miercoles 20 de febrero de 2008
Giussani, maestro en vísperas electorales
Fernando de Haro
El tercer aniversario de la muerte de monseñor Giussani, el fundador de Comunión y Liberación, coincide prácticamente con el comienzo de la campaña electoral en España. Son dos hechos aparentemente sin relación. Pero la convocatoria a las urnas es una buena ocasión para retomar algunos aspectos de la educación de don Giuss (como le llaman sus seguidores) en las cuestiones relacionadas con el poder y la vida en común. Arrojan mucha luz sobre la situación en la que se encuentra nuestro país.
Para cierto catolicismo español, que ha teorizado la necesidad del dualismo, es difícil entender que un movimiento educativo y misionero tenga consecuencias políticas. Giussani no hizo, como es lógico, política de partido. “Para mí la cuestión central no ha sido la política sino el incremento de la educación de las personas y de lo que la favorece –aseguraba en una entrevista de 1989-. Comunión y Liberación tiene una finalidad educativa –añadía-, quiere que el hombre sea sensible a las necesidades humanas (...) para que cada uno actúe”.
Pero la suya era y es una experiencia encaminada a juzgarlo todo y actuar de modo comunitario, desde la fe. No podían quedar fuera las relaciones con el poder y el modo de construir sociedad. “A menudo digo -afirmaba en 1987 en una intervención sobre la democracia- que el cristianismo no nació como una religión sino por un amor potente a lo humano, a la persona concreta (...). Pasión por lo humano y por la libertad”. Precisamente su interés por una auténtica libertad social, no sólo espiritual, le llevó a criticar con insistencia los mecanismos con los que el poder domina al hombre de nuestro tiempo. Son juicios de una actualidad rabiosa. “El poder –señalaba en una intervención de 1987- en el acontecer del pensamiento moderno se ha vuelto contra lo Trascendente y se ha afirmado como algo autónomo”.
Ese mismo año en Assago, en una asamblea de la Democracia Cristiana, el partido en el Gobierno y que teóricamente mejor encarnaba los “valores” de un humanismo de inspiración católica, denunció cómo ese poder que “se considera fuente de todo derecho (...) necesita gobernar los deseos del hombre”. Puede parecernos extraño que Giussani, para describir el modo de actuar de un poder irresponsable, que tan familiar nos resulta en este momento, subraye el “sometimiento del deseo”. Pero ésta es precisamente su genialidad. “El deseo -explica él mismo- es de hecho el emblema de la libertad, porque abre nuestro horizonte a la categoría de lo posible”. Los deseos y las exigencias de bien, de felicidad, de justicia, son para Giussani un elemento irreductible, constituyen el corazón humano en el que se expresa la dependencia del Misterio de Dios. Toda su educación se apoya en la confianza sobre la objetividad de ese deseo. Por eso señala que en “su aplastamiento tiene su origen la desorientación actual de los jóvenes y el cinismo de los adultos”. El poder mata el deseo con moralismo: “el que se adhiere a los valores que proclama la mentalidad común es un gran hombre (...); a través de la proclamación de estos valores el poder, más o menos, lentamente homologa las almas”.
Giussani no se limitó a hacer una denuncia. Sus intervenciones, diálogos y conferencias nacían de la experiencia de guiar personas que habían construido realidades sociales y obras implicadas en mil batallas. En ese contexto afirmaba que no vale cualquier respuesta frente al poder. Y también en este aspecto sus enseñanzas son muy pertinentes para nuestro país. Explicaba que sirve poco responder al proyecto de un poder injusto con otro proyecto. Se trata de recuperar la razón y la persona. En sintonía con las afirmaciones que hace ahora Benedicto XVI, Giussani en el 87 sostenía: “es tiempo de reconquistar la profundidad de la razón, que hoy es tan peligrosamente superficial. La razón es la energía con que la persona conoce la realidad y percibe su significado”.
Defensa de la razón que para él estaba íntimamente vinculada a la experiencia religiosa, a la fe y a la pertenencia a la Iglesia. “Me parece –afirmaba en otra intervención del 87- que lo que falta para que haya una sensibilidad vigilante, capaz de obligar al poder a ser verdadero y auténtico imitador de Dios y, por tanto, servidor de los hombres, es la experiencia de la pertenencia a Cristo en su Iglesia”. ¿Hablaba de una “opción espiritual” o “una opción confesional”?
Nada de eso. La pertenencia clara a la Iglesia nunca fue para él la defensa de un reducto cerrado. La recuperación de una razón dispuesta a reconocer el Misterio de Dios que revindicaba era un modo diferente de construir alternativas y contrapesos al poder con obras sociales, educativas, caritativas. La razón dispuesta a reconocer la dimensión religiosa parte, para construir sociedad, de la necesidad, no de la abstracción. Reaparece así el deseo no como algo privado, sino como un fenómeno público, capaz de suscitar el diálogo con todos.
También en el 87 explicaba (la frase es trasladable sin adaptación al 2008) que tenemos que elegir entre dos posturas posibles: “o construir para encontrar lo que permite esperar la satisfacción del deseo o bien dedicarse a una construcción que parte de un programa ideológico y que violenta la realidad”. Tres años después de su muerte, en vísperas electorales, Giussani se muestra más maestro que nunca, maestro de esa esperanza cristiana que, como él decía, “reside en el pico que se usa contra la roca de cada instante”.
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miércoles, febrero 20, 2008
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