martes 30 de octubre de 2007
CARLOS LUIS RODRÍGUEZ
a bordo
Sus labores
Vaya con nuestra felicitación a la nueva presidenta argentina, la admiración por la buena marcha de su matrimonio. Sólo un marido que ama de verdad a su esposa le regala una Presidencia, en vez de los obsequios vulgares que estilan los hombres menos entregados. ¿Se habría mantenido la pareja de los Sarkozy si él le hubiera prometido Francia a ella? Seguro que sí.
Habrá quien vea en esta transición conyugal entre Kirchner y su señora un rasgo de la pintoresca política de aquellas tierras, donde el mito de Evita parece repetirse en diferentes momentos históricos. Algo habrá de vestigio peronista en el éxito de la mandataria recién elegida; sin embargo sería equivocado contraponer esta sucesión política dentro del matrimonio, a la supuesta modernidad de la política europea, que no occidental, ya que ahí está Hillary Clinton merodeando la Casa Blanca.
Para empezar, este sistema ataja las consabidas pugnas dentro del partido gobernante cuando se acerca el final del mandato. El mandatario saliente no tiene que dar más explicaciones que la admiración que siente por las virtudes de su esposa, y su deseo de que toda la nación las comparta. Objetarán los desconfiados que eso no garantiza que la primera dama esté preparada.
Lo está mejor que cualquier otro. Aunque haya llegado políticamente virgen al tálamo político, su rodaje ha sido intenso. Conoce los entresijos del poder, ha tratado de cerca a la clase dirigente, ha sido muchas veces una mezcla de consejera política, psicóloga y confesora laica del marido-presidente, con el que ha podido despachar en los sitios y momentos más íntimos.
No hay además una preparación reglada para el cargo presidencial. El ministro de Justicia propuso, bien es verdad que de forma efímera, que las oposiciones fuesen sustituidas por el expediente académico para acceder a la judicatura. Pues para ser presidente, o ministro de Justicia, no hay que superar ninguna prueba, ni exhibir un rutilante historial, sino disponer de una serie de habilidades que la primera dama adquiere con la simple convivencia.
Así que menos complejo de superioridad al mirar hacia esa especie de Presidencia de gananciales que se restablece en la República Argentina. Kirchner le ha resuelto un problema al Partido Justicialista, al país y a él mismo con su acertada nominación de doña Cristina, refrendada de sobras por el pueblo soberano en las urnas.
Pensemos en cómo se despejaría el horizonte del socialismo, del nacionalismo y del bipartito, si doña Esther de Touriño y la otra doña Cristina, la viceconsorte, siguieran la senda marcada por la nueva presidenta del país sudamericano. Hasta en eso tendrían ventaja sobre el líder de los populares, soltero y, por tanto, incapaz de organizar la sucesión de forma matrimonial.
Ya se sabe que esas cosas no van con nuestra cultura política galaica. Van otras que son peores que promocionar a la esposa o compañera, como sembrar la Administración de hermanos, hijos, primos, cuñados o vecinos, carentes de la experiencia que una primera dama incorpora. Esa costumbre marital que Kirchner, por un lado, y Clinton, por otro, están estableciendo habría que importarla de inmediato, por la estabilidad de la democracia y de los matrimonios, que así quedan blindados, incluso contra las becarias que dejan rastro.
Kirchner le regala el país a su mujer y su mujer al país, y él queda al otro lado de la cama y del poder. No es para burlarse, sino para tomar buena nota.
http://www.elcorreogallego.es/index.php?idMenu=13&idEdicion=685&idNoticiaOpinion=226344
martes, octubre 30, 2007
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