martes 30 de octubre de 2007
El brillo de los ausentes
M. MARTÍN FERRAND
EN España, un raro país en el que resulta conveniente andarse con mayor cautela frente a los amigos que contra los enemigos, los valores tienden a invertirse. Un ejemplo: cuando, el 19 de noviembre de 1850, se inauguró -a todas prisas, como siempre- el Teatro Real de Madrid, la prensa que reseñó el acontecimiento le prestó más atención que a Donizetti y La Favorita o que a los asistentes al acto a un palco misterioso, el único vacío, cuyas entradas estaban reservadas a nombre de una duquesa madrileña cuyo nombre y título, por cierto, no he podido encontrar en los manantiales clásicos de las anécdotas de la Historia.
Aquí estar ausente es importante. Durante la Guerra Civil y muchos de los primeros años del franquismo, los falangistas se referían a José Antonio Primo de Rivera, llamándole «el Ausente» y, sin pronunciar su nombre, le rendían culto y adoración. Así sigue siendo sin que tan singular manera de estar presente, de hacerse notar, sea específica de la derecha o de la izquierda. Hasta en un modesto banquete de homenaje a la celebración de un premio literario lucen más que los presentes quienes se adhieren con un telegrama o una nota de felicitación.
En la celebración del 25 aniversario de la victoria electoral socialista del 28-O, en la que Alfonso Guerra confesó que, como Mariano Rajoy, él también tiene un primo -¡qué sería de España sin la familia!-, los dos personajes que más brillaron fueron Felipe González, la estrella de la efeméride, y José Luis Rodríguez Zapatero. Ninguno de los dos acudió al modestísimo acto con que el PSOE celebró, en su propia sede, sus bodas de plata con el poder constitucional y su ausencia les hizo protagonistas.
Muy similar resulta la conducta de los más notables nombres del PP. En Valencia, con pompa y ceremonia, se produjo la proclamación formal de Mariano Rajoy como candidato a la presidencia del Gobierno en las próximas legislativas o, por decirlo con mayor precisión, como número uno en la lista que el PP presentará para Madrid en esas elecciones. Rajoy estuvo bien, brillante y dispuesto, y, al margen de los nombres específicos del partido en la Comunidad de Valencia -todos presentes-, la estatura de la cúspide con sede en la calle Génova de Madrid, le hizo parecer un gigante, un titán. Aun así el mayor brillo se lo reservaron los ausentes: José María Aznar, Rodrigo Rato y Francisco Álvarez Cascos. En un país y unas circunstancias en el que las ausencias, sin entrar al enjundioso morbo que suscitan las que aquí se subrayan, cotizan y lucen más que las presencias hay que poner en revisión muchos de los valores que, quizá por la inercia de las conductas, empujan nuestro proceder colectivo. En contra del bolero y la razón, la distancia no es el olvido, sino la consideración y el aprecio. La puesta en valor. ¿Seremos gobernables?
http://www.abc.es/20071030/opinion-firmas/brillo-ausentes_200710300248.html
martes, octubre 30, 2007
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