aproximadamente 70.000 millones de dólares más que en 1999.

Según los últimos sondeos, publicados por Alfredo Keller, la popularidad de Chávez, en estos últimos años ha disminuido desde un 65% hasta el 38% actual. Una disminución de popularidad entre sus propios afectos: ya cansados de promesas y eslóganes políticos vacíos de significado y llenos de fracaso. Una debacle popular en el corazón mismo de los barrios más pobres, donde el régimen ha concentrado en estos últimos años parte del ingente gasto público: en políticas populistas, asistencialistas y liberticidas que no hicieron más que humillar y limitar la capacidad de iniciativa y de emprendimiento de la persona, postponiendo los problemas sin resolverlos.

Han pasado diez años desde cuando el teniente coronel Hugo Chávez llegó al poder. Parecía que renovaría la política con la antipolítica; parecía que relanzaría una economía, demasiado dependiente del petróleo, con un nuevo desarrollo industrial y una necesaria desburocratización de la administración pública; parecía que reduciría la pobreza con políticas innovadoras de redistribución social; parecía que restablecería el orden en las calles y en los barrios de un país considerado entre los más violentos del mundo. Y en cambio, después de diez años es todo lo contrario: una economía siempre más dependiente del petróleo con una inflación de 22,7% y un gasto público por las estrellas. Un país en plena crisis de alimentos, con una escasez de leche, huevos y productos básicos del 35% en enero de 2008. Un país sofocado por una burocracia elefantesca que ha reforzado el poder del estado sobre cada sector de la sociedad y de la vida privada de las personas.

Sin embargo, todo esto ha empezado a despertar la conciencia y el reconocimiento del valor del bien común. El valor de la subsidariedad como forma operativa para responder a las necesidades de la persona y por lo tanto de la sociedad con sus propios medios. Si en estos últimos años la política se ha vuelto sinónimo de violencia ideológica y odio entre clases, también ha permitido el despertar de una nueva conciencia social, la misma que ha favorecido el nacimiento del movimiento universitario, verdadera novedad política nacional, la misma que se ha manifestado en el referéndum de diciembre del 2007 rechazando un estado socialista, la que está acogiendo nuevos liderazgos locales para las elecciones de alcaldes y gobernadores a finales de este año y que en suma ha comenzado el renacimiento de una nueva sociedad civil que evidencia una exigencia de libertad y justicia como deseo del corazón del hombre.

Posted on 02.18.

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