lunes 29 de octubre de 2007
Rajoy en la puerta
IGNACIO CAMACHO
CUANDO se despeja de ese aire como amodorrado de registrador a la antigua, cuando sacude las telarañas de la rutina, cuando da la espalda a las agitaciones compulsivas de su vieja guardia y deja fluir su propio impulso para perfilarse a sí mismo, Rajoy se muestra como un político cabal y necesario, un liberal moderado y sensato, dueño de los tiempos y las distancias, capaz de generar confianza en su sentido de la convivencia y del Estado. Así ha lucido en Valencia con su discurso de proclamación electoral, levantando una propuesta de alternativa con inequívocos ribetes sarkozyanos, centrada en torno a la recuperación de un consenso perdido en el que pueda integrarse incluso esa izquierda perpleja por el abandono de sus banderas de soberanía nacional e igualdades territoriales, y confusa ante la sustitución del pragmatismo felipista por un errático relativismo de bandazos a merced de las necesidades coyunturales de un poder en maltrecho equilibrio.
Esa llamada a recuperar los consensos rotos de la Transición será el eje de la campaña del PP, más allá de la retórica petición del voto imposible de una izquierda que jamás va a otorgárselo. Esto no es Francia, y Rajoy lo sabe. Ni la izquierda española es capaz de desprenderse de los prejuicios sectarios y excluyentes que ha arrojado parte de la intelectualidad francesa en aras de la reconstrucción nacional, ni la derecha se atreve a derribar el muro de cerrazones en el que se parapetan los talibanes de la crispación, cuyo ruidoso discurso ensordece con demasiada frecuencia el prudente moderantismo del candidato. El gran reto del liderazgo de Rajoy es el de crear en pocos meses un espacio de encuentro con esa mayoría social que sí desea la vuelta a los acuerdos básicos de una democracia estable y sin trincheras, con reglas comunes de respeto para el entendimiento de los mínimos institucionales necesarios en una convivencia organizada.
Para eso necesita proyectarse con más fuerza como el propietario de un liderazgo incuestionable en su propio partido, y luego ofrecerse como el creíble componedor que puede ser de un gran pacto de racionalidad y posibilismo que cierre esta legislatura convulsa en la que demasiados trenes han ido demasiado lejos. Pedir que le voten los desencantados del zapaterismo quizá resulte un exceso voluntarista en un país tan apegado a las etiquetas de pedigrí ideológico. Pero si se limitan a retirarle su apoyo al autor de esta deriva de despropósitos, si castigan con una distante indiferencia la ruptura de los grandes acuerdos que vertebraban el edificio democrático, si le envían un mensaje silencioso de desacuerdo con su aventurerismo temerario en manos de socios pocos recomendables, acaso sea posible la reconstrucción de un compromiso con el que rescatar el verdadero diálogo perdido en esta farsa de revisionismos tramposos. Rajoy sabe que no puede aspirar a una vuelta de tuerca dolorosa y tajante que invierta los términos de la discordia. Por eso lo más valioso de su oferta es la disponibilidad para engrasar el gozne de esa puerta basculante que Zapatero ha querido fijar a un solo lado del marco sobre el que la Constitución la hacía girar para estabilizar el Estado.
http://www.abc.es/20071029/opinion-firmas/rajoy-puerta_200710290245.html
lunes, octubre 29, 2007
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