lunes 29 de octubre de 2007
El reñidero
MONTERO GLEZ
Cuando España entera perdió la paz y se hizo la guerra, Alejandro Finisterre inventó el futbolín. Con el mismo plomo que se utiliza para matar, encargó hacer las barras. Y con la ayuda de un carpintero vasco torneó las figuras. Al día de hoy, años después de la Guerra Civil, el futbolín es el juego de mesa más jugado del mundo. Su creador jamás lo patentó pues, de ningún modo, quiso hacerse rico con ello. La intención era más sana aún, pongamos que curativa. Dándole al caletre, Alejandro Finisterre ideó la forma de crear un juego en el que pudiesen participar los mutilados de guerra. A partir de entonces, el fútbol quedó al alcance de cualquiera.
Todo empezó el mismo día en que los alemanes bombardearon el vientre de Madrid y Alejandro Finisterre quedó sepultado bajo los escombros. Le rescataron y, de ahí, fue llevado a un hospital. Durante su estancia, entre cloroformo y carnes trituradas de vergüenza, se le ocurrió combinar el ping-pong con el fútbol. Y así fue como nació un juego de mesa tan perfecto que nunca podrá ser reemplazado por el juego que le sirvió de modelo. Y si el futbolín no puede ser adelantado por el fútbol, mucho tendrá que adelantar la ciencia de los bárbaros para superar tal invención. Por mucho Tamagotchi y mucho cacharrito que lancen, el futbolín no tiene igual. Qué carallo, que diría Finisterre.
Alejandro Campos Ramírez, su verdadero nombre, además de inventor del futbolín, fue gallego ilustrado, proscrito, rehén y prófugo de todas las guerras. Eso sin contar su labor como editor de revistas de combate. Un buen día, Alejandro Finisterre se echó una novia que estudiaba música y le ideó un atril para partituras, cosa fina, donde las hojas se pasaban a golpe de pie. Destacado en todo, su amigo el poeta León Felipe le eligió como albacea de su obra. Y por la obra de León Felipe, el bueno de Alejandro llegó hasta los últimos fuegos. Alejandro Finisterre, con la sangre peleona, plantó cara a los corbatillas de la Administración, esos que nunca currelan el dinero que se llevan. Y con tal asunto anduvo hasta el día de su muerte. Ocurrió el mes de febrero del año en curso. Tenía ochenta y siete castañas y seguía siendo el mismo chaval que un día resbaló en un suelo empapado de sangre hermana.
Cuando los unos convirtieron los campos de fútbol en campos de concentración y los otros quedaron fuera de juego, Europa entera se puso a hacer quinielas. Y mamando ponzoña en vez de leche, empezaron las apuestas. Como si se tratase de una pelea de gallos en el reñidero de la muerte, fuimos alentados por la peor chusma, la de los sanguinarios bigotes. Si no fuera tan cruel el asunto, tendría su gracia pues, los herederos de aquellos que un día entregaron el pueblo a sus peores enemigos, son los mismos reptiles que hoy pretenden hacernos recuperar la memoria seleccionando cadáveres, convirtiendo así la Guerra Civil en el negocio de una legislatura.
Volviendo al terreno de juego, ya no queda otra que convertir la memoria en tiempo presente, y traer hasta el almanaque el día en que, en un combate por la dignidad, Finisterre agarró las armas y las convirtió en fútbol de mesa. Cuando el pasado lo forran con cadáveres y la actualidad huele a muerto, llega el momento de reivindicar el futbolín como juego donde la desigualdad se iguala empuñando el mango de forma deportiva. Y con el toque seco de los truskis que facilita el gol de cuchara, cabe aquí celebrar que hace unos días dio comienzo la Liga Provincial de futbolín de Castellón. De esta forma, sobre el terreno de juego, se revive la memoria del hombre que un día acercó el fútbol hasta los mutilados de guerra y que, gracias a su buen hacer, achicó las infecciones del alma. Las mismas que hoy quieren volver a contagiarnos los de la clase política, reviviendo así el momento cruel en que se perdió la paz por culpa de un gol de guarra.
http://www.abc.es/20071029/opinion-firmas/renidero_200710290246.html
lunes, octubre 29, 2007
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