viernes, octubre 19, 2007

Tratados de minimos

sabado 20 de octubre de 2007
Tratado de mínimos
El Tratado de Reforma aprobado en la madrugada de ayer en el Consejo Europeo informal de Lisboa representa un alivio para la crisis institucional que la UE arrastra desde hace casi una década, pero al mismo tiempo constituye la desagradable descripción del límite que ha sido capaz de alcanzar en estos momentos la idea europeísta. Con el fallido intento de la Constitución se habría logrado un horizonte mucho más claro y ambicioso para el proyecto europeo y, en ese sentido, no se puede ignorar que el Tratado de Lisboa no es más que un recorte tan desabrido como pragmático. Como los remiendos de última hora son la especialidad de la negociación europea, en este caso no hay más remedio que aceptar un resultado que, si bien despeja el horizonte institucional a medio plazo -es decir, nos aleja del bloqueo al que nos habrían conducido los actuales mecanismos de decisión-, también abre la puerta de otras dificultades que tarde o temprano acabarán saliendo a la luz.
En estas circunstancias, el Gobierno español no debería pasar por alto el hecho de que una mayoría de ciudadanos ratificó en su día un tratado que ahora ha quedado sustancialmente diluido. Lo que se aprobó en el referéndum era mucho más importante que lo que finalmente ha salido a la luz, por lo que no sería justo en modo alguno interpretar que los que dieron por bueno el todo se hayan de quedar satisfechos automáticamente con la parte. No se trata de devolver el «no» de franceses y holandeses con otra negativa que sería suicida, pero tampoco se puede utilizar a conveniencia la voluntad política debidamente expresada por los ciudadanos.
El Gobierno socialista ha aceptado para España abandonar una posición extraordinariamente preponderante en el Consejo a cambio de unas nuevas reglas que nunca podrían compensarle por ello. La situación actual puede que sea mas equitativa, pero en cualquier caso merece una explicación más profunda que el simple alegato autocomplaciente y repetitivo sobre el éxito superficial de la cumbre. El Ejecutivo sabe perfectamente que había margen para haber mejorado sus posiciones sin llegar a comprometer el acuerdo, pero ha preferido abandonar la lucha sin intentarlo. Todos los países se van a apresurar ahora para cumplir los trámites de ratificación y conjurar una nueva crisis como la que se produjo hace dos años y medio. En España, muy probablemente, habrá que esperar hasta después de las elecciones del año que viene y el nuevo Gobierno, cualquiera que sea, tendrá que hacer pedagogía para convencer a la opinión pública de las bondades del texto finalmente aprobado.

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