martes 30 de octubre de 2007
La hora de “Los Quinientos” Lorenzo Contreras
Sería duro sostener que la Iglesia católica española se ha vengado de la Ley de la Memoria Histórica, en la medida en que le salpica por su colaboración de décadas con el régimen de Franco; pero si no hay venganza intencional, por lo menos hay desquite de la Iglesia a través de los hechos verdaderos rememorados con motivo de la beatificación de cerca de quinientos católicos, la mayoría eclesiásticos, asesinados durante los años revolucionarios del Frente Popular, incluida la etapa de la Guerra Civil.
En la guerra de cifras, probablemente hay más víctimas entre asesinados por su fe religiosa que entre asesinados por su militancia republicana. El franquismo ciertamente representó muchos años de depuraciones de todo tipo y tapias de cementerio. Lo mejor de la narrativa de Gironella fue el título de su novela más elocuente: “Ha estallado la paz”. Y la paz “estalló” durante lustros con toda su crueldad. Era simplemente otra modalidad de guerra, esta vez sin enemigo con capacidad de respuesta.
La respuesta, cuando parecía que la llamada “Transición” y el advenimiento de la democracia pasaba página, vino con Zapatero y su Ley de la Memoria Histórica. En la “réplica” que la Iglesia tenía documentalmente preparada hay testimonios abrumadores. No vale argüir que el régimen franquista tuvo tiempo de pregonar las barbaridades de la preguerra y de la Guerra Civil y de esta manera anticipó sus “argumentos”. Ahora, con motivo de las beatificaciones de “los quinientos”, hemos podido conocer algo de lo que permanecía en el subsuelo de la verdad.
La Iglesia ha procurado extender un manto de reconciliación y neutralidad política sobre la crónica de tanta barbarie. Ha hecho suyo aquel perdón que expresaron los nuevos beatos. Pero hasta cierto punto se adivina que ese perdón podría extenderse indiscriminadamente a quienes simpatizaron, no con los verdugos de un régimen republicano desmandado, sino con la República triunfante en 1931, que pudo ser mejor y distó de serlo.
Durante el franquismo, la Iglesia pudo ser mejor y tampoco lo fue. Antes de romper con la Dictadura se lo pensó. La palabra “triunfo” estaba en muchos de sus himnos de ocasión, sobre todo durante su largo monopolio institucional y educativo. Y es que renunciar al triunfo resultaba muy difícil. Cuando la salud de Franco entró en barrena, empezó a percibirse el cambio, no tanto de mentalidad como de orientación. Había una estrategia que asumir y se hizo paulatinamente, con “Tarancón al paredón” y con Guerra Campos, por ejemplo, en la retaguardia, digamos vanguardia del retroceso y la nostalgia efectiva.
Queda, en medio de este barullo, una duda por aclarar o un futurible por formular: sin ley de Memoria Histórica y sin ofensiva política contra intereses que la Iglesia considera intocables, ¿tendríamos ahora, oficialmente, quinientos beatos en el santoral?
Desde luego, la Iglesia ha obrado en este asunto con toda la prudencia de que es capaz, y no suele ser poca. “Los quinientos” estaban hace largo tiempo registrados, computados, catalogados. Se huyó de los números redondos. Ya se sabe que no fueron quinientos, sino dos menos: cuatrocientos noventa y ocho.
En su exquisitez procedimental, la Iglesia española ha procurado, y casi lo ha conseguido, evitar la politización del acto de Roma mediante la vigilancia de banderas y de himnos. Ésa es al menos la impresión que se extrae de ciertas ausencias religionarias, que no religiosas. La institución es la institución, y cuando se distancia de algo, se distancia perfectamente. El problema es la historia. Pero ese problema es también de los nuevos vencedores políticos: los que han hecho de las urnas algo más que un factor de legitimación democrática. O sea, determinadas particularidades del pasado como munición.
http://www.estrelladigital.es/a1.asp?sec=opi&fech=30/10/2007&name=contreras
lunes, octubre 29, 2007
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