miércoles, octubre 03, 2007

Ramon Tamames, Aviso ecologico desde Las Tres Gargantas

jueves 4 de octubre de 2007
Aviso ecológico desde Las Tres Gargantas Ramón Tamames
Catedrático de Estructura Económica (UAM)Catedrático Jean Monnet de la UEMiembro del Club de Roma

La presa de Asuán en Egipto, el origen de lo que hoy se llama generalmente lago Nasser, fue objeto de gran polémica a escala mundial durante la primera parte de la década de 1960. Sobre todo al ser rechazada su financiación por el Banco Internacional de Reconstrucción y Fomento —dominado por EEUU—, en razón al giro antioccidental que iba tomando el régimen del célebre rais panarabista. Quien hubo de recurrir a los créditos y la tecnología de la Unión Soviética, que desde ese momento histórico comenzó a adquirir gran predicamento entre los países árabes, en detrimento de Washington DC. Un ambiente que pude vivir durante mi visita al gran escenario de las obras del dique, en el alto Egipto, en noviembre de 1963.
Algunos años después de que la presa Nasser se ultimara, el debate cambió de sentido y se centró, sobre todo, en las consecuencias ecológicas de la alteración definitiva del régimen de inundaciones del río, que desde milenios atrás, al arrastrar limo y humedad, había creado la rica civilización de los faraones. Con el dique, las consecuencias fueron graves para el delta, la despensa del país, y también afectó a las pesquerías de sus aledaños marítimos.
Ahora, el gran tema de discusión es la presa sobre el Yan Tse-Kiang, el mayor río de China, en su ubicación de Las Tres Gargantas. Una realización con la cual se ha cumplido uno de los grandes sueños de Mao Tse Tung, que concibió tan faraónico emprendimiento para atenuar inundaciones y disponer de máximos recursos de agua y energía en busca de la grandeza de China. Aunque en la vida del gran timonel resultó imposible construir la presa, por razones económicas y tecnológicas.
Al día de hoy, las características de Las Tres Gargantas son en verdad impresionantes:
Coste de 25.000 millones de dólares, como cinco veces la ampliación del Canal de Panamá. O si se prefiere, idéntico múltiplo del monto de la readaptación de la M-30 en Madrid.
2.300 metros de longitud entre los estribos del dique, con un máximo de 185 metros de altura y una capacidad para 39.300 Hm3, equivalentes al 80 por ciento del total volumen de los embalses de España.
Potencia instalada de 18.200 MW, más o menos lo que supondría una veintena de grupos nucleares y algo así como el 40 por ciento de todo el potencial eléctrico español.
600 km2 de tierras inundadas, una extensión como el municipio de Madrid, con 1,4 millones de desplazados y miles de fábricas e instalaciones abandonadas; en muchos casos, sin un previo trabajo para prevenir contaminaciones.
Entre las grandes ventajas de la obra, una de las más señaladas consiste en que permitirá el trasvase de grandes cantidades de agua en dirección sur-norte, desde el Yang-tsé hacia las regiones en torno a Pekín, donde está acelerándose el secado definitivo de arroyos, pozos, e incluso del propio río Amarillo. Un plan que requerirá una inversión total de 58.000 millones de dólares, para transportar casi 50.000 Hm3, como 46,6 veces lo que podría haber supuesto el trasvase del Ebro en España de no haber sido cancelado en el 2004 por las genialidades ZP-Narbona.
Pero no son tan deslumbrantes perspectivas las que ahora centran el debate sobre la presa del milenio. Se trata, sobre todo, de los efectos ecológicos, que si bien se previeron, no fueron debidamente valorados ex ante, y que son muchos y graves. En especial, en lo que concierne a la erosión de toda la extensión del vaso del embalse (varios cientos de miles de kilómetros cuadrados) y el subsiguiente aterramiento del gran lago. Sin olvidar los movimientos de tierra en las orillas (landslides), que podrían alterar el curso de un buen número de importantes infraestructuras. Debiendo subrayarse también las consecuencias de los desechos tóxicos acumulados en el fondo del reservorio, que como ya se ha observado no se retiraron antes de llenarlo; con la consecuencia de serias contaminaciones que ahora están aflorando con el más grave peligro para toda la fauna del gran río. A lo que se unirá la intensificación de un tráfico fluvial espectacular con todos los vertidos que cabe esperar por mucha disciplina que quiera imponerse.
El lado bueno de la noticia lo proporciona el hecho de que, por primera vez, las autoridades ambientales de la República Popular están reconociendo que los daños ecológicos del sueño de Mao pueden ser dramáticos. Así lo ha puesto de manifiesto Wang Xiaofeng, director del Comité de Construcción de la Presa —según recoge Jamil Anderlini en Finantial Times de 27 de septiembre— con las siguientes palabras: “no cabe aceptar la definitiva destrucción ambiental sólo porque vaya a haber importantes ganancias económicas a cierto plazo”. Y en el mismo sentido se ha pronunciado un experto internacional que contrató la propia República Popular, Jean-Louis Chaussade, CEO de la entidad Suez Environment: “China no tiene elección: si no reduce la contaminación de sus recursos hídricos, el crecimiento económico se parará”. Y todo empieza con Las Tres Gargantas.
Ahí está el gran reto del futuro: ya no puede aceptarse sin más el crecimentismo a cualquier coste, porque la naturaleza es y seguirá siendo el soporte de cualquier actividad humana. Y como dicen los ecologistas más conscientes y versados: “Dios perdona siempre; los hombres, a veces; la naturaleza, nunca”.
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